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- Buenas noches rosa. – saludó Marco a la corpulenta señora de mediana edad que lo recibió en la puerta.
- Buenas noches, señor ¿cómo está usted? – respondió sonriendo cortésmente la mujer mientras recibía el portafolios de mano de su patrón para luego cambiar casi de manera teatral el semblante por uno más preocupado preparada para las preguntas de rutina.
- ¿Y mi esposa?
- Está en su habitación.
- ¿Cómo pasó el día?
- Hoy ha estado peor, no sé qué le pasa, a mí no me ha querido decir por qué está tan triste por mucho que le he preguntado. No ha salido para nada y ha comido muy poco.
- ¿Poco o nada?
- Casi no ha probado la comida que le he llevado – dijo enumerando cada cosa que iba nombrando con sus dedos - Le llevé frutas por la mañana, le llevé consomé de carne a mediodía, le llevé un té de jazmín con pastel de frutas en la tarde…
- ¿No ha salido de la habitación en todo el día? – preguntó de nuevo incrédulo, interrumpiendo la verborrea del ama de llaves sabiendo que de no hacerlo hablaría sin parar.
- No.
- Gracias Rosa, voy a verla.
Marco se alejó con paso apresurado escaleras arriba hasta la habitación que compartía con su esposa, la amplia habitación de suaves colores rosa y blanco adornada con una espléndida cama con dosel no era más que el marco para la triste escena. Así como se había imaginado la encontró, recostada en un diván frente una televisión encendida, pero con la mirada perdida al frente, tocó la puerta suavemente para hacer evidente su presencia, gesto al que inmediatamente su esposa reaccionó espabilándose como quien está ensimismado y lo interrumpen.
- ¿En dónde está la más bella de las esposas?
- Marco ¡llegaste! – dijo una muy delgada mujer a quien Marco se le hacía difícil asociar con su esposa, se veía demacrada, casi enferma.
No pudo evitar recordarla como era cuando se casaron diez años atrás cuando sus altibajos emocionales los justificaban con una personalidad inquieta y extrovertida, una joven llena de vida, de ilusiones y planes para el futuro para nada parecida a esa mujer con los ojos azules hundidos en sus cuencas y rodeados por círculos oscuros enmarcados por su cabello rubio ahora casi sin brillo… Así era como se veía desde que había dejado su medicación, ya no quedaba nada de la mujer a la que amaba. El desespero comprimió su corazón haciendo difícil disimular sus sentimientos, todo aquello por la depresión. Ya los médicos le habían practicado pruebas, habían hecho estudios con diversos especialistas que llegaron a la conclusión de que todos sus síntomas, su apatía por la vida, así como sus momentos de euforia se debían a un trastorno bipolar que la llevaba a tener ese comportamiento cambiante e inesperado tanto de actitud como de ánimo que se exacerbaban cada día más con la imposibilidad de embarazarse.
Marco se acercó a ella con los ojos llenos de ternura y consideración, se sentó suavemente a su lado acariciando su rostro con el dorso de su mano bajo la mirada agradecida de Giannina que se entregaba a esa agradable sensación como si fuera la más eficaz medicina.
- ¿Cómo pasaste el día?
- Más o menos.
- Me prometiste que hoy te levantarías…
- Lo sé. – respondió llenando sus ojos de tristeza.
- Eh, eh… ¿Qué pasa, por qué esos ojos tristes?
- No quería defraudarte de nuevo.
- Nunca lo haces. – aseguró Marco acariciando de nuevo su rostro.
- Es que no tengo fuerzas para levantarme.
- A ver, dile a tu esposo lo que te pasa.
Giannina respiró profundo en busca de valor como si fuera a hacer una importante confesión.
- Es que estoy menstruando de nuevo. ¡Nada de lo que hago funciona! – se lamentó dejando correr un par de lágrimas sobre su rostro.
- Gia… Mi amor.
Marco la abrazó ofreciéndole su pecho para que desahogara su frustración y su dolor, sabía que sería tiempo perdido si trataba de convencerla de que viera las cosas desde otro punto de vista, pensando así dejó que llorara cuanto quisiera, convencido de que eso le haría bien.
- Creo que ya nunca te voy a dar hijos… - dijo con vergüenza clavando los ojos al piso.
Marco se separó de ella lo suficiente como para levantarle el rostro delicadamente con una mano mientras que con la otra mantenía el abrazo.
- No te tortures más mi amor, sí no fue este mes será el otro, o el de arriba o sí no tiene que ser, entonces no será, yo te amo a ti, no a una persona que aún no existe.
- Marco, dices eso para que yo no me sienta mal, darte un hijo es lo que más quiero en la vida.
Pensó en decirle a su esposa que era tiempo de que tomara su medicación para esa enfermedad que la hacía sentir tan miserable, pero rectificó sus planes y prefirió posponerlos para una mejor ocasión en la que ella estuviera más calmada.
- Te lo digo porque es así, te amo con hijos o sin ellos.
- Oh, Marco… eres tan bueno conmigo.
Ambos se miraron a los ojos por unos segundos en los que el mundo se detuvo, dentro de ella la tristeza se aminoraba, dentro de él la desesperación y el cansancio crecían silenciosamente.
Alguien tocó suavemente la puerta sacándolos de su pequeña burbuja.
- Pasa Rosa. – respondió Marco corrigiendo su postura al igual que Gia que enderezó la suave bata sobre su pecho.
- Disculpen, pero quería saber si ya quieren cenar, como ya se va haciendo tarde y la señora no ha comido nada hoy, entonces quería saber sí…
- No Rosa. – interrumpió Marco - la señora Giannina y yo vamos a cenar fuera.
Gia miró a su marido sorprendida y evidentemente confusa a lo que él le respondió devolviéndole una mirada firme que no dejaba espacio para replica.
Roberto se encargó de llevar a la pareja a un restaurante en el centro de Roma en el que hizo reservaciones apenas Marco le comunico de la salida, cómo siempre ocupándose de cada detalle de lo que Marco necesitara.