Fue tan sólo un instante, pero fue suficiente para que me fallaran las piernas.
Elián reaccionó de inmediato, sujetándome justo a tiempo para que no me golpeara la cabeza. Lo escuchaba hablándome, preguntándome si estaba bien, pero no podía responderle, mi cabeza y mi boca no conectaban. Esta vez había sido demasiado potente.
Ocurrió como las otras veces, sólo bastaba un estímulo, una chispa, y las visiones se disparaban. Esta vez había sido el roce de manos, cuando los dedos del príncipe sujetaron los de ella, se apareció su figura frente a mí, cubierta de sangre y chillando mientras alguien qué no podía distinguir la cargaba sobre sus hombros. Esta vez no lo vi dentro de mi cabeza, sino que directo frente a mí, difuso como el reflejo en una ventana, y me dejó una impresión tan fuerte que las piernas dejaron de sujetarme.
—Lily, ¿estás bien?
Esta vez si logré enfocar a Elián, se había arrodillado junto a mí y sujetado mi mano. A nuestro alrededor se aglomeraba un pequeño grupo de invitados, y aunque no era probable que me hubiesen reconocido, agradecí mucho el llevar un antifaz, porque no habría soportado las habladurías que rodearían a la señorita y a mí misma cuando los otros empleados se enteraran.
—Sí —logre decir. Tenía un fuerte dolor de cabeza que no me dejaba hablar con tranquilidad—. Necesito descansar.
—¡Lily!
La aglomeración había llamado la atención de la señorita, quién llegó corriendo seguida por el príncipe, que lucía igual de molesto que cuando Bo se cayó del caballo.
—¡¿Qué te pasó?! —me preguntó, pero lo pensó mejor y se dirigió a Elián, angustiada—
¿Qué le pasó?
—No lo sé, su alteza —apuró él—, se desplomó. Quizás está muy cansada, ha estado trabajando mucho. Si me lo permite, la llevaré al hospital.
—¡No! —conseguí decir—. Por favor no, tan sólo quiero ir a mi cuarto.
—Te acompaño —ofreció la señorita—, si quieres poddemos ir al mío. Elián, ¿me ayudarías a llevarla?
Antes de que él pudiera responder, el príncipe Hiro tomó a la princesa por la mano y le murmuró algo al oído, cuidadoso de que nadie pudiera oírlo.
—Pero… —le respondió ella, a lo que él negó con la cabeza. La señorita me miró con culpa, pero no estaba en condiciones de tranquilizarla, por suerte, Elián volvió a entrar en escena y no se ofreció a llevarme personalmente a mi habitación.
—Por favor, procura que le preparen un té caliente, y pide que le avisen a Selma —pidió la princesa—. Necesito que alguien esté pendiente de ella.
—No es necesario, señorita —alcancé a decir, pero ella ya había dado el asunto por zanjado, y el Príncipe Hiro se apuró para sacarla de allí. No era asunto mío, pero cada vez me gustaba menos ese hombre para desposar a la señorita, ¿cómo podía haber pensado que era un galante romántico?
Elián me ayudó a levantarme, y se apuró a darme su chaqueta a pesar de que no hacía frío. Mi cuerpo no dejaba de temblar, pero no fui capaz de decirle que el problema no era la temperatura, sino la imagen mental de la señorita cubierta en sangre, y el chillido que salía de su boca y que todavía no podía sacarme de la cabeza.
—¿Debería quedarme con ella? No quiero dejarla sola, pero no me parece prudente… — dijo Elián pensativo.
—Quédate un rato —le respondí, no tenía ganas de estar sola. No con esos pensamientos persiguiéndome—, si puedes, claro.
Me miró extrañando, pero terminó por sonreírme.
—¿Como sabías en qué estaba pensando? —me preguntó.
—Porque tú mismo lo dijiste —contesté molesta—. No es momento para jugar.
—Lo siento —se disculpó—, tienes razón. ¿Por dónde a tu dormitorio?
Elián me dejó en mi cuarto y partió a la cocina a buscarme una taza de té, no sin antes hacerme prometer que no haría ningún esfuerzo y lo esperaría sentada en la cama, tal y como él me había dejado. Dos de mis compañeras que ya estaban en la habitación lo escanearon de los pies a la cabeza, y me lanzaron un par de miradas, ansiosas porque les contara de qué se trataba todo esto. La verdad es que no tenía intención de comentar nada, ellas ya sabían que la señorita me había invitado a la mascarada, y si querían imaginarse cosas extrañas con Elián, pues tendría que aguantar el chisme. Al final no había podido hacer nada para evitarlo.
Aunque ya me sentía mejor, me desvestí con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco; tenía miedo de que cualquier cosa pudiera gatillar una visión como la anterior, y no estaba mentalmente preparada para eso. Me dejé caer suavemente sobre el edredón, exhausta y sin ninguna intención de quitarme el maquillaje o desarmarme el peinado y cepillarme el cabello. Ya está, pensé, no puedes seguir ignorando esto. Había logrado guardarlo en el cajón por casi una quincena, ignorando mis pesadillas y las ventanas a esa otra realidad que me asediaban un día sí y el otro también. Pero esta noche había sido la gota que rebalsó el vaso; la visión había sido clara, nada de sombras o voces distorsionadas, y no podía soportar lo que había visto, especialmente desde el momento en el que me di cuenta de que la señorita llevaba puesto su vestido de novia en la escalofriante visión. Lo peor de todo era que no sabía lo que significaba, y mucho menos dónde empezar a buscar. La única pista que tenía era un estúpido