Victoria dejó la cartera sobre su escritorio como cada mañana y en lugar de correr a la oficina del gerente como solía, cerró los ojos y aspiró aire, se pasó las manos por los muslos y alzó el mentó. A Sofía fue a la única que le reveló la verdad el día anterior.
—Reúne a todos en el comedor. Les daré la noticia —dijo a Sofía.
—¿Dormiste? Estás muy ojerosa.
Alzó un hombro y desvió la mirada hacia el suelo.
—No, casi no —mintió. Tenía ojeras porque lloró toda la noche, todo el día desde que llegó a su casa y no pudo hablar con Fabián. No se atrevió a contarle a sus padres.
—Iré a reunirlos —dijo Sofía con tono apagado.
Rómulo Santamaría, treinta años, jefe de operaciones de Valle Verde, tenía muchos años trabajando para la compañía, cinco más que ella, lo pensó mejor y era lógico que lo consideraran a él antes que a ella, nunca pensó que traerían a alguien de otra ciudad, pensó que se limitarían a buscar sustitutos cerca.
Lo vio par de veces, lo recordaba cómo alguien distante y callado que se creía mejor que los demás, no se juntaba con nadie y no participaba de los chistes o grupos que se formaban cuando se veían en cursos de formación.
«Ahora será mi jefe», pensó y se llevó una mano a la boca para ahogar un grito que quiso soltar.
Sonó su teléfono, era él: Rómulo. Pasó saliva y atendió.
—Buenos días, Victoria, te habla Rómulo Santamaría. Méndez me dio tu numero me dijo que tú me recibirías.
—Sí, buenos días, Rómulo, ahora mismo junté a la gente en el comedor, les diré de tu llegada y te presentaré.
—Perfecto, dame unos minutos para que llegue. Estoy cruzando en el semáforo de la esquina, es que me ha tocado instalarme a la carrera en un hotel y…
—Te espero. —Colgó. Rodó los ojos y se llevó la yema de los dedos al entrecejo, contuvo el llanto que le quiso sobrevenir, aspiro aire y se exigió entereza.
«Ya, Victoria, lloras en la casa», pensó.
Camino sola de un lado al otro en la amplia oficina que compartía con Sofía y que estaba delante de la que ahora ocuparía Rómulo. Pensó en devolver la casa, buscar otro empleo, renunciar y largarse a su pequeño pueblo, pero pensó en su novio: Fabián; sonrió pensando lo mucho que lo quería y que su vida sin él sería muy aburrida. Debía resistir, de algún modo debía hacerlo.
—Ya están todos —dijo Sofía.
—El imbécil aún no llega —dijo Victoria sin girarse a verla.
Un hombre se aclaró la garganta y ella abrió muchos los ojos, trago grueso y se giró enseguida, allí estaba él de pie detrás de Sofía.
—Llegaron todos, todos —repitió Sofía con los ojos muy abiertos.
—Entiendo. Hola, Rómulo, bienvenido —dijo con su cara muy descarada, él sonrió de medio lado y afirmó.
—Gracias, Victoria, te recuerdo ahora.
—Solo ahora.
Ella lo recordaba: alto, moreno, de los que se ejercitan en el gimnasio, de cabellos lisos abundantes que el caen sobre el rostro y sus ojos amarillos hermosos decorados con cejas gruesas y peinadas por duendes y odioso, de los que no saludan y miran de arriba abajo, la primera vez que lo vio le pareció un hombre bello después sintió repulsión por considerarlo demasiado pretencioso.
—Bueno, la gente sigue esperando —dijo Sofía nerviosa.
El hombre no dejaba de mirarla a los ojos y ella sintió escalofríos. Vestía una camisa blanca manga larga cerrada hasta arriba y pantalones de vestir de color gris, Victoria pensó que le quedaban muy bien, le lucían sus zapatos deportivos, pero ella no olvidaba que ese fue el hombre que le robó su puesto.
—Síganme —dijo tensa.
Camino fuera de la oficina, bajó las escaleras que daban a la sala de empaquetado, siguió firme el camino que daba hacia el comedor sabiendo que Rómulo y Sofía la seguían, el comedor era todo de cristal así que podía ver a los casi cincuenta empleados cuchicheando, y seguramente especulando sobre qué sería la reunión.
Abrió la puerta y todos se callaron, la saludaron con la cortesía y respeto al que estaba acostumbrada de parte de ellos. Se hizo a un lado para que pasaran Sofía y Rómulo, este último se quedó en una esquina cerca de la puerta. Victoria caminó hacia el centro del comedor, tomó aire y miró a los ojos a los que estaban más cerca.
—Buenos días, gracias por venir, ya comenzarán su jornada como cada día. Hoy tengo un anuncio muy importante que hacer: tenemos gerente nuevo en esta sucursal, después de ocho meses, por fin hoy desde el corporativo nos mandan a Rómulo Santamaría, ven Rómulo —dijo sin mover mucho las manos pues estas temblaban sin control.
Él hombre caminó seguro hacia ella y se sobó las manos, miró a la gente que lo miraba con curiosidad.
—Gracias, Victoria. Mi nombre es: Rómulo Santamaría y era el jefe de operaciones de Valle Verde, espero poder reunirme con cada uno y dar soluciones juntos a los problemas que podamos tener.
—No tenemos ninguno, la señorita Victoria nos ha cuidado bien —dijo receloso el señor Antonio, Victoria sonrío conmovida, pero sintió también vergüenza, «Seguro pensaran: ¿por qué no la ascendieron a ella?».
#8851 en Otros
#2719 en Relatos cortos
#14825 en Novela romántica
#2780 en Chick lit
Editado: 29.11.2023