Durante toda la noche la lluvia no había cesado prolongándose hasta el día siguiente con la misma intensidad. Todo el pueblo se cubrió con una densa cortina de gotas que no permitió a nadie salir de sus casas. Absolutamente nadie estaba fuera de su hogar, los campesinos guardaron sus herramientas, los niños no asistieron a la escuela, los comercios de la plaza lucían desolados, ni siquiera los animales se atrevieron a salir de sus refugios, parecía que el tiempo se había detenido en las calles. Este era un pueblo fantasma.
Todo lo contrario sucedía dentro de los hogares, las mujeres preparaban deliciosas comidas, los campesinos revisaban los muebles con desperfectos para arreglarlos y los niños hacían campamentos imaginarios con sus cobertores.
Solo en una casa no había movimiento. El escritor se encontraba en su sillón preferido frente a la ventana, observaba la lluvia, las calles tristes y los campos ociosos, mientras bebía sorbos de chocolate caliente, repentinamente esbozo una sonrisa mientras pensaba como esa lluvia que impidió a todo mundo salir de sus hogares y podría ser causa de melancolía o tristeza era una bendición ya que unió a todas y cada una de las familias.