Cuervo de Cuarzo

XXXIII: La gota que rebalsó el vaso [Lily]

Sabía perfectamente que no era mi lugar emitir juicios de valor sobre lo que acababa de ver, pero entre la decepción y la rabia no había espacio para pensamientos coherentes, y lo único que podía hacer para calmarme era manipular las ropas de la señorita con fuerza, y tomarme mucho mucho tiempo en escoger un atuendo para que tuviera que quedarse sentada en su cama envuelta en la toalla, pensando en lo que había hecho.

¿Cómo podía la señorita entrometerse entre una pareja casada? Y lo que era aún peor, ¿cómo podía esa… esa maldita, malagradecida mujer, engañar a alguien tan dulce como Elián? Desde el primer momento supe que alguien como ella solo podía traer problemas, pero el que precisamente la señorita hubiera caído entre sus garras, y peor, que lo hubiera estado disfrutando, me parecía ya el colmo de la desgracia. Y pensar que Elián tenía a Bo en un pedestal, sólo había que escucharlo, siempre la defendía, abogaba por ella, ¿y para qué? Para que le vieran la cara de esa manera.

Yo sí lo respetaría, pensé, y tuve que contener una lágrima. ¿Por qué nunca podía tener nada bueno? ¿Porque alguien como Bo, traicionera y un completo desastre, tenía a un hombre que no se merecía mientras parecía que yo debía quedarme esperando para siempre? ¿Por qué trabajaba como criada en un palacio cuando se suponía era una princesa? ¿Por qué tenía que vestir a quien podría haber sido mi igual, mi amiga, cuando me correspondía a mi también una doncella que me arreglara la ropa? Por más que lo intenté, no pude dejar de pensar en eso por un buen rato, incluso cuando partimos en dirección a la lección iba distraída, diría que hasta amargada. Lo único bueno era que la princesa estaba también visiblemente incómoda, y no intentó conversar conmigo en todo el camino.

Me paré junto a la pared como siempre lo hacía, la espalda recta, la mirada fija en algún punto lejano, callada mientras la institutriz hablaba en una voz monótona sobre algo igual de monótono como la forma correcta de tomar la taza en el imperio vecino (de la misma manera)

o de cómo era preferible sonreír cuando estuviera cerca de la familia imperial (de la misma manera). Me sentía como en piloto automático, pero con una falla de sistema; todo parecía ir como debía ir, pero un poco hacia la izquierda, como desenfocado, pero tan levemente que me hacía preguntarme si acaso no estaba volviéndome loca. Los pequeños ruidos comenzaron a agudizarse, el golpe de la cucharilla contra la taza de porcelana, el golpeteo de las uñas de la institutriz sobre la mesa mientras Viana vertía la cantidad exacta de infusión, el caer del líquido, la respiración del Chamté Hiro, el tic toc del reloj sobre la pared, sonidos que debían haber pasado desapercibidos parecían martillarme el tímpano, amenazando con hacerme perder la cordura. Incluso el palpitar de mi propio corazón y el sonido de respiración parecían haberse multiplicado, comencé a sentir como gotas de sudor frío caían por mi espalda y mi temple, mientras todo daba vueltas y vueltas, y tuve que apoyarme en la pared tras de mí para no caerme y tratar de tranquilizarme. Pero el vaso se rebalsó un momento después.

Un segundo el príncipe Hiro estaba acercándose a la señorita, y al siguiente yo estaba encima de él, empujándolo lejos de la princesa. Mis modales, mi entrenamiento, incluso mi sentido común, nada de eso importó cuando la visión se me impuso de nuevo: el grito ensordecedor, la sangre sobre la señorita. Ni siquiera registré mis propios movimientos hasta que sentí su cuerpo contra mis manos, y me quedé helada bajo su mirada fulminante, sin entender bien lo que yo misma acababa de hacer.

Todo ocurrió muy rápido, tal y como estaba ocurriendo todo lo que terminaba en desastre últimamente.

El príncipe Hiro, furioso, tomó la tetera entre sus manos y me la lanzó encima. Grité antes de que el líquido caliente me tocara, de puro miedo y anticipándome al dolor. Pero cuando el té hirviendo cayó sobre mi vestido no sentí nada, ni siquiera un poco de calor, y no se me ocurrió nada más que salir huyendo antes de que alguien pudiera notarlo.

 

Escuché los tacones de la princesa mucho antes de que pudiera encontrarme, y a pesar de que pude haber seguido huyendo, preferí esperarla. Una parte de mí seguía enfadada con ella, pero la otra (y la que pesaba más en ese momento) necesitaba a una amiga para desahogarse, y a pesar de que estrictamente no éramos iguales, Viana era la persona más cercana que tenía,

y la única que creía podía consolarme. Pareció aliviada cuando dobló la esquina del corredor y me vio en uno de los sillones, se sentó a mi lado sin decir nada, pero sus ojos iban del té derramado sobre mi vestido a mi cara y de mi cara a mi vestido, hasta que por fin se decidió a hablar.

—¿Sabes? —dijo mirándome fijamente—, no hace mucho me di cuenta de que todo el mundo miente, todos ocultan secretos. Pensé que había hecho las paces con eso, que era algo a lo que me acostumbraría tarde o temprano.

Hizo una pausa para dejarme hablar, pero no abrí la boca.

—Pero lo que no sabía era lo mucho que dolería —continuó—, cuando descubriera que incluso mi mejor amiga había estado mintiéndome.

¿Y acaso usted no ha estado mintiendo?, pensé con amargura. No se me pasó por alto que me había llamado su mejor amiga, y si no hubiera sido presa en ese momento del enfado y del miedo, habría incluso saltado de felicidad, pero el momento se había perdido. Quería pelear, quería gritar, no necesariamente a ella, sino a cualquiera que quisiera oírlo. Había esperado tanto tiempo por una amiga, y ahora que la tenía, estaba ocupada ahogándome en problemas mucho más urgentes.



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En el texto hay: fantasia, lgbt, fantasia juvenil

Editado: 25.05.2023

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