Arael no pudo decir nada, solo vio a la ángel llevarse a su amada en brazos a un lugar desconocido, agarra la espada con fuerza y camina molesto hacia su objetivo.
No podía dejar que escapara y le hiciera más daño a las hermanas, ni a nadie.
- ¡Deja de seguirme maldito fenómeno! -grito Abaddona cuando ya se encontraba a cuatro paredes y sin escapatoria, no tenía fuerza para usar sus débiles alas negras.
- ¿Cuál es tu problema? Se supone que tu querías a Egun -le recrimina Arael.
- Ella fue quien me abandonó para irse con esos estúpidos ángeles, eligió las gloria y el poder por sobre mi, es una manipuladora como todos ellos, habíamos decidido dejar todas esas órdenes para quedarnos en la tierra - la voz del demonio es seca, a veces se distorsiona y sus ojos cambian de rojo a negro con constancia-. No sabe todo lo que me hicieron por dejar de obedecer las órdenes, ¡el cielo no es como el infierno, maldición! -grita furioso golpeando la pared-. Mientras a ella le rogaron volver y la encerraron hasta obedecer, a mi me quemaron hasta que mi piel se caía y se volvía a crear...
- Tu fuiste un ángel Abandona, no soy nadie para juzgarte pero estuviste en lo más alto y caiste por tus pecados, no puedes culpar de eso a Egún, la conoces mejor que yo debiste entender lo que pasó -Arael mira la espada-. Yo sólo cobraré lo que has hecho...
- Sólo volveré al inframundo -responde sin darle importancia-. Volveré.
- Quedas libre del pago de los siglos, Abaddona -el demonio levanta su mirada con confusión y cierra sus puños con fuerza, incapaz de moverse-, del pecado, libre de tu alma y de tu vida, que tu espíritu sea parte de la tierra -las cadenas se hacen visibles ante los ojos de ambos seres, las cuales causan la inmovilidad de Abaddona.
- ¡Detente! -grita con pánico, viendo como sus alas empezaban a tornarse blancas y luego desaparecen como humo-. ¡No sabes lo que haces!
- Y que tu parte en la creación... sea de santo trato -levanta la espada.
- No lo hagas, ¡no! -atraviesa su cuello con la espada, su cuerpo se envuelve en luz y se retuerce hasta caer de rodillas al suelo-. Ella fue lo único de lo que no me arrepentí.
- Se lo diré -dice antes verlo esfumarce junto al aire-. Pero eso no cambiará nada.
Deja sus alas libres y vuela en busca de Egún, sin mucho tiempo.
- Ellas ya se encuentran con nosotros, Samuel -habla una ángel de cabello plateado, la misma que los había encontrado cuando él hizo a Laana recordar porque no usaba su poder-. No debes preocuparte más, devuelveme la espada, no te quitaremos las alas.
- ¿Dónde están? -pide saber agarrando el arma con fuerza, pero los angeles lo aleja.
- En un buen lugar, no las dañare, te lo aseguro para mi son como mis diamantes y tu eres solo un estorbo, adiós -apunta su mano hacia él y le tira una honda de aire que lo manda hacia el suelo con fuerza.