Los chicos seguían estáticos tanto por las palabras como por la actitud de Heylel, pero Andras parecía en estado de shock, aunque no se trataba exactamente de eso, sino que al escuchar a Heylel hablarle en aquel tono, fue violentamente lanzado a sus primeros años de vida cuando los caídos cuidaban de él. Recordó las payasadas de Araxiel y Caviel, los cuidados de Limeriel, los regaños de Sariel cuando Haniel y él se metían en problemas, a Dobiel enseñándoles cómo manejar el arco, y con una claridad dolorosa, la voz de Heylel enseñándolo a montar a caballo, así como el día que no se había sujetado bien y el caballo lo había tirado, pero Heylel estaba ahí para sujetarlo. Este violento repaso, que incluía otras imágenes, le produjeron a Andras más dolor que las heridas que había recibido ese día, haciendo que las lágrimas velasen sus ojos. Sin embargo, esto no evitó que cuando levantó la cabeza, el dolor se agudizase.
Haniel y Deliel habían llegado justo en el momento que Andras había golpeado a Galiel, pero tanto el uno como el otro parecieron quedar paralizados, y en realidad Haniel parecía al borde de un colapso, pero cuando Heylel se marchó con Bastiel y los ojos de Andras y los de Haniel se encontraron, ambos serían lanzados a un paseo por recuerdos de un pasado muy, pero muy lejano.
Si bien era cierto que el padre de Andras y los caídos, lo habían dejado al cuidado de una pareja que tenía otros cuatro hijos, por una parte la razón original que motivó esta decisión, que había sido la de protegerlo, no resultó muy efectiva, pues pronto descubrieron que el niño era tremendamente bueno para meterse en problemas con o sin protección, y por la otra, esto no significó de ningún modo que se desentendiesen de él. Por lo anterior, Andras pasaba mucho tiempo con los miembros de su raza, pero el único otro niño que había era Haniel, de modo que fue lógico el lazo afectivo que se desarrolló entre ellos para desesperación de Sariel, y no por lo que era Andras, sino por como era su hijo, ya que Haniel era terco y obstinado, y siendo que Andras era su único amigo, se las arreglaba a las mil maravillas para escaparse hacia donde estuviese Andras, lo que significaba por lo general, más problemas de los que hubiesen podido esperar y muchísimos más de los que en justicia pensaban que merecían. Lo anterior terminaría por obligarlos a llevarse a Andras en forma definitiva con ellos, pues era mejor eso que tener que estar corriendo tras Haniel cada vez que se escapaba.
Haniel era más de cinco mayor que Andras, y en condiciones normales era improbable que hubiese nacido aquella cercanía y complicidad entre ellos, pero como seguía siendo un niño y Andras el otro único niño de su mundo, no hubo forma de evitarlo.
Cuando Andras cumplió siete años y como ya se lo habían llevado con ellos, a medida que Haniel se entrenaba, lo hacía el más pequeño también, y así fue como Andras fue aprendiendo junto con Haniel el manejo del arma que algún día les darían, pero también unas muy novedosas para la época como lo eran el arco, las lanzas y las espadas que no se conocerían en el mundo hasta mucho después. También aprendieron a montar casi juntos, pues en eso Haniel le llevaba ventaja, pero eso solo hizo que Andras se empeñase más y que estuviese a punto de romperse el cuello en más de una ocasión, aunque él solo recordase una.
Si bien aquella relación resultaba beneficiosa, pues hacía que los niños no se sintiesen solos, también trajo consigo algunos peligros más graves que un brazo roto o una frente sangrante, porque aunque los shedims no perseguían a los niños nephilims con la misma intención que lo hacían los Guardianes, y solo lo hacían por el motivo habitual que era fastidiar y los niños eran más vulnerables fuesen nephilims o humanos, Haniel y Andras tendrían varios encuentros con ellos, pero hubo dos que se fijarían a fuego en la memoria de Andras.
El primero ocurrió antes de que cumpliese siete años y en una ocasión en la que Andras escapaba de Limeriel, aunque no recordaba el motivo, pero lo cierto era que corría por una pradera y como iba descalzo, aun hoy y en el momento presente, pudo recordar una sensación que creía olvidada, como era la de experimentar la sensación de la hierba fresca y suave bajo sus pequeños pies. Estaba por llegar a la ladera por donde pensaba deslizarse cuando repentinamente un enorme perro apareció de la nada haciéndolo frenar con brusquedad y caer. Los ojos de Andras se dilataron al ver al animal acercarse y estuvo seguro que iba a morir. Sin embargo, lo próximo que escuchó fue el grito de Haniel, y si estaba seguro que se trataba de él, era porque solo él gritaba de aquella manera cuando en sus prácticas se disponía a atacar, y aunque Heylel le había dicho muchas veces que aquello no era necesario, Haniel nunca dejaría de hacerlo. El mencionado grito lo hizo abrir los ojos y ver que efectivamente el chico se lanzaba sobre el bicho aquel que ante los asombrados ojos de ambos, después que Haniel había hundido su cuchillo de caza en algún lugar de su cuerpo, se transformaba en una persona. No obstante, apenas esto había sucedido, se presentaron Camel, Sariel, Heylel, Araxiel y Danael. Ni Andras ni Haniel supieron entonces cómo había terminado el asunto, porque Araxiel había recibido la orden de sacarlos de allí. Araxiel los había dejado en casa y Andras se había lanzado en un nervioso relato y terminó llorando y abrazado a Haniel.