—Espera —le pido a Colt, retrocediendo—. ¿De qué hablas? ¿Cómo que un mejor amigo de internet?
Exhala, acomodándose el cabello de la parte de enfrente. —Sí, lo conocí en internet básicamente —explica—. Ambos mirábamos una serie de abogados y pues, simplemente nos comentábamos cosas entre nosotros hasta que empezamos a agregarnos en otros sitios y discutíamos de los capítulos.
No tenía idea. —Bien, entonces se volvieron amigos, ¿Y lo diagnosticaron con cáncer?
Asiente triste. —Así es. Él estaba a punto de recibir la quimioterapia pero no sabía que tan bien iba a funcionar, ya había luchado con ello cuando era niño y volvió… en ese momento no sabía él ni nadie si iba a ser peor que la última vez.
Parpadeo dos veces. —Entonces… esa noche.
—Sí —aclara su garganta—, comencé a cuestionarme todo, ¿sabes? Pensé en él, se llama William pero siempre lo han llamado Woody, no sé porque ni él —sonríe—. Pues pensé en Woody y en lo buena persona que era, en todo lo que hacía bien y me pregunté si valía la pena todo esto.
Inclino mi rostro. — ¿La vida?
Asiente, apretando los labios. —Sí, pensé que si al final todos nos íbamos a morir, ¿Cuál era el punto? ¿Qué sentido tenía todo esto? —suspira—. Esa noche tomé alcohol y solo quería gritarle a alguien, reclamar de todo… la verdad es que, no ha sido tan fácil.
Tuerzo los labios. —Pero, yo… —me siento mal, él estaba pasando por algo también y luego llegué yo a gritarle—, lo siento, Colt. No tenía idea.
Sonríe. —Por supuesto que no tenías idea, y está bien —pone los ojos en blanco—. Curiosamente fue Woody quien me animó en todo, como siempre.
Elevo una ceja. — ¿De verdad?
—Claro —resopla—. Ese chico no se lo tomó mal, comenzó a verle el lado bueno de todo lo malo y simplemente me inspiró a ver la vida desde otro punto de vista.
Muerdo mi labio inferior antes de continuar. — ¿Lo hizo?
Asiente, retrocede unos pasos para sentarse en la cama, da unas palmadas al colchón para que lo acompañe. Lo hago, me siento a su lado.
—Mira, Woody empezó a contarme sobre su vida y sobre lo que estaba pensando y viviendo —explica—. Me dijo que en el hospital una de las enfermeras se sentaba a su lado y le leí partes de la Biblia, le pidió que cada vez que sintiera dolor se imaginara que Jesús le tomaba la mano.
Asiento. — ¿Y lo hacía?
Sonríe. —Sí y eso lo motivó a subir videos en internet para inspirar a otras personas y darles animo si estaban pasando por momentos duros en su vida, él todos los días publicaba algo para que nadie se sintiera mal o triste.
—Qué bonito —afirmo.
—Sí, yo le preguntaba porque creía en eso si al final, Dios no lo estaba curando de su cáncer —exhala lento—. Pero él me respondió que había comprendido que la vida es más que todo lo que vemos y que creamos o no en un Dios, la vida es difícil. No importa si eres o no eres creyente, la vida sucede y hay dolor y sufrimiento pero para él, saber que el Creador de todo estaba a su lado, era suficiente.
—Vaya —digo—. Sí que es positivo.
Se encoje de hombros. —Supongo pero creo que tiene fe, él ya no lo veía como si era algo malo o bueno, él creía que estaba tomando las decisiones correctas y que descubrió lo feliz que lo hacía ayudar a otras personas. —dice—. Que sabía que le esperaba Dios con los brazos abiertos en el cielo y para él, era suficiente. Ya no temía de su destino.
—Pero, ¿Qué pasó después? —tengo miedo de preguntar si sobrevivió.
Colt sonríe. —Funcionó, todo funcionó y ahora está más activo que nunca —suelta una risa—, incluso está determinado a trabajar para las organizaciones que se encargan de la investigación de ciertos tipos de cáncer infantil.
—Y eso, ¿hizo que tú cambiaras de mente sobre la escuela de leyes? —pregunto.
Entorna sus ojos. —Creo que si, en parte —sonríe—. Yo también comencé a preguntarme cual era la razón de mi existencia y me di cuenta que he sido bendecido o afortunado de muchas formas —rasca su mentón—, en ocasiones era difícil tener un hermano como Connor, no por él sino porque mis padres siempre mantuvieron su atención en él antes que nosotros y no negaré que eso en algún momento no era muy agradable.
Asiento. —Es comprensible.
—Pero Connor es genial —afirma—. Gracias a él he aprendido muchas cosas, de la vida y de todo lo que no conocemos. Haber crecido con un hermano dentro del espectro autista que no habla me ayudó a saber cómo relacionarme con personas de ese tipo y otras más —junta sus manos—. Eso es una ventaja, y quiero ayudar a más personas.
—Y ya no quieres ser abogado.
—Ser abogado debe ser genial —afirma—. Mira, creo que es una profesión genial y siempre les tendré admiración pero sé que quiero hacer algo diferente con mi vida y solo quiero ser parte de esas personas que ayudan a familias enteras, quiero que los niños como Connor encuentren a una persona comprensiva y amable, alguien que sepa cómo sacar lo mejor de ellos.
— ¿Quieres trabajar con personas autistas? —pregunto.
—Quiero ser profesor de personas con atención especial —explica—. No solo así, quiero relacionarme con los niños que tienen problemas de atención y de comunicación, quiero mostrarles un mundo de posibilidades porque lo merecen.
Eso me hace sonreír. —Colt, eso es realmente lindo.
Me mira. — ¿Lo crees? —respira profundo—. Yo sé que si voy a la escuela de leyes lo haré genial pero, en mi corazón siento algo y no quiero arruinar lo que Woody llama como “el propósito de Dios” por la vida cómoda. Quiero dejar partes de mí en otras personas, ser la persona que necesitan cuando nadie más los ayuda.
Asiento. —Creo que finalmente has madurado.
Resopla. —Aun no —toma la punta de mi nariz—. Pero estoy en un camino que, aunque parece difícil, se siente como lo más correcto que he hecho en mi vida. Finalmente siento que soy feliz, realmente feliz.
Subo mi mano a su hombro. —Tienes mi apoyo —digo—, lamento mucho lo que pasó tu amigo Woody y de jamás haber notado que quizás, a veces, todo lo que sucedía con Connor no era fácil para ti.