Victoria vio a Fabián bajar de su camioneta blanca, él miró a los lados y al alzar la vista sus ojos se encontraron, ella sonrió de inmediato dejando que esa sensación de felicidad que sentía cuando lo veía la inundara de nuevo y corrió a abrir la puerta, la abrazo por la cintura y la pegó a él con un gesto más bien tierno. Victoria se aferró a sus brazos mirándolo a los ojos con desespero.
—¿Pasa algo? —preguntó ella al advertir su seriedad. Debió presentarse en su nueva casa el fin de semana y no lo hizo.
—Nada. No pude ir a ayudarte. Solo quería verte hoy y explicarte en persona —dijo y la besó en la frente.
—Compré cervezas, me ayudarías a pintar...
—Lo sé, Victoria, pero mi padre está en un lío y debo ayudarlo. ¿Puedes entender? Tú no eres la única habitante del planeta ni la única en mi vida. Debo cuidar a mi padre.
Pasó saliva y se sintió mal por su reacción, aunque no era su intención reclamar algo, esperaba pasar todo el sábado con él mientras pintaban y organizaban su nueva casa. No tenían oportunidad de pasar tanto tiempo juntos ya que él viajaba por trabajo constantemente.
—Lo siento. ¿Qué pasó con tú padre?
—Me avergüenza. Es un racista. —Negó con un gesto y bajo la mirada mientras soltaba un suspiro cansado —. Ha golpeado al dependiente del colmado cercano a su casa. Lo detuvieron.
—¡Amor! Lo siento. Qué mal, entiendo, debes apoyarlo, déjame ir contigo también, avisaré a la oficina y...
—No, no seas ridícula. Debes ir a trabajar, y debes terminar de organizar las cosas para mudarte, te has endeudado mucho por esa casa. Vive tu momento.
Victoria sonrió y ladeó la cabeza mientras batía sus pestañas.
—Te esperaré hasta que podamos estrenarla como se debe. Me mudaré esta misma semana, de aquí me corren cada dos minutos.
Él le sonrió con debilidad y afirmó. La besó en los labios mientras la soltaba lentamente.
—Debo irme —dijo aburrido.
Ella suspiró.
—Estaré bien. Pronto me ascenderán. Me ascenderán y mi sueldo será tres veces mayor.
—Ve por eso entonces, yo me voy —se despidió de nuevo y se dio media vuelta, ella lo vio subirse a su camioneta.
Se volvió a ver la casa que dejaría, miró los envases de pintura y alzó los hombros resignada, le tocaría pintar sola la pequeña sala y comedor, la cocina y los dos cuarto, también arreglar la entrada y en fin, ocuparse por completo de su casa, sonrió al recordar que ahora tenía casa, pagó por ella, aunque se endeudó para conseguirlo.
Salió de la casa rumbo a la oficina y sonrió pensando que cuando consiguiera su promoción en el trabajo podría pagar esas cuotas cómodamente, por eso se arriesgó a endeudarse de ese modo, ya la situación era insostenible donde estaba, le pedían desalojar constantemente. Entre ayudar a sus padres, a su hermana y pagar sus gastos le quedaba poco, debió endeudarse.
Lo hizo con la confianza de que ese puesto seria suyo. Llegó a la oficina y soltó su cartera sobre su escritorio se puso las manos sobre las caderas y sonrió a su amiga y compañera Sofía. Esta alzó las cejas cómplice.
—Llegó el señor Méndez —dijo en tono bajo.
Victoria saltó y aplaudió contenta, si estaba allí seria para ascenderla, para hablar con ella de una vez y darle el cargo que tanto había estado esperando. La oficina de la ciudad se había quedado sin gerente a cargo desde hacía ocho meses cuando el señor Méndez la ascendió ella a jefa de operaciones, aunque fue ella quien se ocupó de todo en la compañía de envíos. No había nadie más en la sucursal de la ciudad que fuera su competencia, el puesto era de ella, y había demostrado con creces su capacidad.
—¿Te pusiste tus calzones de la suerte? —preguntó Sofía.
—Sí, y me bañé con sal y luego con azúcar. Alejando la mala vibra. —Sacudió las manos a su alrededor y aspiró aire con fuerza y luego lo soltó con lentitud manteniendo los ojos cerrados.
—Victoria —la llamó Méndez con su voz grave desde la puerta.
Abrió los ojos y pasó saliva, se llevó la mano al cuello y al pecho, su corazón estaba desbocado, ese lunes se puso su mejor falda lápiz, sus mejores zapatos y la blusa más elegante de su armario, blanca, para transmitir seriedad. Caminó con pasos seguros, aunque estaba nerviosa.
Entró a la oficina que ocupaba el gerente de la sucursal y que desde hacía meses ella ocupaba informalmente, aunque ponía su cartera en el escritorio de afuera pasaba las horas en esa oficina resolviendo todo, haciendo que todo funcionara, mandando.
El hombre de unos cuarenta y cinco años se sentó detrás del escritorio soltando un suspiro al hacerlo, la miro a los ojos con expresión muy seria y le señaló la silla con una mano. Ella se sentó animada con el corazón acelerado y los gestos contenidos. Quería gritar de emoción, lo iba a conseguir, sería gerente a los veintiocho años, estaba tan orgullosa de ella misma, y casi lloraba pensando en lo feliz y orgullosos que estarían sus padres y Fabián.
Alisó su falda para calmar sus nervios, le sonrió a su jefe que la seguía viendo con expresión muy seria.
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Editado: 29.11.2023