"Todos somos adictos a algo, solo que a unos se les da mejor que a otros controlarse"
Jane:
Me adentré al salón de la primera clase en la tarde y me ubiqué en una de las hileras, que quedaban pegadas a la pared, con la esperanza de poder recostarme. Matemáticas, una de las clases a las que más falté el año pasado y que ahora era todo nuevo para mí, literalmente.
A pesar de que la profesora se esforzaba por interactuar con los alumnos, no dejaba de ser tediosa. Parecía ese tipo de persona dulce, o al menos eso indicaban sus rasgos. Cargaba con un rostro circular, debido al exceso de peso, acompañado de cantidades exorbitantes de gloss en los labios y un recogido, que dejaba dos mechones de cabello escaparse para adornar su cara.
Seguía Física y el salón en que se impartía esa materia, parecía sacado de la película de los Avengers, definitivamente era una escuela con presupuesto. Las paredes tenían un aspecto metalizado y la luz cegadora logró erizar mi piel, aunque la temperatura tampoco colaboraba mucho.
Me acomodé en una mesa al azar, y detrás de mí, comenzaron a entrar el resto de los estudiantes, que miraban el reloj con cara de agobio. Entonces entró él, con su mochila guindada de un solo hombro, aquel rostro que emanaba despreocupación y con las mismas ojeras de la clase de Historia. Titubeó si sentarse a mi lado o no, pero finalmente lo hizo, soltó su mochila en el suelo y se dejó caer recio, con la mirada al frente y con cara de pocos amigos.
Fue increíble que se mantuviera callado en toda la clase, pues, a pesar de su carácter algo reservado, interactuaba bastante con el resto de los mortales. Wiles, era ese tipo de persona que cualquiera que pensara primero con su cerebro y luego con sus hormonas, mantendría lejos.
Sonó la campana que indicaba el final de la clase y me levanté con intenciones de irme, pero a esa hora el susodicho se dignó a hablarme. Si había algo que no se le podía negar, era su educación, pues, se mantuvo callado durante toda la lección y no fue hasta que se di por finalizada que pronunció palabra alguna.
—Jane —dijo y me extendió el cuaderno, en el que había estado dibujando.
— ¿Qué es esto? —inquirí.
—Un regalo de tu estudiante —agarró sus cosas y pasó por mi lado—. No sabía que dabas clases de dibujo —soltó en el marco de la puerta y desapareció entre el grupo de personas.
¿Cómo demonios había entrado a mi antigua página web?
Desde que mis padres murieron, dejé de subir contenido a esa página y la eliminé, o eso creía yo. En ese entonces no tenía ánimos para mirar a una cámara y sonreírle a los demás, porque la familia perfecta que mostraba al mundo, ya no estaba.
Todas mis redes cambiaron desde aquel momento, no quería ser marcada en los lugares a los que llegase por mi apellido. Por eso dejé de pronunciarlo cuando preguntaban mi nombre, así se evitarían recordarles una vieja historia.
¿De qué manera encontró él información de mí?
Abrí el cuaderno y encontré un dibujo a medio terminar. Era una muchacha con los codos apoyadas sobre la mesa y las manos aguantándole la mejilla. Al instante pude reconocerme en aquel dibujo, no solo por la pequeña nota que dejó al pie del mismo, sino porque en esa posición había estado unos minutos atrás.
Nota:
No puedo dibujar tus ojos, son muy inquietos, no encuentran reposo sobre nada, como si todo lo que hubiere aquí, te fuera indiferente. Tan linda y tan triste, tan grande y viéndose tan pequeña... Por cierto, también sé reconocer a una suicida cuando la tengo de frente, los locos no pueden esconderse entre ellos.
Aquella nota me hirvió la sangre ¿quién carajos era él para llamarme loca? Caminé por los pasillos buscándole como desquiciada, suponiendo que no estaba muy lejos. Entonces le vi, con la mano extendida a la altura de la mejilla de una chica, que estaba recostada contra su casillero.
Los pómulos de la muchacha eran rosados por el nerviosismo, mientras que él mantenía una postura intimidante, seria. Cargaba con la típica máscara que usan los tóxicos clichés, nada nuevo. Visto desde otro punto no eran más que un depredador y una presa, un monstruo y una víctima voluntaria.
Tenía pensado ir y hacerle pasar la mejor vergüenza de su vida, pero no, no iba a interrumpir el "momento romántico " de aquella muchacha. Ella tenía el derecho a darse con el muro que suponía Wiles en la vida de cualquier persona, pues, nadie aprende de errores ajenos.
Pasado unos segundos, dejó ir a la joven, luego de haberle revuelto las hormonas a su antojo, tanto así que esta salió caminando con las manos en el rostro. Él en cambio tenía una sonrisa de superioridad reflejada en el rostro, porque simplemente había alcanzad otro objetivo más.
— ¿Qué haces? —comentó sorprendido, cuando me vio apoyada en la pared contraria a la que segundos antes, tenía aprisionada a aquella chiquilla.
—Observando el teatro como el resto —levanté las cejas.
—Qué pasa, Jane —se acercó un poco más a mí—, no creo que estas obras sean relevantes para ti —dijo sarcástico.
—No para nada, fui protagonista de muchas y sabes qué, es teatro mediocre.
—Ah, ya sé lo que pasa —soltó, intentando adoptar la misma posición con la que había logrado su objetivo segundo atrás—, tú quieres ser parte también de la obra.
— No gracias —negué con la cabeza—, no me interesa el protagonista —me escabullí bajo su brazo y me centré a lo que de verdad quería decirle—. Quiero que me digas ya, Wiles, ¿cómo accediste a mi página web?
—Un secreto —elevó su dedo índice, hasta ubicarlo sobre mis labios
—Escucha, Hunter Wiles —le hice bajar su mano—, aléjate de mí, te conviene hacerlo, mejor céntrate en tus conquistas y déjame en paz —solté de mala gana—. Ah y que no se te ocurra volver a llamarme loca otra vez.