Victoria bajó del taxi los galones de pintura, Fabián quedó en recogerla y llevarlos a su nueva casa, pero nunca lo hizo, ya debía pintar para mudarse y desalojar el lugar que le pedían dejar todos los días. Sintió que alguien se acercó corriendo hacia ella para ayudarla, era Rómulo, vestido con una camiseta azul y un pantalón deportivo en el mismo color y zapatos deportivos desgastados.
—Hola, Victoria, déjame ayudarte, me hubieses dicho que los traías de otro lugar y te pasaba buscando.
—No, tampoco quiero abusar de ti —respondió avergonzada.
—Hoy debo ayudarte y caerte bien, porque a partir del lunes seremos enemigos, Méndez aceptó.
Ella gritó emocionada sin comprender bien que significaban sus palabras. Tendría una oportunidad de demostrar que podía con el puesto de gerente, suspiró pensando que Rómulo estaba muy seguro de que le ganaría pues él lo veía como un juego en el que estaba sobrado.
«Y quizás esa sea mi ventaja, esta es una oportunidad que no puedo desaprovechar», pensó.
—No puedo creerlo, ¿qué dijo?
—Qué nunca le dijiste que querías el puesto, te habría considerado si lo hubieses hecho. Está seguro de que así evitaremos futuros problemas con el personal, por eso ha accedido, te digo: te ganaré, pero lúcete, porque así como a mí me han enviado a esta ciudad, a ti podrían enviarte a otra, piénsalo.
Ella sonrió pensando que él tenía razón, debía empezar a ser más ambiciosa. Abrió la casa y dejó que Rómulo pasara, él dejó los galones de pintura en el piso y miro alrededor sonriente.
—Es linda. Está muy bien distribuida —comentó evaluador.
—¿Verdad que sí? Me encanta mi casita. Estoy muy feliz, lástima que viva en angustia por poder pagarla, pero es mía.
Él le sonrió críptico.
—Comencemos. ¿Dónde están las brochas y los rodillos? —preguntó golpeando sus dos palmas.
Ella abrió mucho sus ojos y ladeó la cabeza.
—¿Rodillo? ¿Brochas?
—Claro, para pintar ¿Cómo crees que es? ¿Qué lanzaremos la pintura sobre la pared? —Rio.
—No, claro que no. Es solo que lo olvidé —dijo mientras cerraba los ojos y hacia una mueca de preocupación. Agradeció que Fabián no hubiese llegado nunca a ayudarla, la habría insultado.
Escuchó la carcajada sonora de Rómulo.
—No pasa nada, vamos, si estuviéramos en casa, iría por mis cosas, pero acá no tengo nada, vi una ferretería en la otra calle. Ves que sí estabas muy distraída.
Ella afirmó y lo siguió, se subió al auto, Rómulo parecía de buen humor, puso música y le sonrió todo el camino, era menos estirado que en la oficina. Al llegar a la ferretería la espero para caminar a su lado, la dejó pasar primero, él se veía muy guapo y llamaba la atención de las chicas, se sintió con ganas de inflarse un poco porque ella lo acompañaba, aunque ese fuera su jefe, no su novio, ella no sabía no donde estaba su novio, al recordarlo, su ánimo decayó nuevamente.
—Estás están a mejor precio y ayudan mucho a cubrir, llevaremos estas —dijo él devolviéndola a la realidad.
—Gracias, Rómulo. Soy una inútil, por eso estás tan seguro de poder vencerme —dijo derrotada.
Él la miro compasivo.
—¿No te cansas de sentir lastima por ti?, toma aquellas brochas y toma algo de tirro para las orillas y no manchar el piso. Y llevaremos este palo extensivo para que pintemos más rápido y más cómodos, descuida, yo pago y me los llevo, ¿te parece?
—Tampoco estoy quebrada.
—Déjate ayudar —insistió. Ella alzó los hombros resignada.
Terminaron con las compras y Victoria insistió en pagar la mitad, él la dejó mientras se reía divertido, descubrió que Rómulo tenía buen humor y no era tan estirado como en la oficina. De regreso al auto él puso las cosas en la maleta y aprovechó de admirar a un divertido Rómulo, él alzó la vista y sus ojos se cruzaron, ella desvió la mirada incomoda.
—Gracias por todo esto —dijo nerviosa.
—Descuida, ya te dije, es para que no me odies cuando acabe contigo.
—Eso ya lo veremos.
Al llegar corrió a la cocina con las cosas que trajo de su casa mientras él sacaba las cosas del auto, no llevó rodillos ni brochas, pero recordó como Rómulo tomaba café así que llevó su cafetera para hacerle.
Él llego a la cocina.
—¿Qué haces?
—Preparé café para ti.
Él sonrió agradado.
—Gracias, qué considerada.
—También hay cervezas en la nevera, eran para Fabián, pero nunca llegó.
—Descuida, no se perderán, también me las tomaré.
Los dos rieron, él armó una mesa de plástico mientras ella preparaba el café y limpió las tazas que consiguió en la alacena, lo veía sorprendida de que fuera tan accesible.
—Esta casa está muy linda y no tienes que hacerle casi nada, solo pintarla, ¿Por qué no te has mudado?
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Editado: 29.11.2023