Cuervo

Capítulo 3

"Eran hormonas revueltas, cabezas incontrolables, caracteres incapaces de encajar, todo eso unido en cuatro paredes que hacen llamar escuela"

Jane:

Mi reloj indicaba que llevaba más de una hora de atraso a lo que sería mi primer día de clases, aunque eso no apresuró mi paso al instituto. Cursar el último año de bachillerato no me emocionaba como a la mayoría, de todas maneras, tampoco iba a durar demasiado ahí.

Llevaba la mochila guindada a un solo hombro y el cabello medio atado en una coleta desaliñada. Todo eso lo complementaban una camisa oscura, enorme y mis viejos tenis, algo gastados por el tiempo.

Linda manera de entrar a clases en tu primer día, Jane, llegas tarde y pareces drogada, un punto por presencia.

No sé si fue suerte o desgracia, pero en el momento en que crucé el umbral de la puerta en la escuela, sonó la campana de tiempo libre, es decir, tenía 10 minutos para recrearme. Solo que preferí acomodar mis libros y encaminarme a la clase del demonio, al menos así simplificaba yo a las lecciones de Historia.

Para mí ese tipo de materias no eran más que muchas palabras y poco contenido aplicable. Pero le decía mi teoría a algún profesor y me venía con un discurso más largo que los de la ONU.

Me abrí paso entre el tumulto de estudiantes hasta el salón. Allí todo estaba vacío, teniendo así la libertad de escoger asiento a mi antojo.

Quedé recostada a la silla durante un rato, observando el flujo irregular de personas entrando y saliendo. Todos tan despreciables y patéticos como recordaba, sumisos de las mismas miradas falsas y sonrisas hipócritas, porque las expresiones inocentes, se perdían entre la masa popular.

No pasó mucho para que se ubicaran y entrase el profesor. Él era un señor de mediana edad, con la espalda encorvada, postura que acompañaba con un extraño bastón. Su forma de vestir y el corte de cabello blanco, le daba un estilo de bohemio, incluso interesante para sus contemporáneas. Una pena que sus clases no fueran igual que él.

Cada palabra de aquel anciano salía con semejante lentitud, que se me ocurrió idealizar su rostro enrojecido, si un trozo de la goma que rasgaba paraba en su garganta. Definitivamente cuando algo aburre, cualquier idea pobre parece la mejor del mundo.

Al parecer yo no era la única con problemas en el despertador, porque el ruido proveniente de la puerta que frenó el discurso del profesor, era de otro estudiante que también llegaba tarde. Les vi hablar durante unos minutos fuera de la clase, hasta que por fin, entraron ambos.

El chico que le acompañaba, masticaba un pequeño chicle neón, que explotó en cuanto cruzó el umbral de la puerta. Él tenía una estatura promedio, con un peso que oscilaba entre lo delgado y desnutrido.

De su rostro, resaltaban su cabello negro y las pronunciadas ojeras que se cernían bajo sus hundidos ojos. El extraño color de su iris captó mi atención en cuanto le tuve más cerca, así como el aire de desinterés que emanaba su cuerpo.

—Wiles —dijo el profesor, con ese tono autoritario que acostumbran a usar cuando les irrita algo—, no tenemos todo el día para que decidas dónde sentarte.

—Como diga —comentó él y a falta de opciones, se dejó caer a mi lado.

El resto de la clase transcurrió tranquila, a excepción de lo incómodo que resultó sentarme junto a un desconocido. Pero como yo me quedé con la manía de dormir durante las lesiones, cuando volví a abrir los ojos, ya había sonado la campana que anunciaba el final de la clase.

Miré a mi libreta en busca de alguna anotación decente por la que estudiar y nada. Mi cuaderno estaba lleno de líneas mal trazadas sin un sentido lógico.

—Lindas rayas —mustió el muchacho junto a mí, una vez estuvo de pie.

—Son más entretenidas que su clase —comenté a la par que recogía mis cosas.

— ¿Eres la nueva, verdad? —siguió conversando, mientras se recostaba a la esquina de la mesa, sin dejar de observarme.

— ¿Te parezco conocida? —solté un poco borde y al ver que no respondió, proseguí con mi idea—, entonces ya te respondiste tú mismo la pregunta. Ahora con permiso, voy a por comida.

No recordaba lo incómodo que podía resultar estar en un pasillo con más de treinta personas caminando a tu lado. Pero de eso se trata todo, de ser tolerantes hasta lograr tus metas, aunque las mías se habían ido a la basura hacía un año.

Tal vez para el resto aún había esperanza, pero apostaría que venían más por obligación, que por un objetivo en concreto. Ellos eran hormonas revueltas, cabezas incontrolables, caracteres incapaces de encajar, todo eso unido en cuatro paredes, que hacen llamar escuela.

Ahogada casi por la multitud, me fui al único lugar al que no vas a encontrar a nadie en horario de almuerzo, la biblioteca. Efectivamente, aquel lugar estaba casi desierto, así que me adentré por las grandes puertas de madera vieja, que chirriaban al abrirse.

Dos frikis sentados en una esquina, comiéndose un sándwich a escondidas de la bibliotecaria, eran todo lo que se observaba en aquel sitio, que desprendía olor a libros viejos. La señora a cargo, al verme entrar puso los ojos en blanco y me dio una bienvenida bastante escueta.

—Lo sé señora, no hay necesidad de ser "amable", cuando desea que nos larguemos de aquí —dije y noté cómo sus mejillas se enrojecían de la vergüenza.



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En el texto hay: romance, muerte, autosuperacin

Editado: 10.04.2022

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