Delitos del alma

Capitulo 8

8-

El atardecer era digno de ser disfrutado en Alatri en la provincia de Frosinone. Desde la terraza de la casa de los padres de Gia la vista era más que relajante, los rayos del sol de la tarde filtrándose traviesos entre losárboles cargados de vario pintos frutos, flores de colores brillantes, el canto de los pájaros que despedían el día… todo parecía propicio para mejorar el ánimo de Giannina que dedicaba cada momento a contar los días que faltaban para el regreso de su amado.

- Gia, ¿hablaste con tu esposo? – preguntó Martina la madre de Gia interrumpiendo sus pensamientos románticos con Marco.

- Si mamá, ayer en la mañana hablé con él.

- Desde ayer que no le llamas…

Gia percibió con claridad el tono irónico en la voz de su madre, la observo detallándola y como siempre sintió una punzada de autocompasión, ¿Por qué no había heredado la belleza de su madre? Ella tenía esaapariencia refinada que la hacía parecer inmune al tiempo, su cabello rubio siempre brillaba y su piel se negaba a ceder a las típicas ,líneas de expresión que las mujeres a su edad debían tener en sus ojoscomenzó de nuevo con su comentario luego de un sorbo a la taza de té que habitualmente tomaba en la terraza.

- Bueno. Él se va y te deja aquí, así… tan delicada de salud como te encuentras.

- Marco trabaja mucho, mamá.

- Bueno eso es evidente. Pero no es motivo para desatenderte de esa manera, y lo peor es que tú haces lo mismo. Deberías llamarlo más, estar atenta a sus necesidades, hija es un hombre joven y apuesto.

- Tú no sabes nada de sus necesidades. – susurro Giannina molesta.

- ¿Cómo dices?

- ¡Que tú no sabes nada de las necesidades de mi esposo!

- Solo sé que es un hombre y que los hombres necesitan a su lado a mujeres que los atiendan, que los hagan sentir como hombres… sólo lo digo por tu bien hija.

Gia amaba a su madre, pero no tenía la resistencia necesaria para soportar sus críticas y comentarios, siempre había sido así, con ella, con su padre, con todos a su alrededor, era una mujer frívola y soberbia que creía que tenía derecho de exigir una perfecciónconveniente en todo lo que había a su alrededor.

- ¡Basta! – dijo Gia ahogada en un sollozo - ¿acaso no ves el daño que me haces?

- Oh, Gia… - se lamentó sentándose al lado de su hija - no te digo estas cosas por mala intención…

- Pero me recuerdas una y otra vez que no soy buena mujer para Marco.

- Yo solamente te aconsejo… si no te lo digo yo que soy tu madre ¿entonces quién te lo dirá? Gia, hija debes salir de ese estado en el que te encuentras, te la pasas deprimida o de lo contrario pareces huracán haciendo mil cosas a la vez menos lo que de verdad debes hacer.

- Sabes que no es voluntario. – dijo en su defensa – esto es una enfermedad.

- Sí, claro hija.

La mirada de Martina hacia su hija era de compasión, no de comprensión como ella deseaba que su madre la viera, Gia sabía que nunca llegó a comprenderla del todo y que nunca lo haría, en el mundo de su madre todo debía ser perfecto y ella estaba muy lejos de serlo por mucho que se esforzara durante su vida. Primero fue de niña cuando debía ser lo más parecido a una muñeca de porcelana, siempre bien vestida, siempre limpia y bien educada a pesar de tener que renunciar a jugar con los amigos o a subirse a los árboles como tanto le gustaba. En su adolescencia debía ser la mejor del grupo en su escuela, luego la mejor profesional estudiando arquitectura para complacer a su madre. Luego por fin se casó con el hombre de sus sueños, pero ni aun así pudo librarse de la mirada calificadora de su progenitora en cuanto su desempeño como ama de casa y esposa.

- Quizá sea cierto lo que dicen los doctores, quizá debas tomar de nuevo las pastillas. Estabas mejor antes.

- Para eso debo abandonar la idea de ser madre. – agregó con tristeza.

- Eso sería muy malo, nunca sabrías lo es dar vida a un hijo. Pobre de Marco.

Gia sentía cada palabra de su madre como un puñal en su pecho, sabía que su madre no quería hacerle daño, pero eso no lo hacía menos doloroso, las lágrimas brotaron de nuevo, silenciosas, dolorosas.

- No amor mío, no llores…. dijo esta vez con autentico cariño hacia su hija.

- Es que me dices cosas tan duras…

- Giannina, sabes que te amo como a nadie en este mundo, solo quiero ayudarte a hacer que tu vida mejore.

- Si quieres que mejore entonces no me hagas ese tipo de comentarios. Sabes que me afectan.

- Está bien, es mi pecado querer ayudar a mi hija… - se quejó en un tono casi infantil.

La actitud de víctima de Martina logró lo que buscaba, Giannina puso los sentimientos heridos de su madre sobre los suyos suplantando la tristeza por la culpa.

- No te pongas así… - consoló Gia a su madre tomándola de las manos – Yo sé que todo lo que me dices es por mi bien, es solo que… Ya sabes, estoy muy sensible y malinterpreto todo.

- Está bien Gia. – dijo relajando su semblante – Dejémonos de discutir y disfrutemos estos días juntas.

Tres días habían pasado desde que Giannina hablara con su esposo, cinco desde que saliera a ese viaje de negocios y la dejara al cuidado de su madre, a pesar de la discusión con ella, el cambio de aire le había sentado bastante bien, Hablar con otras personas, recibir las visitas de allegados y familiares que querían saludarla habían resultado casi medicinal disminuyendo la intensidad de la depresión que había padecido las últimas semanas, su apetito había mejorado considerablemente y las ojeras alrededor de sus ojos eran mucho menos visibles. Era solo la preocupación por Marco lo que le atormentaba “por qué no me llama, ¿será que debo llamarlo yo? ¿Tendrá razón mi madre al decir que no lo atiendo cómo debería?” Estas preguntas la hacían tomar una y otra vez el teléfono para marcarle al teléfono móvil de su esposo arrepintiéndose por la posibilidad de parecer una esposa desconfiada, una más de las inseguridades causadas por su enfermedad.




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