Por una vez, era yo el que no podía dormir.
Sabía que, si dejaba la cama y me dirigía a la casa de Bo, la encontraría sentada en el techo mirando con pena al resto del Borde. Pero no era el momento de molestarla, y muy en el fondo tampoco quería verla. Ya tenía suficiente con pensar que, en unas pocas horas, nuestro futuro estaría unido para siempre de la única forma en la que jamás quisimos terminar unidos.
Pyra estaba acurrucada junto a mí bajo las mantas, y hacía pequeños ruidos al respirar que no me dejaban volver a conciliar el sueño.
¿Estaría bien lo que estábamos haciendo?
Sabía que era lo correcto. Nos habíamos entrenado por años para este momento, pero siempre había parecido lejano e inalcanzable. Ahora me sentía como ahogado, atrapado en una promesa que habían hecho por mí, y vergonzosamente asustado. No podía dejar de pensar en que, si estaba cuestionándome un simple matrimonio, quizás no estaba preparado para lo que venía después. Quizás nunca lo había estado, y el Cuervo habría perdido años de recursos en intentar volverme fuerte.
Pero habían fallado. ¿Cómo podría casarme con Bo?
Mi traje de Solsticio de Invierno colgaba del borde de mi armario, perfectamente planchado y limpio. El sombrero plateado brillaba a la luz de la luna, pero no se veía vivo como las escamas de Pyra, sino fantasmagórico y muerto. Como me vería yo cuando nos quitara a Bo y a mí la oportunidad del verdadero amor.
Afuera había un silencio terrible. Ni siquiera se escuchaba un soplo de viento. Iba a ser una noche muy larga.
***
Mi familia y otros miembros del Cuervo partimos temprano hacia la ciudad. La celebración del Solsticio de invierno no incluía la presencia de los habitantes del borde, así como tampoco lo hacía ninguna otra, quienes festejábamos lo hacíamos a nuestro modo, y definitivamente a una escala mucho menor. Así como lo estábamos haciendo nosotros, algunas personas afortunadas que podían esconder su condición de taki se colaban a la fiesta principal, e incluso lograban casar a sus hijos bajo el amparo de un legionario de la Estrella.
A mí poco me interesaba si la Estrella bendecía nuestro matrimonio o no, pero tener un anillo de bodas del reino significaba que tenías acceso a vivienda y trabajo. Y lo que el Cuervo de Cuarzo necesitaba de nosotros era precisamente eso, que fuéramos útiles, responsables, adultos. Y lo más importante, buenos ciudadanos. Además, si todo salía bien, agradecería tener documentos oficiales que me ayudaran a empezar de nuevo.
Y si para eso tenía que casarme con Bo, entonces lo haría.
Como si la hubiese llamado con el pensamiento, vi a mi mejor amiga caminar hacia nosotros con la mirada endurecida y el paso firme. Lo primero que me impresionó fue verla en un vestido. No recordaba haberla visto así desde que éramos niños y su madre todavía insistía en vestirla. Lucía incómoda con algo tan ajustado y delicado, y no podía dejar de preguntarme cómo habían logrado meterla en semejante atuendo. Lo segundo que noté fue el cabello. Ya no estaba sujeto en una coleta como lo había traído los últimos quince años de su vida, sino que ahora lo llevaba suelto y más corto que cualquier otra persona que conociera, pero mucho más desordenado. No había dudas de que se lo había cortado ella misma, e incluso apostaría a que en la ecuación ni siquiera había habido lugar para un espejo. Aun así, no se veía mal, y a medida que se acercaba pude notar el maquillaje ligero que llevaba, con los labios pintados de rosa y brillo sobre las clavículas.
—¿Qué estás mirando, idiota? —me espetó. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había acercado tan rápido.
—Lindo vestido —le dije como broma. La verdad es que sí era bonito, pero se notaba a leguas que lo odiaba, y como mejor amigo tenía que apoyarla—. Resalta mucho tu corte de cabello.
—Muy gracioso. Siento que me estoy asfixiando.
—Ni siquiera es tan ajustado —observé—, tan sólo no es dos tallas más grande que tú.
—Si sigues haciendo chistes te irás de aquí soltero —sonrió—. Esa no es la manera de tratar a una dama.
Solté una carcajada tan fuerte que algunas personas se voltearon a mirar. Mi madre me apretó el brazo en forma de advertencia, no podíamos permitirnos llamar la atención.
—Lo siento, lo siento —terminé de reírme—. No puedo verte como una dama sólo porque traes un vestido.
Bo me golpeó el hombro, pero también se echó a reír. Aunque se le veía alegre, podía notar la preocupación bajo su sonrisa y sus ojos jamás mentían, me pregunté si también en mí sería tan evidente que habría preferido estar en cualquier otro lugar en vez de allí.
—Me encanta verlos reír juntos —comentó mi padre, que acababa de terminar de hablar con un hombre cuya hija traía un vestido similar al de Bo—. Harán una bonita pareja.
Le lancé una mirada extrañada, ¿por qué creía que podía salir con eso? Se pasaba tarde por medio intentando convencerme de que no pasara tanto tiempo con ella, y le lanzaba las miradas más hostiles cada vez que la veía. Ni Bo ni yo caeríamos por ese intento barato de hacer las paces.
—Sí bueno —lo atrapó Bo, incómoda—, mejor nos vamos adelantando Eli. Se llenarán los lugares muy pronto.