—¡¡BO!! —me gritó Elián en la oreja.
—¡Ay! ¿Qué quieres? No es necesario que grites.
—Llevo llamándote un minuto —se quejó—. ¿Ya puedo darme la vuelta?
—Sí, estoy lista. Además, no es como si importara, ¿o sí? Mi amor.
—No, claro —dijo volteándose—. Nada que no haya visto antes.
Lily estaba sentada en el borde de la tina, me había dado una bata para que no tuviera que estar con el torso descubierto. Se lo agradecí y me apresuré a taparme, pero más por ella que por Eli, y en realidad más por la princesa que por ella. Ya sabía que no podía verme pero el asunto es que yo sabía que estaba justo ahí afuera, y eso era suficiente para ponerme tímida.
—¿Están seguras de esto? —nos preguntó Elián.
—Siempre supe que mi vida sería corta —dije yo, y Lily me lanzó una mirada angustiada— Perdón. Mal momento para bromear.
—Confiamos en ti, Lily —la tranquilizó Elián mientras me lanzaba una mirada de advertencia—. Además, Bo no siente dolor en el agua.
—¿Puedes recordarme dónde aprendiste a suturar una mano? —le pregunté. Quizás no podía sentir dolor bajo el agua, pero lamentablemente no podía vivir dentro de la bañera.
—No lo hice —admitió Lily—. Pero sé tratar heridas menores y remendar vestidos. Elián y yo nos miramos.
—Eso basta —dijo él, y yo asentí.
La falda de Lily estaba mojándose con el agua de la bañera, pero ella estaba muy ocupada limpiándome la herida y enhebrando la aguja con la que iba a coserme la mano. Le temblaban
ligeramente los dedos, y yo mantenía la vista fija en ellos para ignorar como mi propia muñeca se movía de la misma manera.
—¿Estás lista? —preguntó Elián.
Ambas asentimos, sin saber a quién se refería.
—Aquí vamos —dijo Lily prácticamente en un susurro, y enterró la aguja en mi mano.
Apenas sentía cosquilleo mientras el hilo salía y entraba, de algunas puntadas comenzaron a caer solitarias gotas de sangre, y aunque no dolía, podía sentir como mi mano estaba caliente y palpitaba. Lily tenía la cara de un tono verdoso, y Elián estaba parado muy cerca de ella, como si estuviera esperando que se desmayara en cualquier momento. No la culpaba, yo misma estaba horrorizada mirando, pero también extrañamente encantada. Si bien sentía mucho asco, no podía apartar los ojos de los dedos de Lily, fascinada por como la aguja se enterraba en la carne y salía desde ella con una facilidad impresionante, como si la doncella no estuviera cosiendo a un ser viviente sino una simple servilleta.
—¿Estás segura de que estás bien? —preguntaba Lily cada cierto rato.
—No siento nada —respondía yo invariablemente.
Después de lo que pareció una eternidad, Lily cerró la última puntada y dio por terminado el trabajo. Estaba tan pálida como una hoja de papel, y se había llevado la mano a la sien, intentando calmar un latente dolor de cabeza. Me sentí horriblemente culpable; aunque todo había sido un accidente, podría al menos haberle ahorrado a Lily una tarea tan perturbadora como coser carne viva si me hubiera ocupado de la puñalada cuando debí hacerlo, en vez de pretender que nada estaba pasando.
—Yo me encargaré de eso —le dijo Elián a Lily cuando vio que estaba por coger las hojas de aloe vera—. Necesitas descansar.
—Estoy bien, puedo seguir.
—Yo creo que no —la forma en que Eli lo dijo no daba lugar a respuesta. Dejó el aloe en la canasta y salió a la habitación, dejándonos a Lily y a mí sumidas en un silencio cansado y doloroso.
Cuando volvió, le dijo a Lily que la princesa se encargaría de que tomara un baño y reposara, a lo que ella, acostumbrada de toda la vida a ser una doncella, se opuso por un buen rato hasta que Viana pudo convencerla de que era necesario y que, si no aceptaba tomarse la tarde y ser atendida por las buenas, se lo ordenaría. Todo esto lo escuchaba a medias, como si los otros tres estuvieran tras una pared. Me dejé caer por completo bajo el agua, y me quedé dormida antes de que Eli pudiera volver a atender mi quemadura.
Cuando me desperté, ya estaba oscuro afuera. El cielo todavía estaba de ese azul vívido que tiene cuando acaba de anochecer, el mismo que tenían mis ojos en el día a día, cuando estaba tranquila y ninguna emoción potente los hacía cambiar de color. Me avergonzaba saber que Lily había visto mis ojos cambiar mientras atendía mi herida, me avergonzaba incluso más que haber estado semidesnuda frente a ella. Había algo sobre mis ojos que me hacía sentir vulnerable, el que delataran cómo me sentía me hacía sentir expuesta, aunque era una preocupación ridícula, puesto que Eli era el único que había logrado descifrar qué significaba cada color además de mí.
—Veo que estás despierta —me saludó Elián desde su cama. Tenía a Pyra enrollada sobre sus piernas y un libro boca abajo sobre la cama que estaba leyendo—. Creí que no despertarías hasta mañana.
—Ojalá tuviera tanta suerte —dije—. Gracias por dejarme con la ropa empapada puesta, eres todo un caballero.
—Ya lo sé, quería ahorrarte el dolor —me respondió, evidentemente sin ganas de bromear. En ese momento noté lo cansado que se veía, con los hombros hundidos y la piel sin brillo. Tenía la boca apretada en una delgada línea, como hacía siempre que algo lo tenía preocupado, y evitaba devolverme la mirada trazando las manchas sobre la piel de Pyra—. Oye, Bo… quería pedir-