VIII

Tu verdad y la mía (final)

Día n° 8

Ahora me encuentro sentado en el mismo lugar del que me apoderé hace siete días, cuando me percaté de tu presencia. Llegué hace unos momentos porque mi intuición no me dejaba tranquilo.

Es tan doloroso, saber que no volveré a verte jamás frente a mí, que no me diste la oportunidad de guiarte en tu infelicidad.

Y lo comprendí todo, tú querías ser feliz pero ellos no te dejaban serlo.

Me siento culpable porque tus empeñosas señales no lograron que mi mente las descifrara, porque soy un estúpido. 

Pude ser tu salvador...

Y no soy más que un inútil, y un maldito cobarde.

Tengo el último mensaje que dejaste para mí, el papel está arrugado al interior de mi puño. No sabes el miedo que tengo de abrirlo, de enfrentarme a tus palabras.

Me puse de pié y caminé hasta el borde del andén llamando la atención de varios guardias, porque sí, rompí las reglas.

Fueron seis pasos, exactamente seis pasos dí para llegar aquí.

Me armo de valor para abrir tu última nota, merezco cada palabra herida, quiero sentirme tan destruido como tú.

¿Creíste que podrías salvarme? Pues déjame decirte que no le haces honor a tu nombre, nadie, absolutamente nadie puede librarme de la cárcel que me acompaña a todos lados, junto con ellos. Pero como todo problema, siempre hay una solución, fui cobarde porque temí esperar más por ti, la felicidad estaba demasiado cerca.

Déjame decirte cariño mío, que formas la otra mitad de mi corazón, sin embargo, tu vitalidad era demasiado para mí. Yo, yo podía ser dañina para ti, podía terminar envenenándote la existencia en vida y lo que menos quiero es eso.

Me despido, porque desde el otro lado no podré verte pero sí sentirte y recordarte.

Y no te preocupes que cuando desesperado te encuentres te invito a unirte a mi mundo, recuerda siempre que sólo estoy a siete pasos de ti.

Te equivocas, Sol, sólo estás a uno...