A papá lo despedimos en el aeropuerto Internacional José Martí. No quería irse, menos aún a un lugar tan inhóspito como Sudán, pero como eso eligió en la vida, ser médico, debe andar allá donde haya enfermos. Papá agitó su mano fuertemente cuando ascendía por las escaleras del avión, nosotras lo mismo tras el cristal del aeropuerto.
Dos veces soñé con papá. En una le escuchaba gritar con desesperación. A la mañana siguiente lo telefonée, me contestó porque todavía estaba en un hotel de Juba. "No pasa nada cariño" me dijo. Me sentí aliviada. A la semana siguiente lo volví a soñar, en esta ocasión le vi mientras unas manos le ahorcaban. Pero esta vez no pude contactarme con él, había ido a hacer trabajos inmunológicos a un pueblo cercano, estaba en Guray. No debía molestarlo. Mi sueño me perturbó.
Mi hermana me envió el horrible link por Whatsapp. "Algo terrible le ha pasado a papá" decía su primer mensaje adjunto a un link, "Lee esto de inmediato". El link me dirigió a un diario digital local, claramente se leía que él y uno de sus compañeros médicos se encontraban secuestrados por la guerrilla. Caí al piso del impacto y me cubrí el rostro lleno de llanto. Mamá y mi hermana nos reunimos. Con constancia hablabamos con funcionarios de gobierno para presionar que se apoyase a mi padre con su rescate, el cual era una suma exhorbitante, de cerca de un millón de dólares. Mamá vendió la casa sin pensarlo, con una amiga cercana quien la compró a un precio muy rebajado, igualmente perdimos el coche, pero aún así no conseguimos lograr reunir ni la décima parte. Aún recuerdo esos meses llenos de desesperación. No fueron muchos, si acaso dos, pues la pesadilla comenzó a finales de enero. Lo siguiente que supimos nos desgarró, a papá lo habían asesinado, a él y a su compañero de forma impune e impaciente la guerrilla sudanesa. Aunque la noticia fue nacional y tuvo cobertura mundial no se hizo realmente nada. Incluso pese a la omisa e indigna respuesta de nuestro gobierno no recibímos ninguna clase de disculpa, menos compensación.
Ya había pasado un mes de la terrible muerte de papá. La vida en absoluto era normal y no volvería a serlo nunca. Al principio vivimos con nuestros abuelos maternos, pero finalmente todas quisimos dejar la isla, porque no nos sentíamos ya representadas por nuestro gobierno, el cual nos indignaba. Yo no podía continuar compitiendo como deportista por Cuba, una nación quimérica. Viajamos hasta Miami, lugar en donde mi tía Susana vivía y tenía ya residencia pues la había obtenido con mucho esfuerzo debido a que radicaba en Estados Unidos desde los años noventa. Sin embargo, aunque nuestro estatus actual es migratorio, mi tía Susana dice que reunímos todos los requisitos para cambiar nuestro estatus por la CAA o Ley de Ajuste Cubano. Espero que esto sea posible, entretanto, estar tan lejos de Cuba me está ayudando a sanar heridas.