Cuervo de Cuarzo

XIV: Alguien te mira [Bo]

El día siguiente en el trabajo no fue mejor. La noche anterior Eli y yo apenas habíamos pegado ojo (¿mi culpa? quizás) y apenas nos levantamos a tiempo para desayunar algo rápido y correr a trabajar. Entre bocados de pan y tragos de té, Eli tuvo tiempo de decirme que lo habían ascendido a cabo primero entre las tropas, y aunque sabía que eso era lo que debía pasar para que el plan funcionara, no fue difícil encontrar el orgullo en su voz mientras me lo contaba. De haber estado de mejor humor, me habría divertido un poco con él, pero lo de la noche anterior me tenía con el pecho apretado y sin ánimo de nada más.

Pasé toda la mañana llevando fardos de heno de un camión a los establos, y aunque los caballos corrientes me gustaban mucho, no podía dejar mirar en la dirección de los otros equinos. Me los imaginaba angustiados, de pie con las rodillas cansadas en esos establos diminutos, y tenía que frenarme a mí misma cada vez que estaba lista para correr y juguetear con las cerraduras. Eli te mataría. Y no solo Eli, mis padres y todo el Cuervo de Cuarzo también, y vaya que tendrían razón para hacerlo. Lo único que casi lograba consolarme era el saber que Eli debía estar tan angustiado como yo, y que no se olvidaría con el tiempo de la suerte de las criaturas: pasara lo que pasara, podía contar con él para sacarlos de allí.

—¡Oye tú! ¡Niña!

Me hirvió la sangre. Niña. ¿Cómo lograban hacerlo sonar tan despectivo?

—Oye, te estoy hablando, ¿acaso no escuchas? —me regañó el hombre mientras me agarraba por el brazo.

—Suéltame —le dije girándome bruscamente—. Te escucho fuerte y claro sin que tengas que tocarme.

—¿Entonces por qué cuernos no me respondes?

—Estoy algo ocupada —respondí, dándole una mirada muy significativa al fardo que iba cargando—. ¿Qué quieres?

— La guardia va a utilizar los caballos a eso de las dos, tienes que tenerlos limpios y cepillados para llevarlos a la cancha de entrenamiento.

—¿Cuántos? —pregunté, sabiendo que no recibiría ayuda alguna.

—Cuatro. No envíes a los más grandes, estos niñatos no podrían montarlos en un millón de años. Qué va, cada vez los traen más débiles. Ya envían a cualquiera, mírate nada más, una mujer en las caballerizas… cuándo se iba a ver eso.

—¿Algo más?

Mi paciencia se agota muy rápido.

—No. Deja eso donde estaba, los muchachos terminarán de descargar el camión —antes de irse me miró muy serio—, y para la próxima, muéstrale un poco más de respeto a tus mayores.

Me mordí la lengua y dejé caer el fardo a un costado. Sabía muy bien que no debía meterme en problemas, pero eso no lo hacía más fácil en absoluto. Lo bueno es que me mantenía ocupada, y cuánto. Dentro del establo, los animales descansaban sobre el heno fresco o bebían agua, ‘no envíes a los más grandes’ pero claro, era imposible discernir unos de otros, eran un puñado de purasangres criados en un palacio: todos eran enormes. Escogí uno blanco, uno marrón, uno gris y uno con manchas que imitaban a una vaca; al menos podría llevar un poco de variedad en cuánto a color se tratara. Les ajusté las correas, y los saqué al patio antes de volver a cerrar las puertas, me monté en el manchado con el balde de jabón y el cepillo y guíe a los otros hacia una laguna que había visto esa misma mañana. No les haría nada de mal tener un rato para pastar al aire libre, además, extrañaba el agua como si de abstinencia se tratara.

Darles un baño a los caballos había sido más sencillo en el Borde. Allí, los animales no medían dos metros, y tampoco importaba mucho si quedaban algunas manchas por aquí o por allá, de cepillarlos ni hablar. Nadie nunca lo pedía, pero a Eli y a mi nos gustaba hacerlo de todos modos, aunque nos deteníamos apenas el sol pegaba fuerte y entonces nos íbamos a cobrar y luego al riachuelo. Al menos debía felicitarme por la idea de traerlos a la laguna: los caballos estaban felices pastando o sentándose bajo el débil sol de invierno que sin duda era mejor que la luz artificial del establo. A pesar de que hacía frío, me había quitado la

chaqueta y los zapatos, y había metido los pies a al agua, mojándome más de lo que era prudente.

Mientras frotaba el flanco de uno de los caballos, me pareció ver algo escondido entre los juncos. Era casi imperceptible, pero los años de entrenamiento que llevaba encima no eran en vano, y pude distinguir dos ojos, oscuros como la noche observándome desde las plantas. Pretendí concentrarme de nuevo en mi tarea, y luego con un movimiento rápido, me zambullí bajo el agua y nadé hasta encontrarme entre los juncos. Bajo el agua, pude distinguir un cuerpo similar al de una tortuga, con un caparazón y la piel como la de un reptil, pero allí acababan las similitudes; donde sus extremidades debían haber sido cortas y rechonchas, había largas patas flexionadas en un extraño nudo bajo el agua. En silencio, salí a la superficie tras el animal y me encontré con una cabeza simiesca con una cámara incrustada en el cráter que tenía en la coronilla. La extraña criatura parecía estar buscando algo frenéticamente en cerca de la orilla: me había perdido de vista y era claro que necesitaba encontrarme. No estoy presumiendo, no, pero soy muy rápida en el agua, no lo creerían si lo vieran. Volví a sumergirme en la laguna, no sin antes dar una última mirada al animal, y me apresuré a volver a la orilla, donde salí del agua pretendiendo que me incorporaba después de una caída.



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En el texto hay: fantasia, lgbt, fantasia juvenil

Editado: 25.05.2023

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