Todos están de nuevo en ascuas; Reinaldo Malpica que es muy valiente, se acaba de poner al frente del general de la familia para finiquitar de una vez por todas su situación sentimental con Teresa; el se quiere casar con ella después de visitarla por un tiempo, pero Don Rafael notó desde un principio que Reinaldo no es el caballero adinerado y próspero que él aspira para sus hijas…
—¿Usted otra vez por aquí?
—¡Si Don Rafael, yo de nuevo!
—¡Si viene por lo mismo, la respuesta es no!
—¡Pero Don Rafael, yo tengo las mejores intenciones con Teresa, y no quiero que estemos escondidos!
—¿¡Usted me está diciendo que Teresa se ve con usted a espaldas mías y sin mi consentimiento!?
—¡No debo ser grosero con usted, con todo respeto le voy a contestar!
—¡¿Usted tiene para mantener a mi hija?!, porque ella está bien en su casa, no le falta ni un alfiler, está rozagante, saludable, acostumbrada a la buena vida, y yo a usted no lo veo, me parece que no está al nivel de mi hija, y yo como padre, estoy en el deber de cuidarlas y garantizarles una vida mejor!
—¡Yo estoy trabajando en la escuela de aviación, estoy ganando bien, y ya tengo reunido un dinero para comprarme un carrito!
—¿Qué carro se va a comprar un Impala como el mío, o un Corvette?
—¡No, no puedo para tanto, pero tengo en esta cajita un anillo con un diamante, que me costó mucho ahorrar, para pedir la mano de su hija!
Reinaldo abre la cajita para que Don Rafael vea la sortija que tenía una piedra bien tallada en forma de rombo y que brillaba de manera muy especial.
Don Rafael sabía de joyas y la mira con detalle, sin quitárselo de la mano, se tomó unos minutos, parecía que el joven decía la verdad. Sintió que había algo noble en Reinaldo, y miró a Angélica que estaba allí, con las manos juntas rezando en silencio…
—¡Angélica dígale a Teté que venga!
Los que estaban detrás de las paredes oyendo; Melba, Elsa Patricia, Manuel, Carlos y Miranda sacudían sus manos emocionados, y se abrazaron alegres.
Angélica va a buscar a Teté y le dice…
—¡Venga que su papá la llama!
Teresa se puso blanca y pálida, y de nuevo el corazón bombeaba en grande por la emoción.
Reinaldo Malpica estaba guardando silencio al lado de Don Rafael, tenía las manos atrás agarradas e impaciente, y Don Rafael con la mirada en alto como un comandante de tropa esperando su momento para dar órdenes a su brigada.
—¡Dígame papá!
Solo estaban presentes Angélica, Teresa, Reinaldo y Don Rafael, los demás estaban detrás de las paredes oyendo y con los ojos abiertos como un par de platos.
Don Rafael le habla a Teresa mirando a Angélica.
—¡Teresa el señor dice estar enamorado de usted! y quiere visitarla en su casa, y me está pidiendo el consentimiento para hacerlo y ser su novio formal. Le pregunto…¿Está usted enamorada de este señor?
Teresa se sonroja y baja la mirada, y no se atreve a mirar para los lados, y responde con una vocecita tímida.
—¡Sí papá!
—¿Le gustaría que la viniera a visitar?
—¡Si, papá!.
—¡Angélica!
Angélica levanta la mirada timbrada y mira a Don Rafael que no parece estar muy feliz.
—Voy a conceder mi consentimiento para que esté señor visite a Teresa, pero con algunas condiciones. Uno…Solo lo hará los domingos.
En este instante aparece una sonrisa y un brillo en la mirada de Reinaldo, destellos de su infinita felicidad.
— Dos... Será…A partir de las diez de la mañana hasta las doce. Y tres…se sentarán en estas dos sillas, y Angélica usted en el medio.
—¡Ay papá, que absurdo, eso no tiene sentido!
—¡Pero Rafael eso me parece demasiado ya!—refutó Angélica.
—¡Angélica!...¡O es como yo digo o no doy el consentimiento!
Reinaldo Malpica se va adelante y le dice…
—¡Estamos de acuerdo, acepto las condiciones que usted me está pidiendo!...
Ahora Don Rafael con todo respeto, me gustaría que llamara al resto de la familia para hacer entrega de mi anillo de compromiso.
—¡Angélica llama a los muchachos!—le dice Don Rafael.
No hubo necesidad de hacerlo, la primera en saltar a la palestra fue Melba, que se medio sonreía merodeando las manos, pero con una cara de cómplice que no podía esconder, atrás de ella seguía el resto, y de última Miranda. Todos en derredor de Teresa y de Reinaldo.
Don Rafael toma la palabra y le habla al grupo…
—¡Aquí está este señor, pidiendo la mano de su hermana, y yo he dado mi consentimiento, el vendrá los domingos en la mañana, y Angélica a partir de este momento, yo hago como Pilatos, me lavo las manos, y de ahora en adelante, lo que pase o llegue a suceder con estos dos novios, ¡la responsable es usted!.
Angélica se quedó muda.
Melba se alegró y aplaudió y se le unió el resto del grupo.
—¡Bien! ¡Felicidades hermana por tu compromiso!
Pero antes de que Reinaldo abriera la cajita con la sortija, Don Rafael dio la espalda con cara de disgusto y se ausentó, cosa que no aminoró para nada la pequeña celebración.
Reinaldo arrodillado frente a Teresa, abre la cajita y…
—¿Teresa aceptas ser mi esposa?...
Todos estaban viendo como una gran película…
Teresa mira a Reinaldo y suspira…
—¡Siiii… acepto!
Los gritos no se dejaron esperar, mientras Reinaldo colocaba el anillo en el anular de Teresa, y aprovechó la ausencia de Don Rafael para cargar a Teresa darle una vuelta en el aire y después besarla con ternura.
A los pocos segundos…
—¡Epa, epa, ya está bueno!
La algarabía se hizo sentir en todo el vecindario. Era domingo, y Teresa le dice…
—¡Te puedes quedar hasta las doce aunque no falta casi nada!
Se sentaron en las sillas que ordenó Don Rafael, y Angélica puso una tercera silla por si acaso Don Rafael salía de su habitación.
Pero se fue para la cocina a prepararle un cafecito al que ahora sí era el novio oficial de su Teresa que ya no es Jaramillo, ahora es Teresa Serrano y pronto Teresa Serrano de Malpica, si señor!