A pesar de que todos mis súbditos se habían puesto de pie para aplaudirme, no podía dejar de mirar la pálida luna que se asomaba demasiado temprano, como si quisiera participar de la celebración. Es cierto que desde casa el muro era tan sólo una pequeña línea, muy lejana en el horizonte, pero sin ella, el cielo frente a mí parecía infinito y la tierra bajo él como si nunca fuera a acabarse. Recordé saludar como me lo habían pedido, e incluso estaba preparada para dedicarle a mi pueblo unas dulces palabras de agradecimiento por su tan cálida bienvenida, pero fue casi un alivio que mi padre tomara las riendas del asunto, ya que mi mente parecía estar muy lejos de allí.
Centenares de personas escuchaban atentas las palabras de mi padre, y frente a nosotros, al menos tres docenas de otros jóvenes como yo esperaban impacientes para consolidar su amor bajo el amparo de la Estrella. Se me hizo un pequeño nudo en el estómago cuando recordé que, en tan sólo seis meses, me encontraría en su lugar, pero en vez de docenas, seríamos sólo él y yo, con toda la corte mirándonos mientras el hombre que habían escogido para mí y yo prometíamos amarnos para siempre, trabajando juntos por el bienestar de nuestros territorios.
—… Kwan Xiao es un gran amigo del palacio real, y esperamos estrechar aún más los lazos con el imperio vecino a través de nuestra descendencia…
Kwan Xiao… Chamté Hiro… y próximamente, Chenté Viana Aldemar.
—Confío en que ustedes, mis queridos súbditos —continúo mi padre—, harán sentir a la familia real de Chiasa como en su propia casa, sabiendo sacar a relucir los mejores aspectos de nuestra maravillosa ciudad.
El nudo que tenía en el estómago se hizo más grande, pero de inmediato se relajó. Los últimos días habían sido un ciclo infinito de sorprenderme cada vez que escuchaba a alguien nombrar a Chiasa para luego recordarme que ya lo sabía, y que en el fondo siempre lo había sabido.
—Sin más preámbulos —seguía diciendo mi padre—, daremos comienzo a la ceremonia. Guía, por favor.
El gran legionario se puso de pie, y Giani me hizo un imperceptible gesto para que me sentara. El hombre estaba vestido para la ocasión, con una larga túnica de gruesa tela del azul de la noche y un tapado de largas mangas acampanadas en color plateado. Sobre su barba gris, el símbolo de la Estrella y la Luna colgaba pesado como un recordatorio de por qué estábamos allí.
Desde la fila de la derecha, donde se hallaban sentadas las novias, una muchacha con un horrible corte de cabello miraba fijamente a mi padre. Sus ojos eran duros, y venía poco arreglada. Parecía tan perdida en sus pensamientos que ni siquiera se detenía a parpadear, y cada vez fruncía más el ceño. Volteé la mirada hacia la fila de los novios, para ver quién sería el chico que habría escogido a tal muchacha como esposa. Me sorprendió que no hubiera tenido más y mejores opciones, pues la novia gruñona era la menos agraciada de todas las que allí había, y sin duda la que menos se había esforzado por lucir presentable en su gran día.
Tuve que contar los asientos tres veces para asegurarme de que no me había equivocado.
Si mis cálculos eran correctos el novio de la chica era un apuesto muchacho de piel morena y pestañas frondosas. Su cabello negro estaba peinado en una trenza similar a la mía, atado con un moño azul y su nariz era recta y delgada, dándole un aire de elegancia que estaba a años luz del porte de su prometida. Su traje, aunque simple, estaba perfectamente planchado y sus zapatos brillaban a la luz de los faroles. Por un momento, deseé que el Príncipe Hiro tuviera la misma apariencia, y me atreví a decir (aunque sólo en mi cabeza) que la chica que hubiese tenido la suerte de ser escogida por tal bombón, al menos debía procurar estar a la altura, y que sin dudas aquella novia no se merecía lo que la vida le había dado.
—…jóvenes novios, pueden entregar sus anillos a las novias.
El revuelo de los novios rebuscando entre sus bolsillos y de las novias caminando hacia el centro del anfiteatro me trajeron de vuelta. Como lo había esperado, el muchacho se movía con gracia, y la chica… bueno, digamos que estaba haciendo un esfuerzo. En las gradas, las familias se amontonaban hacia el centro para tomar fotografías, y junto a mí, mi padre sonreía
satisfecho. Por fin me relajé; todo estaba bien, mi pueblo me había recibido con cariño, y los novios frente a mí parecían tan contentos como esperaba verme con el Príncipe Hiro en el solsticio de verano.
Cuando los novios terminaron de entregar los anillos, el cuarteto de cuerdas comenzó a tocar una suave melodía acompañados de un piano de cola. Los hombres tomaron por la cintura a sus novias, y juntos comenzaron a danzar en armonía bajo la luna plateada. La melodía era dulce, pegajosa como miel, y me descubrí a mí misma moviendo las puntas de los pies bajo mi pesada falda de terciopelo. Aunque intenté mirar a todas las parejas de forma equitativa, mis ojos no parecían poder despegarse de aquel muchacho y su novia. A mi pesar, me quedé un buen rato viéndola a ella bailar; se movía como si la gravedad no existiera, y él la abrazaba como si no hubiera nada más importante en el mundo para él. Pero… ¿podría ser tan sólo mi mente jugándome una mala pasada? No vi entre ellos la tierna mirada que podía percibir en los demás, sonreían, pero no parecían perderse en el otro, y ¿no estaba el brazo del muchacho un poco tieso? Reí para mis adentros, ¿qué importaba? Yo ya estaba prometida, y aunque no lo hubiera estado, jamás podría casarme con uno de mis súbditos, por muy guapo que fuera. Además, dudaba que si quiera volviera a verlo, por lo cual me permití a mi misma un momento más de goce, y lo observé bailar durante las dos canciones que siguieron.