Habíamos pasado la mañana completa entrenando en las trepas. Algunos de mis compañeros estaban deshechos, un par incluso había devuelto el batido de proteínas que nos daban con el desayuno, y solo unos dos o tres parecían cansados, pero en buenas condiciones. Las manos me ardían de tanto subir la cuerda, y tenía los músculos ligeramente acalambrados, pero mi padre me había hecho pasar por sesiones de entrenamiento mil veces peores, y sabía que podía seguir sin muchos problemas al menos por un rato más.
Eso no significa que no haya sentido un ligero alivio cuando el sargento me pidió apartarme del grupo y me mandó a darme una ducha rápida y a ponerme el uniforme de la guardia real.
—Pero señor, aún no pertenezco a la rama real —le recordé.
—Ya lo sé muchacho, pero nuestra guardia está bastante ocupada, y me parece que puedes manejar la situación que tenemos a mano. Encuentra al General Cann y dile que te de un uniforme, dile que te mando yo.
—Sí, señor. A la orden.
—¿No quieres saber para qué se te requiere? —preguntó el general levantando una ceja.
—No es mi lugar, señor. Mi trabajo es seguir sus órdenes.
—Serás un buen soldado, muchacho. Ahora corre, se espera que estés en el hall central del palacio en exactamente cuarenta minutos. Ponte presentable, la que te está esperando es su alteza, la princesa Viana.
—Sí, señor.
Me duché rápidamente y amarré mi cabello húmedo en un moño en la parte alta de mi cabeza en vez de dejarlo secar naturalmente como siempre lo hacía. Cuando llegué al salón de bienvenida, la princesa todavía no había llegado, pero había un chico que debía tener más o
menos mi edad esperando al pie de la escalera. Aunque traía ropa para cabalgar, se veía que era costosa y de buenas terminaciones, y su cabello largo sujeto en una trenza con hilo rojo y dorado denotaban su carácter real. No fue necesario fijarme en la forma de sus ojos o el tono de su piel para saber que se trataba del Chamté Hiro, heredero al trono de Chiasa. No me había oído llegar, así que me aclaré la garganta para llamar su atención; no quería que pensara que había estado observándolo. Mientras menos razones le diera para recordar mi rostro, mejor.
—Oh —dijo dándose la vuelta—, no te había visto. ¿Eres tú el chaperón que han enviado para mi paseo con la princesa?
—Su alteza imperial—dije a modo de saludo, haciendo una reverencia—. Así es, me han enviado para hacerles compañía.
—¿Eres nuevo? —me preguntó, escrutándome con la mirada.
—¿Disculpe?
—No deberías mirar a los ojos a la realeza, no estás a la altura. Y cuando estemos cabalgando, quiero que te mantengas al menos cuatro metros detrás de nosotros. Necesitamos privacidad.
—Como ordene, su alteza.
Era una suerte que el trabajo me lo hubieran dado a mí y no a Bo. Tuve que reprimir una sonrisa al imaginarme la cara que habría puesto de haber sido regañada. Me estaba provocando, casi pude oírla decir. Por mi parte, debía ser especialmente cuidadoso cerca del Príncipe, pero volverme invisible no era un problema para mí.
—¡Princesa! —anunció volteándose mientras la princesa terminaba de bajar los escalones, transformando su mueca agria en una sonrisa radiante. Lo lamentaba por la princesa, pero realmente no era asunto mío—. Permítame decirle que luce maravillosa —dijo, besando su mano—, y por supuesto que usted no se queda atrás, ¿señorita…? Discúlpeme, creo que no recuerdo su nombre.
—Lilian, su alteza —respondió la chica con voz suave. Tenía un leve dejo de Chas bajo su perfecto Arcés, y sumado a sus profundos ojos almendrados, no fue difícil deducir que había sido otro el reino que la vio nacer.
—Lilian —repitió él, besando también su mano—. Encantado. Gracias por cuidar tan bien de la Princesa.
Lilian solamente sonrió, sin dirigir nunca su mirada hacia el rostro del príncipe. Había sido bien entrenada. Sin quererlo, sus ojos se encontraron con los míos, le sonreí, pero la doncella apartó la vista rápidamente.
—Su alteza —saludé a la princesa con otra reverencia—, señorita Lilian. Seré su escolta esta tarde, es un placer.
Para mi sorpresa, la princesa me tendió una mano enguatada para que la tomase, la besé superficialmente y me apresuré a tomar la de Lilian, quien estaba muy por encima de mi posición al ser una de las cortesanas de la princesa. Si el príncipe Hiro consideró que le había faltado el respeto a su prometida, no lo dejó entrever; su sonrisa perlada seguía tan vigente como cuando vio llegar a la princesa, y todo en él parecía radiar satisfacción.
Bo lo habría odiado. Y aunque nunca me dejaba impresionar por el carácter de las personas que no tenían ninguna relación conmigo, tenía que admitir que el sujeto tampoco me caía en gracia, y eso que sólo había estado cerca de él unos escasos minutos.
—¿Cuál es su nombre, cabo? —preguntó la princesa con lo que parecía sincero interés. Si le molestó mi falta de rango u experiencia, tampoco lo mostró.
—Myra, Elián Myra, a su servicio, su alteza.
—Elián, ¿si puedo llamarte así? —no esperó una respuesta—. ¿Están listos nuestros caballos?