Los días, las semanas, los meses y hasta los años, empezaron a pasar de manera inesperada. Habia aprendido a crear una barrera invisible, la que me permitía ver solo lo que yo quisiese.
Ya nada me afectaba. Ni la indiferencia de mis padres, ni la sensación de vacio y tristeza que llevaba siempre.
Era lo más cercano a un muerto en vida. Era aquella flor que cuidas con tanto amor al principio, pero que con pasar del tiempo la dejabas marchitar.
Las personas que se suponía me iban a querer más que nadie, me dejaron marchitar, dejaron que me secara por dentro hasta que no quedo nada. Me sentí como su mascota. Una pequeña, frágil e inservible mascota.