Transformación
Cuatro años atrás.
Nueva Italia, 2075
Su cara era pálida, sus ojos azules y su manera de pensar era distinta a la demás. Era una niña única, pero no única en el aspecto de destacar en belleza con las demás. No, su belleza era opaca. Era como una pequeña estrella en el cielo con una luz apenas predecible. Y eso era lo que la hacía diferente. Eso era justo lo que me hacía diferente.
Sí, yo desde muy pequeña siempre fui diferente a las demás.
La descripción anterior era mía. Una manera tan breve de redactarme pensando únicamente en lo que me distinguía y todo eso que me volvía diferente, la baja autoestima que tenía me hacía diferente, ya que ni yo misma era capaz de encontrar algo muy bueno a mi miserable existencia.
¿Cómo puedo despreciarme? Simple. Desde que tengo memoria conozco mi historia, la historia de la niña que fue abandonada por su madre al ser una recién nacida. La niña que decidieron abandonar para que su hermana no fuera opacada, para que su melliza acaparara todas las miradas sin ser juzgada por tener una hermana poco digna de formar parte de la familia. Todo lo que yo era no les convenía y fue por eso que me alejaron de sus vidas.
Mi madre, una mujer con tanta elegancia como la reina Isabel y tan hermosa como las rosas, había decidido tener una hija que ocupara el siguiente reino de Orifaz; la protectora del corazón que mantenía el equilibrio con lo que yo descifre como el elemento del agua. Un tanto ridículo, considerando que en mi infancia todo eso era una tontería ante mis ojos. En fin, tuve que comenzar a conocer mis orígenes, y eso me llevo a saber la verdad.
Por cada reino existe un protector, un descendiente de los fundadores que juraron al dios Ramik el proteger el nuevo mundo. En total; cinco reinos.
Lamentablemente para mí, yo no podía estar en ninguno de ellos y fue por eso que mi progenitora me envió a una de las cuatro ramas de la vida, el planeta llamado tierra.
Suspiro de cansancio. Es la primera vez que escribo más de un párrafo sin sentir que todo lo que he vivido en las últimas semanas es una ilusión.
Conozco pocas cosas de mi pasado y a pesar de eso para mí es tan real como la primera vez que Damaris me llevo a ese mundo.
Aun puedo sentir como todo mi ser se estremece al recordarla; cabello rubio, facciones infantiles, piel brillante y ojos azules, los mismos ojos que por desgracia compartimos; Narel era la culpable de todas mis desgracias. Su llegada al mundo después de mi nacimiento hicieron que yo fuera condenada al olvido y es por eso que no puedo evitar odiarla. No puedo dejar de pensar en que ella está disfrutando de todo aquello que a mí se me negó, que en estos jodidos momentos está riendo y jugando mientras un montón de sirvientas la sirven, mientras que yo me encuentro sola en una habitación diminuta, durmiendo en un viejo colchón de resortes con una cobija apenas resistente para el frio. El instituto del círculo es todo menos elegante y placentero.
Kol y Damaris son los encargados de nosotros, pero a diferencia del resto, yo fui entrenada de distinta manera. Los niños reclutados, son entrenados para la guerra y la infiltración. Asesinos profesionales en pocas palabras. Mi entrenamiento va más allá de eso, poseo una maldición que me hace peligrosa y aunque suene muy dramático es verdad. Si estoy enojada las sombras se desbordan, si estoy triste la muerte parece devorar todo lo que tiene vida a mi alrededor y si estoy feliz, no tardo en regresar todo la oscuridad.
La última vez que no pude controlarlo, mi hermana del orfanato termino muerta y su sangre en mi boca. Nadie entendía cómo fue que su cuerpo se tornó morado y su cuello desgarrado, yo solo recordaba pequeños destellos de mi enfado así como de sus suplicas; pero esa parte salvaje y mortífera no me dejo razonar.
Kol fue el primero en entender quién era, mis ojos eran la única prueba viviente de que por mis venas corre sangre de los Orifaz y aunque aún no entienden el porqué de mi maldición, ahora mi vida tiene un objetivo.
- Kaela ¿Segura de que no quieres ir con el resto?-dice una molesta Susan- Kol pidió que todos comiéramos bien ante de partir nuevamente a Hirakura, y quedarte en aquí no es justamente cumplir con sus órdenes.
Suelto un suspiro, no es la primera vez que me enfrento a uno de sus taques de mandona. Todo mundo sabe que ella tiene una clase de obsesión en complacer a nuestro líder, que no dudo que busque pretextos para ponerme en problemas y que Damaris me castigue.
-Kol sabe que no me gusta convivir con el resto- digo dejando la libreta y la pluma en su lugar. La mesita de madera apenas y puede sostenerse, así que procuro no mover nada con brusquedad- Y si no es mucho pedir, me gustaría estar sola.
Una maldición es soltada por sus labios y antes de que pueda siquiera hacer algo, sus manos agarran con fuerza mi cabello tirando hacia atrás y haciendo que caiga con brusquedad en el piso.
-¡Me tienes harta!- grita con rabia- ¡No tienes idea de cuánto te detesto. De cuanto te odio!
Intento controlarme. Enserio que lo intento.
Tiro de mi con fuerza, pero no consigo que suelte su agarra. Al contrario, ella me patea haciendo que esa corriente que tanto pánico me da, comienza a extenderse hasta comenzar a terminar con mi paciencia.
- ¡Eres una maldita!
Ya no lo soporto. No puedo aguantar.
Imágenes de mí asesinando me enferman y al mismo tiempo me da placer. Ella no es consciente de que solo está empeorando las cosas y que con cada grito solo hace que mi furia aumente.
NO puedo dejar que nadie me lastime. No puedo permitir que me pisoteen nuevamente. No puedo detenerme.
Antes de que si quiera pueda internar calmarme, esa parte salvaje se desborda y solo pienso en matar.
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Editado: 14.05.2019