▪Limitado▪
Por mucho que su interior lo deseara, no se acuerda de cómo comenzó todo eso. Quizá fue culpa de Himuro. Quizá fue su culpa. Quizá fue culpa de ella.
No, de ella no. ¿Quién iba saber de que su nariz terminaría por impactar con esa amplia espalda suya, en lo que él había dejado de prestarle atención para seguir comiendo de esos dulces que traía consigo? Porque sí, quizá él no se había dado cuenta, y quizá no había sido consciente de que hace unos instantes la estaba observando, pero la realidad a la que estaba mostrándose de esa manera; parpadeando lentamente como si la situación le hubiera parecido patética, como si el golpe que se acababa de llevar la chica por su enorme presencia tras esa puerta hubiera sido un torpe descuido de ella y no tenía porqué disculparse, era otra a la que él no le importaba. Casi tanto, o igual, que la escuela y los entrenamientos a los que prefería no asistir.
Con un tenue rubor en sus mejillas y una avergonzada risita, fue ella quién se disculpó antes de dirigirse rápidamente hacia el final de los pasillos como una centella.
Claro que podía recordar aquel viernes, ese día descubrió que ella pertenecía al club de música, mas no la razón por la que dejó de masticar su delicioso maiubo hasta verla girarse hacia él.
—Atsushi, no.
—¿Hm? —detuvo su mano a centímetros de la parte superior del plástico que cubría dichoso dulce. Su amigo le lanzó una mirada para que no hiciera lo que estaba a punto de hacer en ese momento, se iba a ganar otro regaño por parte del docente si se atrevía a comer dulces en plena clase otra vez, algo que no sorprendía para nada a Tatsuya.
—Espera un poco más, ya casi es hora del almuerzo.
—Ah... —no le quedó más opción que resignarse; su estómago tendría que esperar un poco más, por muy difícil que fuera—. Muro-chin, esas son mías.
—Copia los ejercicios, Atsushi, te vas a atrasar.
Murasakibara hizo algo muy similar a un mohín cuando vio que el azabache había tomado su bolsa de gomitas para guardarlas bajo el cierre de su propio bolso que usualmente todos los estudiantes usaban en el instituto. La tranquilidad en la sonrisa y la mirada de Himuro lograba que las quejas de su amigo continuaran siendo en voz baja, en susurros que podían ser oídos sólo entre ellos, debido a que todavía seguían en clase de álgebra y el jugador de dos metros aún ni había sacado su cuaderno del área por estar tan atento en las explicaciones que dictaba el profesor. Y lo más probable era que la próxima semana tuvieran una prueba sobre ese tema.
• • •
Sus ojos púrpuras parecían adquirir ese frecuente brillo que aparecía cada vez que se encontraban con un nuevo dulce, mientras abría la envoltura de aquella golosina calificada como su favorita, esa que llevaba por nombre "Nerunerunerune", lo iba disfrutar mucho después de haber terminado las gomitas con forma de osito que su amigo azabache se los había guardado hasta que el timbre indicara la hora del almuerzo. Fue realmente difícil para alguien como aquel jugador de dos metros que amaba comer, en especial los dichosos dulces que parecían ser lo único que podía mantenerlo despierto.
—Mañana la práctica terminará temprano —contó de repente Himuro en medio del silencio que se había formado—. Un incidente con el club de Volleyball.
—Hm... ¿En serio? —la voz de Murasakibara no sonaba demasiado clara, pero pronto se fue entendiendo más—. ¿Cómo es eso?
Cuando el pívot le dio otro bocado a su dulce, no oyó nada más que la voz de Tatsuya comenzando a relatar, resumidamente, cómo era posible que la entrenadora permitiera la finalización del entrenamiento más temprano de lo que no era normalmente. La razón no era tan interesante a decir verdad, y eso lo supo Atsushi desde el inicio, por lo que ahora parecía perdido en su propia mente, viéndose incapaz de oír las pocas palabras que había pronunciado su amigo. Y cuando se llevó otra pequeña cucharadita a la boca, pensó que pondría los pies sobre la tierra y eso se lo daría a entender con un estoico "Hm...". Sin embargo, eso no fue posible, ni si quiera pudo sacar la pequeña cuchara del interior de su boca. Se había quedado ahí, quieto otra vez, mas no sus ojos.
¿La razón? No la sabía; pero Himuro sí.
—¡Vuelve aquí!
—¡No me alcanzas!
—¡Devuélveme eso o te saco la m!