Las campanas han entonado su canto celestial, anunciando la mitad de una mágica noche.
Frente al espejo que dibuja su delicada silueta, pálidas manos, tan frágiles como la porcelana, cepillan el cobrizo cabello que cae con gracia debajo de su estrecha cintura envuelta en seda rosa.
Se mira curiosa, con sus enormes ojos color miel, que presumen sus pestañas, largas como el sueño en el que caen aquellos que concluyeron su vida, y abundantes como todo aquello que dejaron sin realizar.
Que princesa más hermosa habita aquel castillo.
La princesa con rostro de muñeca, aprisionada cual ave en jaula de oro, no tiene ni un sólo acompañante, la soledad la esta matando.
Ella perece con lentitud.
Que princesa más triste habita aquel castillo.
El cristal de una ventana se hizo pedazos por el impacto de un puño contra el, sin embargo, la princesa perdida en sus pensamientos no se ha percatado de ello.
Que princesa más distraída habita aquel castillo.
No se enteró de que entró a su morada un ladrón que viene huyendo de las furiosas garras del pueblo.
Extranjero, quizá, aquí hombres como él no son muy comunes, de valentía innegable y voluntad incuestionable. Con carácter y ambición, de esos que todo lo que se proponen lo suelen lograr. Que llevan el ímpetu de las pasiones que alimentan su alma, casi como un arma.
Aquel caballero es también una belleza exótica, que ha pasado su vida entera escapando de su patria y de su pasado. Ha recorrido tierra y mar, huyendo y queriéndose encontrar,
y sin embargo, nunca se queda en ninguna parte, dice que no lo satisface ningún lugar.
Él va por la vida en busca de algo, algo que ni siquiera él sabe como llamar.
Los pasillos de cristal del palacio lo han dejado asombrado, nunca vio tanta riqueza acumulada, sin embargo no siente ni la más mínima inclinación de robar algo.
Presiente que encontrará una riqueza mucho mayor.
Su asombrada mirada, de color azul intenso, recorre la figura de la princesa entre las sombras; esa delicada silueta, que de pronto se muere por poseer, lo seduce con inocencia; y el ladron, dejándose llevar por esa abundante pelambrera de cobre, los ojos de ella no puede apartar.
Encontró una habitación encantada y el impuro deseo burbujea en su caliente sangre, recorriendo todo su cuerpo con lujuria, incrementandose el calor en el aire.
Cuando la niña de porcelana se percata de la desconocida presencia de aquel hombre, ya es muy tarde.
Fue obligada a cerrar los ojos por unos minutos bajo el encanto de un líquido extraño que le hizo oler en un viejo trapo que llevaba consigo.
Sus pálidas manos están atadas con un lazo rojo y la seda rosa que antes la cubría, ha dejado sus piernas níveas desnudas.
El caballero roza su delicada piel. Al tacto, su corazón se acelera con nerviosismo, con excitación. La recorre de pies a cabeza, ¡cuanta perfección que posee ésta doncella!
"No me abandones ahora, razón", pide el ladrón. "Maldito mi mal hábito de hacer lo que me place sin nada que me detenga", se queja, incapaz de limitar sus deseos y su afán por realizarlos. Que bueno sería que no fuese tan egoísta y no actuara conforme a sus propios intereses. "Ojalá pudiese contenerme, pero ¿como lo hago con semejante belleza?"
La muñeca despierta confundida sobre la cama y sus ojos se dirigen hacia el causante de todo.
Su penetrante mirada miel recorre al extraño frente a ella. Un hombre desconocido, hermoso como un ángel, yace casi sobre ella.
Sus miradas se encuentran, la princesa esta aterrada.
El ladrón sonríe con fascinación.
El deseo, tentándolo cada vez más, acalorándolo sin piedad, por fin logra tomar el control de su cuerpo.
"Qué débil que me hace ésta niña" pensó el rebelde joven.
La princesa miente si dice que su primer beso no la enloqueció. Con el tacto sobre sus carnosos labios carmín, casi sintió el infierno arder a su alrededor.
Tan hermoso como un ángel y capaz de tentar como el demonio, "Que peligroso que es él" pensó.
Él la recorre con sus manos, y se da cuenta de que con un ligero roce es capaz de erizarle la piel.
"¿Qué es esto?" se pregunta la niña. Qué sensación más extraña la esta invadiendo, acaso ¿no quiere que se detenga?
El aroma intenso de sus cuerpos se mezcla. La doncella que ha sido bendecida con la perfección esta confundida, está apenada, no lo conoce y aún así no quiere que pare aquel hombre misterioso.
"Tan impuro, tan lujurioso y aún así tan seductor".
Los gemidos de la princesa inundan los oídos del caballero, " Y que canción más bella " piensa él, conmovido por la fragilidad de la dama y excitado por la misma causa, es consumido por la pasión.
Las marcas que ha dejado en su cuello pertenecen a sus labios de rojo intenso. Sus cabellos negros están bañados en el sudor de ambos cuerpos; él sigue agitándose al compás del sobresaltado corazón de la doncella.
Cuanta pasión esta desbordando aquel castillo de cristal.