La voz de alguien llamándome mientras mueven mi hombro me hace abrir los ojos.
Cubro mis labios mientras bostezo y luego veo a mi primo, que se esta estirando, muy incomodo, en su lugar.
- Ya llegamos -me levanto y salgo de nuestros asientos para sacar mi bolso.
Cuando ya estamos fuera del aeropuerto y nos subimos al taxi lo primero que veo en mi celular son llamadas y mensajes, de mis padres. Luego el hecho de que mi línea móvil no funciona en Costa Rica.
- Aún estas adormilada, ¿no Laana? -despego mi vista del celular al escuchar mi nombre en los labios de mi tía, me mira con una sonrisa.
- Oh, si, ha sido un viaje largo -comento mientras apago el aparato, actualmente, inservible.
- ¿Algún mensaje del novio? -pregunta entusiasmada.
- Por ahora no... -le sigo el juego, no quiero molestarles el día con la noticia y tampoco es algo que quiera pensar mucho.
- Creí que lo invitarías...
- ¡Mamá! -grita Marcus, sus padres, y yo lo volteamos a ver, sorprendidos-. No seas chismosa, ya te pareces a Chris.
- No te atrevas a compararme con esa cosa chismosa -dice ella fingiendo indignación-. No le digas que dije eso -me pide y supongo que es alguien de la familia.
En ese momento mis tíos empiezan a hablar y yo miro a Marcus, agradeciéndole, él hace un gesto para restarle importancia.
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- Uy, Chris si va a preguntarte por el chico, ¿Samuel, verdad? Trata de evitar la ptegunta -dice como consejo dándome unas palmadas en la rodilla.
- Entiendo, gracias -digo amable pero ni siquiera sé quien es la mencionada.
Bajamos del taxi y yo saco mis maletas. Marcus me sonríe y señala el edificio que aparentemente es el hogar de mi abuela.
- Compró el departamento hace unos años -me cuenta mientras entramos a un ascensor.
Cuando las puertas se abren apenas puedo salir cuando siento unos brazos rodearme.
Miro a mi tía Ana muy confundida y ella sonríe, pero dudo que haya visto mi preocupación porque unos lentes oscuros cubren mis ojos.
- Estas toda alta -dice un hombre de cabello rubio, un poco más alto que yo, afirmo con la cabeza sonriendole-. Soy Chris... ¿Cristian? Tu tío -sus intentos, nulos, para que lo recuerde solo me hacen sonreirle de nuevo, apenada.
- La agobias -dice una chica un poco más joven-. Soy Laila, querida, me alegro de volverte a ver.
- Gracias... digo, igual, estoy emocionada -Christian entrelaza su brazo con el mío.
-¿No vinieron tus padres?.
- No, están ocupados -miento.
- Christian, no empieces con tus preguntas -dice Laila en un perfecto español y me cuesta unos segundos saber lo que dijo.
- Ay, mae, Laila cállate -dice con desdén, también en español y con una palabra que no logro reconocer.
- Nunca dejarán de pelear -dice una voz un poco baja y ronca, mi vista viaja hasta un señor mayor, de cabello gris-. Hola, Laana -extiende su mano hacía mi y yo la tomo.
- Hola señor -me sonríe con cariño y me jala un poco hasta que me acerca para abrazarme.
- Igual a tu madre -me dice con dulzura, sus manos se apoyan en mis mejillas y sonrío-. Vamos adentro -me invita a pasar y miro a mis tíos, extrañamente nerviosa.
Veo a varias personas en la sala del lugar, él cual es enorme, yo sigo el paso del señor mayor que me lleva, tras dejar mis maletas en la entrada.
Llegamos a lo que parece ser el comedor y me encuentro con una mujer mayor, de cabello claro, aún no blanco, que habla con unos niños.
Ellos al verme, se voltean a verme y empiezan a susurrar algo.
- ¿Qué pasa? -pregunto en mi idioma natal, irlandés y me miran raro-. ¿Qué? -digo ahora en español y sonríen.
- ¿Porqué usas lentes? -dice el niño curioso.
- Bueno... -trato de responder en su idioma-. Los necesito.
- Pero estamos bajo techo -dice la niña, burlona, cuando mi cerebro logra analizar lo que dijo, respondo.
- Oh, si, claro... -vuelvo a decir en irlandés y me los quito pero no volteo a ver a nadie.
Los niños se ríen divertidos y salen corriendo del lugar, vuelvo a ponermelos con las manos temblorosas.
- Ven, aquí, dale un abrazo a tu abuela -miro a la señora que me habla y yo me acerco despacio-. Tranquila, linda, que no muerdo -me asegura y cuando me abraza me da unas palmadas en la espalda-. ¿Me entiendes?
- Si -digo cuando me separo de sus brazos, me habla en español-. Algo así... -no puedo evitar responder en mi idioma la última palabra y me sonríe.
- Me alegra que estés aquí, ¿dónde están tus hermanos? -palmea mi mano, antes de levantarse, aparentemente, emocionada-. Y mis hijos, esos chiquillos se han desaparecido años con mis nietos, me deben una disculpa.
- Ellos... -ella es más rápida al moverse que yo al pensar en como responderle sin equivocarme-. No vinieron.