Escapar.
Despierto de golpe, miro mi alrededor asustada, mi respiración se acelera al igual que mi corazón y el aparato que controla mi ritmo cardíaco suena como si fuera a explotar, un grupo de personas con batas blancas entran por una puerta y me rodean.
—Tranquila señorita, tranquilícese no le haremos daño solo queremos ayudarla— dice una mujer joven, de a poco me fui tranquilizando, la mujer sonríe al ver que el aparato que controla mi ritmo cardíaco volvió a estabilizarse.
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Ha pasado una hora desde que desperté, ya me sacaron el respirador al igual que la intravenosa y me hicieron un par de estudios. Escucho el ruido de alguien tocar la puerta:
—Adelante—
Una señora mayor entra con un carro en el cual lleva un montón de bandejas con comida, detrás de ella entra un doctor con unos papeles que parecen ser los resultados de mis estudios y también entra un hombre con una chaqueta de cuero marrón, remera negra, jeans oscuros, zapatos de vestir negros y gafas de sol oscuras, las cuales las lleva puestas no sé por qué ya que en la habitación no hay un solo rayo de sol, aún así se ve ridículo, esas gafas no se le ven bien.
La enfermera pone la bandeja de comida en una mesita y acerca esta hacia mí, no le presto mucha atención a ella ni al médico que se ve que claramente me está hablando, estoy más atenta al hombre que entró, no me da buena espina. Él parece notarlo porque mueve su cabeza en mi dirección, confirmando que también me está mirando.
—Señorita Ruth, ¿me está escuchando?— el doctor hace señas frente a mi rostro, lo observo.
—Lo siento no lo escuché, ¿qué decía?—
—Le decía, que sus estudios salieron excelentes, y siendo sincero estoy muy sorprendido con su caso— se cruza de brazos, mi ceño se frunce levemente— Mire le explico, el accidente que usted tuvo es de ser bastante grave, tanto para incluso poder matarla, pero no fue así, según sus radiografías usted está completamente ilesa, no tiene nada, absolutamente nada, no tiene ni siquiera daño cerebral. Esto es algo impresionante, en mis años de carrera jamás he visto algo parecido, señorita Ruth, usted debería estar muerta— dice entre asustado y sorprendido de lo que acaba de decir, trago una sonrisa al imaginarme la cara de Jayme pero la cambio por una de sorpresa.
—No sé qué decirle doctor, estoy igual de sorprendida que usted— agarro la gelatina que se encuentra en la bandeja y le empiezo a quitar la tapa.
—Bueno eso es todo, te dejaré a solas con el detective Torres, él le hará un par de preguntas— se retira de la habitación dejándome sola con el hombre.
—Buenas señorita Ruth, ¿cómo se encuentra?— pregunta con una sonrisa mientras se quita las gafas de sol, lo miro incrédula.
—¿Y cómo creé que se encontraría usted después de un accidente?— pregunto dándole un bocado a la gelatina, hago cara de asco respecto al sabor.
—De seguro como esa gelatina— bromea aún con una sonrisa.
—¿Así de repugnante o...— lanzo la gelatina a la basura— así de desechable?-
—¿Sabes cuánto se tardan y lo considerados que son los del personal para hacer esa gelatina?— agarra el pote de la basura— Y tú la desperdicias así como si nada— me enseña el pote de gelatina.
—Créame, se tardan más en convencer a los pacientes de que ellos hicieron la gelatina cuando en realidad todos sabemos que es comprada y que lleva— trato de leer la fecha de caducidad— dos semanas caduca guardada bien en el fondo de una nevera. Además no eres considerado si estás enfermando a los pacientes con gelatinas feas, sabiendo que cuanto más pacientes, más trabajo y más sueldo porque vives en un pueblo chico— me encojo de hombros— Cada quien con su locura— finalizo para darle un mordisco al sándwich de atún.
El tipo deja el pote en la basura y se sienta en uno de los sillones para visitas, entrelaza sus manos y me observa con una sonrisa, le mantengo el contacto visual.
Me cruzo de brazos, me recuesto en el respaldo de la cama y ladeo la cabeza, observo su cabello, un rubio ceniza oscuro peinado hacia atrás, pequeñas gotas de sudor corren de su frente, estas bajan a sus parpados superiores y se deslizan por sus negras y pequeñas pestañas las cuales están decoradas por unos ojos negros que con suerte se les nota las pupilas, luego bajan a su recta nariz, siguiendo a sus labios los cuales están con bálsamo labial para labios resecos, luego le sigue una ligera barba de unos días, esta brilla gracias a la luz de la habitación que se refleja en las gotas de sudor, estas se detienen y son absorbidas por su remera después de haber recorrido todo su rostro y cuello, uno que ni siquiera las bufandas llegarían a cubrir.
Lo escucho toser intencionalmente para llamar mi atención y liberarse de la tensión que le recorrió toda la espina dorsal gracias a mi mirada, sonrío de satisfacción.
—¿Le sucede algo detective Torres?— suavizo mi mirada, él niega— ¿Seguro? Está sudando como puerco—
—Sí, estoy bien... bueno en realidad no, ¿no tienes calor aquí dentro? Dios siento que estoy dentro de un horno— puedo notar su nerviosismo desde lejos, me aguanto las ganas de reír.
—En realidad me encuentro bien, la temperatura está normal aquí, excepto la de usted— tomo un sorbo del agua de la botella, casi me ahogo al ver a Jayme parada a lado de la ventana haciéndome señas para que lo saque de la habitación— Y si mejor no se va a tomar aire afuera, y no sé, da una vuelta por ahí en su auto, ya sabe para relajarse, además me está empezando a doler un poco la cabeza, fue mucha la información que me dio el doctor, llamaré a la enfermera, le pediré una aspirina y trataré de dormir un rato haber si con eso se me pasa—