Capítulo 22
10 días después del suicidio
Alex
—Cariño. —Escuché una voz llamarme—. Cariño.
Intenté abrir los ojos, pero se negaban a hacerlo. Me sentía mareado. Tras un segundo, una punzada de dolor me hizo llevarme la mano hasta la cabeza.
—¿Anne? —murmuré.
Tras decirlo, comprobé que también me dolía la garganta. Aun así, la idea de que Anne estuviera ahí, me hizo querer moverme.
Pasó quizá un minuto en completo silencio, hasta que volví a escuchar aquella voz, misma que se encargó de apagar mis esperanzas.
—No. Soy yo, Emilie. —Se me escapó una maldición—. ¿Quieres un poco de agua?
No respondí, no quería verla a ella. A ella ni a nadie.
Giré el cuerpo con lentitud, posando la vista en el techo. Logré abrir un poco los ojos, me ardían. Sentía la boca seca y unas profundas ganas de soltarme a llorar, de nuevo. Porque, por más que lo quisiera, Anne se había marchado.
Y estaba solo, francamente solo.
—Te traeré un poco de agua —dijo Emilie.
Aparté la vista del techo y la miré. Parecía consternada y supuse entonces que no debía tener buen aspecto.
Noté como se le iban llenando los ojos de lágrimas y las mejillas de un color carmesí. Se puso de pie al momento, dejándome ahí.
Me incorporé en el sofá, antes de echarle un vistazo a la jodida pared blanca, intenté encontrar una de las botellas de alcohol que había dejado antes de dormirme. Fue en ese momento en que me percaté de que todo el apartamento estaba en completo orden. Ya no había botellas vacías, ni colillas de cigarros, mucho menos las cajas de comida que había pedido.
Pasé las manos por mi rostro y después por la nuca. Al final terminé fijando la vista en el piso. Luché con todas mis fuerzas para que ninguna lágrima saliera.
Emilie apareció de nuevo. Me ofreció un vaso con agua y una pastilla. Miré los manos y ni siquiera tenía las fuerzas o las ganas para aceptarlo.
—Sería bueno que lo tomes —dijo, paciente—. Imagino que debe dolerte la cabeza. Te ayudará, te lo prometo.
Terminé por aceptarlo. Después de tomarme la pastilla, dejé el vaso en el suelo. Emilie se sentó junto a mí, y tras recoger el vaso, soltó un suspiro. Yo le había dado una copia de las llaves del apartamento, hacía ya bastante tiempo. Cuando había intentado devolvérmelas —por nuestra separación— le dije que no.
Ahora no estaba seguro de si haberlo hecho fue lo mejor. Hubiera preferido no verla, al menos no por ahora, ni mucho menos que estuviera mirándome de la forma en que lo hacía.
—¿Por qué estás aquí, Em? —le pregunté.
—Solo quería verte, han pasado días sin noticias tuyas —respondió, posando una de sus manos sobre mi rodilla—. Estoy muy preocupada por ti, cariño.
Resoplé.
—Odio cuando me tienes lástima, ¡lo sabes! No lo sigas haciendo, estaré bien, puedo hacerlo. Solo necesito unos días.
—No quiero que tengamos una discusión, no ahora —Suspiró, algo agobiada—. Y tampoco me pidas que me vaya, no lo haré. Si he venido es por qué me interesa tu bienestar, no por lastima. Te quiero, Alex.
Emilie me miraba con pena y quizá culpa. Conocía esa mirada y lo que venía después, así que preferí adelantarme.
—No lo digas, por favor —murmuré, sintiendo que se me llenaban los ojos de lágrimas—. Yo no puedo. No quiero hablar de nada ahora, Em.
—Está bien, pero no me pidas que me vaya —repitió.
Emilie acunó mi rostro en sus pecho cuando, sin quererlo de verdad, comencé a llorar de nuevo. Porque volvía a ser consiente de lo que había pasado, de que no estaba aquí y sobre todo, de que no había manera de tenerla de vuelta.
Y como si aquello no fuera poco, que iba a descansar a kilómetros de mí. Me habían arrancado el corazón sin piedad, sin tentarse la mano. Y, aunque lo había intentado, no era capaz de ser fuerte, no quería serlo. ¿Qué demonios suponía el ser fuerte?
Llevaba días deseando abrir los ojos y ver que la vida… mi vida no se había encausado, sino que seguía navegando. En otros momentos deseaba olvidarlo todo, que se me borrara la memoria o volver el tiempo atrás y nunca haber puesto un pie dentro de aquella maldita tienda.
Deseaba que su vida nunca se hubiera cruzado con la mía, porque entonces no estuviera matándome de la manera en que lo hacía.
—Aún siento que sigue aquí, conmigo —le confesé a media voz—, pero la busco por todas partes y no puedo encontrarla. La llamo y no me responde. La perdí de verdad, Emilie.
—Alex…
—Sabes lo que ella me dijo esa noche, nuestra última noche… no lo había entendido. —Despegué el rostro de su pecho y la miré directo a los ojos—. «Quiero irme, apagar las luces y estar tranquila», que yo era la razón por la que seguía ahí. Pensé que… pensaba que se refería al lugar donde estábamos. Sabes, creo que siempre lo supe y nunca quise entenderlo, sino que yo… ¡joder, Emilie! Debí, al menos, considerarlo.
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Editado: 30.11.2024