La cultura popular ha dado como cierta, primero la existencia de un infierno como lugar de castigo para pecadores, vendida por diversas religiones independientemente del nombre que le den al hipotético lugar, y segundo, la afirmación de que su localización sería bajo tierra con el popular añadido de un calor insoportable, ya que estaría compuesto, entre otras cosas, por ríos de lava ardiente. De toda la colorida fábula anterior, lo único medianamente cierto, era que la residencia oficial de Satanael estaba bajo tierra, pero era una cuestión de conveniencia, ya que en el inicio, las cuevas constituyeron las primeras moradas para toda criatura viviente debido a la protección y relativa comodidad que ofrecían; y así como Heylel y los primeros caídos habían establecido la suya en Oriente, y siendo que Satanael de ninguna manera quería estar cerca ni ser vecino de un muchachito tan recalcitrante y perseguidor como aquel, establecería la suya en el lado opuesto. Por supuesto y al igual que los caídos, también poseía residencias más acordes con lo que se conoce como una, pero existían dos diferencias entre las de él y las de los caídos. La primera, que él pasaba más tiempo en la oficial que en las otras mientras que los caídos y con excepción de Heylel, rara vez visitaban el que había sido su primer hogar; y la segunda, que los mortales que por cualquier motivo eran conducidos a la casa de un caído, siempre salían vivos de ésta, mientras que de las de Satanael, fueran nuevas o de la antigua, nadie tenía mucho problema para entrar, pero quien lo hacía, lo dudoso era que saliese.
Satanael se hallaba en su casa intentando olvidar el ruidoso fracaso vivido recientemente, cuando él y sus criaturas sintieron la violenta alteración.
Los presentes vieron con indiferencia que Lilit comenzaba a vomitar y a sangrar por distintos lugares, ya que parecía que aún no se recuperaba del todo de las heridas sufridas en la contienda anterior, algo por lo que nadie podía extrañarse si tenían en cuenta que quienes la habían atacado habían sido Abe y Sariel, más el primero que el último y eso eran pésimas noticias para cualquiera de ellos independientemente de su condición de shedims de la jerarquía mayor; lo que habría podido preguntarse cualquiera, era por qué seguía conservando aquella maltratada materia siendo como era una shedim, y la respuesta era tan simple como absurda, pues solo se trataba de la exacerbada vanidad de aquella criatura. Aunque todos la estaban viendo, nadie se movió en su auxilio, pues la indolencia era una característica de los shedims como se señaló con anterioridad. Sin embargo, lo que sí causó cierta extrañeza, fue que Nael reaccionase de aquella manera ante el comentario siendo que él mismo llamaba a Heylel de esa forma y con el mismo desprecio. Solo Sire estaba seguro que todo era debido a la enorme ira y frustración que estaba sintiendo. Siendo que Sire había sido una de las primeras criaturas de su especie creadas por Satanael, podía decirse que era quien mejor lo conocía, de manera que podía imaginar con facilidad cómo se estaba sintiendo. Heylel había sido una espina clavada en la garganta de Satanael desde el principio de los tiempos y por dos motivos diferentes; el primero obedecía a la avaricia de Satanael por poseer todo aquello susceptible a ser poseído y eso incluía tanto a las personas como a los ángeles, pero en el caso de éstos y si por cualquier motivo, motivo que solía ser la belleza, llamaba su atención, los perseguía de manera obsesiva sin tener en cuenta cuánto tiempo pudiese tomarle, del mismo modo que era indiferente el género y lo relevante era que él los encontrase hermosos, poderosos, útiles o todo lo anterior. Pero siendo que Heylel demostró desde un inicio un soberbio desprecio y una única intención con relación a Satanael, esto generaría el segundo motivo, pues Satanael pasó de perseguidor a perseguido, aunque con un interés diametralmente opuesto al suyo. La cuestión fue que Heylel se convertiría en el primer sujeto al que Satanael renunciaría, haciéndolo además objeto de su odio más intenso.
Sire nunca había entendido por qué razón, aunque no necesariamente debía existir alguna, Satanael se había empeñado en individuos tan difíciles como Heylel, Raziel, Varjan o Kellen habiendo tantos otros más fáciles de convencer, así que terminaría concluyendo que era por el poder que exhibían. Lo que Sire no sabía, y de haberlo sabido posiblemente no lo habría entendido, era que aquellos eran ángeles de luz y se habrían atraído la atención de cualquiera tanto si querían como si no, y esa última parte sí la sabía, pues en todos los shedims, él incluido, ejercían una extraña fascinación que por lo general terminaba muy mal. Por un tiempo, Sire creyó que Kellen sería el que terminaría cediendo, pero no pudo equivocarse más, porque si bien la criatura cumplía cualquier encargo, mismos que eran groseramente bien pagados, se limitaba justo a eso, nunca se quedaba más tiempo del que él considerase necesario, ni decía absolutamente nada. Sire salió de sus pensamientos al escuchar que Nael lo llamaba.
Sire se limitó a asentir, aunque dudaba que pudiese averiguar algo. Cuando iba de salida vio a Haizi, y aunque le extrañó verlo sin Infano, no tenía tiempo para preguntar y solo se planteó si aquella explosión de ira de Heylel estaba relacionada con aquellos dos, porque si así era y el pequeño Infano había terminado en El Parque, o peor aún, sin su anárquica y rubia cabeza, tendrían no solo a Nael sino a Lilit igualmente iracundos, y en el caso de la segunda no por amor maternal, sino porque aquel par de chicos hacía todo lo que ella pidiese, y por extensión, lo que ordenase Satanael.