Daño Colateral

Capítulo 9

Capítulo 9

504 días antes del suicidio

Alex

«…Siempre cuesta un poquito

empezar a sentirse desgraciado

antes de regresar

a mis lóbregos cuarteles de invierno

con los ojos bien secos

por si acaso

miro como te vas adentrando en la niebla

y empiezo a recordarte».

Era la tercera vez que recitaba el poema en mi mente, quizá con la esperanza de que mis otros pensamientos se apaciguaran y me permitieran continuar mi camino.

En realidad, no tenía ningún plan en mente, iba a ciegas, solo siguiendo mi impulso, haciendo lo que creía correcto. Era la única forma que conocía, planear no me había resultado bien con Anne.

Pero, una cosa era cierta, la valentía se me iba al piso en cada paso que daba, enserio deseaba hacerlo, pero me asustaba que este fuera el fin de algo que ni siquiera había comenzado, en primer lugar. Porque siempre había tenido claro que esas eran las cosas que más dolían.

Cuando la incertidumbre se vuelve tormentosa y desgarra las esperanzas. Entonces, te llenas de dudas, de todas esas preguntas que nunca podrán ser resueltas.  

«¿Qué habría ocurrido si nos hubiésemos tenido miedo de amarnos?» 

Seguía sin tener claro si era pertinente, de mi parte, que hablara de amor, porque también era consciente que ese sentimiento podría solo estar disfrazado por un simple capricho. Como cuando quieres algo y al primer intento no lo puedes conseguir, comienzas a sufrir por ello. La paciencia se halla nula, y el desespero te comienza a jugar malas pasadas.

Pero, por otro lado, estaba sintiendo tanto y tan rápido, que me estaba ahogando. No era posible que esto pasara así, y sí es que lo era ¿por qué conmigo?

Había hablado con Adrien, y aun sin entender el por qué, se ofreció a ayudarme. No puso ninguna objeción, ni dijo nada que me hiciera meditar del todo lo que iba a hacer, lo cual agradecí.  

Tenía claro que, de otra manera, me sería imposible hablar con Anne. Ya había intentado comunicarme con ella de muchas maneras, pero no conseguí nada. Estaba huyendo de mí o solo me estaba odiando, y cualquiera de las dos opciones me causaba un terrible malestar. O quizá eran las dos cosas.

—¿No que muy valiente? —Me dije, en voz alta.

Di un paso dentro de aquel lugar, y por más colorido que se viera, no le cambiaba lo que era. Caminé por el sendero marcado, entre tumbas y un millar de flores. Recordando las indicaciones que me había dado Adrien, de mantenerme en el sendero y que al final solo aparecería lo que buscaba. ¡Poético!

Lo poco que le había entendido es que ella solía venir a visitar una tumba, cada cierto tiempo, sin falta. Adrien mencionó demasiadas cosas, que al final solo terminaron enredándome, así que solo las omití y decidí recordar lo importante, que en este caso era el lugar y la manera de llegar a Anne.

Admito que preferí no preguntar mucho sobre ese tema, en parte porque prefería que fuese ella quien me contara, por su propia voluntad. Y porque los temas referentes a la muerte, me asustaban. Me asustaba que ella estuviera tan familiarizada con esto, tanto para pasar tiempo aquí, como un ritual.

Desde que tenía uso de razón, pensar en la muerte me aterraba. No era en sí el sentido de morirnos sino más bien la incertidumbre de no saber qué iba a pasar después dé. ¿Qué había más allá? O, ¿era solo el fin? Había algo que odiaba con todo mi ser y eso era la incertidumbre, irónicamente era lo mismo que me atraía de Anne.

Intenté centrarme en preparar mi mejor discurso, con el cual ella me pudiese otorgar el perdón que tanto había estado anhelando, pero era difícil mantener mi mente enfocada cuando leía cada nombre en las lápidas: hombres, mujeres, niños, ancianos… Todos reducidos a un recuerdo con un nombre tallado en piedra. Lo que nos esperaba a todos, increíble propósito, si es que se puede llamar a eso un propósito.

Por alrededor de cinco minutos caminé en línea recta, hasta que una figura erguida junto a una pequeña lápida se hizo presente: Anne. Pude reconocerla enseguida, no era difícil.

Sentí que se me abría un hueco en el estómago.

La consciencia me pedía que me detuviera y que me diera la vuelta para marcharme de ahí, pero mi cuerpo era desobediente, como si ella fuera un imán que me jalaba con tanta fuerza que no tenía forma de resistirme.

Al acercarme más me percaté de que llevaba puesto el mismo vestido del día en que nos topamos en la tienda. En realidad, me seguía pareciendo horrible, de color café y las mangas. El pelo lo llevaba medio recogido, puesto que, por lo corto, algunos cabellos se le escapaban.

Pero, aun así, se veía preciosa. Incluso mucho más de lo que recordaba. Ella era un sueño, así, ni bueno ni malo, solo eso, un sueño.

No me detuve contra mi propia voluntad, aunque me sentía a punto de sufrir un colapso nervioso. Y ella me vio, tenía la vista puesta en el camino por el que yo llegaba. No hubo un mínimo cambio en su expresión, ni siquiera había alguna expresión que me permitiera saber qué pasaba con ella o que era lo que pensaba al verme de nuevo. 




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