Los días pasan y nadie viene a recogerme a Pineforest, el pequeño poblado dónde estoy, Gustav ya recuperado partirá mañana a Darknessys a averiguar la situación y porque no han venido por mí, el soldado teme que se haya producido un ataque sobre Darknessys y que cómo estamos aislados en la montaña no nos hayan llegado las noticias, Catrina como con todo, lleva la contraria, dice que sus pueblo tiene los mejores exploradores y que no ha sucedido nada, su teoría favorita que no me dice pero que escucho cuando discute con Gustav, es que mi marido está con Lady zorra cómo la apodado, cualquier día de estos va tener serios problemas con su lengua. Antes de irse Gustav, los ancianos, que son la autoridad del pueblo quieren convocar al pueblo para una ceremonia de promesa, la misma que querían hacerle a Erick cuando viniera a recogerme, me siento culpable porque ellos piensan que han hecho algo mal para que su señor no haya venido a visitar su poblado, así que para convencer a su señor de su fidelidad me van a hacer a mí el juramento.
He preguntado a Catrina en qué consiste y ella muy seria y convencida me ha dicho algo sobre una maldición que existe sobre los que beben de las aguas del río Plateado que es la que abastece al pueblo y que si no cumplen con la palabra que me van a dar esta noche moriran en el momento o en pocos días y que por eso era tan importante para ellos hacérsela a su señor.
— ¿Señora, me he burlado yo de usted en algún momento?— la voz aguda de Catrina llega a su punto más álgido al sentirse ofendida al dudar sobre la maldición.
— No te lo tomes a mal, es que nunca he oído hablar de ninguna maldición, pensaba que eran cuentos— intento que se calme.
— Pués pregúntele a Sander o a Fram, ¡Oh, no! No puede porque están muertos porque incumplieron su palabra— está furiosa.
— Pues si es tan peligrosa no la hagáis por mí, os creo, sé que me protegeréis— y es cierto, lo creo, son las personas más honradas y fieles que he conocido nunca, en el mes que llevo han conquistado mi corazón, sobre todo la gritona de Catrina.
— Es un honor para nosotros, no tenemos miedo porque vamos a cumplir nuestra palabra— cruza los brazos aún enfadada.
— ¿Y tengo algo que decir?— procuro interesarme para que no se enfade más.
— Sólo aceptar la promesa y ya está.
— ¿Y cuál es el origen de la maldición?— cómo no consiga aplacarla seguirá gritando y mis oídos ya me pitan.
— Para que molestarme si se ve a leguas que no me váis a creer— toma su cesto lleno de hojas de saúco.
— Venga, no te hagas de rogar, si no se lo pediré a Kyra— siento rechinar sus dientes aunque esté de espaldas. Kyra es la otra sanadora de la aldea, ella y Catrina compiten para ir a Ciudad Eire, la ciudad de las artes sanadoras, una de ellas será enviada allí dónde estudiará con los mejores sanadores del país.
— Anda, ponedme una taza de té— cede al fin— A ver— intenta poner sus ideas en orden mientras endulza con miel la bebida— hace siglos hubo una gran guerra, la causa, un objeto construido por los inhumans, nuestros ancestros, éste daría un poder inimaginable al que lo poseyera— sopla la bebida— los reinos se levantaron unos contra otros para conseguirlo, hicieron alianzas y otras se destruyeron, después de muchas batallas y muertes, el objeto no aparecía, entonces una hechicera tuvo una visión de dónde se encontraba, estaba escondido en el río Plateado, nacido de las lágrimas de los últimos elfos al saber el destino de la humanidad, protegido por la Ondina más poderosa de su linaje. Por supuesto todos fueron al río por el objeto pero la Ondina los destruyó uno por uno tal era su poder, pero un joven le llamó la atención, era igual que uno de sus amantes más queridos fallecido hacía cientos de años, él la sedujo con su belleza y consiguió que le diera el objeto, una piedra grande como un puño, en cuanto se la dió ordenó a la piedra que la matara y la Ondina desapareció. El joven repleto de poder y maldad conquistó a casi todos los reinos, menos a las tribus del norte, en una de la batallas a las orillas del río Plateado, una guerrera al ver a todos sus compañeros muertos lloró por primera vez en su vida, sus sollozos conmovieron a la Ondina que no estaba muerta. Le dijo que les ayudaría, le daría otra piedra con el mismo poder que le dió al traidor pero con una condición, devolvería la piedra cuando hubieran vencido sino moriría si no cumpliera su palabra— termina el té— vencieron, con el poder de la piedra y su valentía lo hicieron pero la guerrera no cumplió su palabra, no devolvió la piedra. La Ondina furiosa cumplió su promesa y la guerrera y todos sus descendientes murieron al instante, los demás miembros de la tribu asustados retornaron la piedra al hada, pero ella harta y dolida por las mentiras de los hombres los maldijo a todos, cualquier hombre o mujer que bebiera de sus aguas e hiciera una promesa tendría que cumplirla o moriría hasta que un alma pura conmovieron su alma— me mira fijamente— y parece que todavía no ha encontrado esa alma pura, seguimos con la maldición.
Los habitantes de la aldea están en la plaza del pueblo al anochecer incluido los niños, nieva y hace frío pero esperan estoicamente a que se haga el recuento para verificar que están todos, sí que creen en la maldición, me siento orgullosa de que quieran hacerme la promesa pero no creo nada de lo que me ha contado Catrina, ¿Ondinas? ¿Piedras mágicas? Es una historia muy bonita, nada más. Aunque pienso en la lágrima negra y lo que me ha sucedido con ella, en los sueños con la tal Kathy. ¿Pero Ondinas y una maldición de siglos? No, sólo es superstición me digo mientras termina el recuento.
Una vez listos espero sin saber que hacer.
— Os prometemos por la Dama plateada que os protegeremos con nuestra vida— dicen todos a la vez esas únicas palabras y se quedan callados esperando no sé qué.
— Di algo, un gracias por lo menos— me dice Catrina sin mover los labios.