El sábado en la mañana, Lil despertó desusadamente temprano, no sabía exactamente por qué, pero sentía que algo no estaba bien. Recordó los acontecimientos de la noche anterior y pensó que tal vez el hecho insólito de haber logrado tener una cita con un chico, era lo que la hacia sentir tan extraña, pero luego se dijo que aquello era ridículo, pues si eso iba a hacerla sentir de alguna manera, debía ser feliz. No obstante, no tuvo mucha oportunidad para reflexionar sobre ello, porque apenas iba hacia la cocina para prepararse un café, cuando escuchó el timbre y miró la hora decidiendo que era imposible que se tratase de Maureen por mucha curiosidad que tuviese, pues suponiendo que la misma hubiese vencido los hábitos de sueño sabatino de Maureen, ella se habría decantado por el móvil. Sin embargo, iba a sorprenderse mucho más cuando abriese la puerta.
Samuel Randall era lo que Maureen llamaba un hombre 10; era alto, elegante, con un rostro armonioso que albergaba a unos inquisidores ojos azules, una nariz perfecta y una boca que invitaba a ser besada, en opinión de la descarada Maureen. Según lo que Lil sabía, Samuel tenía cuarenta y seis años que no aparentaba de ninguna manera y con dificultad se podría creer que tenía treinta y pocos, pues aparte de su apostura natural, sin duda cuidaba mucho de su cuerpo que parecía el de un atleta de alta competencia, y en sus rubios cabellos no se vislumbraba ni un solo hilo plateado, aunque habría sido difícil detectarlo.
Samuel estaba inspeccionando el departamento con lo que a Lil le pareció disgusto, y recordó lo mucho que él se había opuesto a que ella fuese a vivir sola y en una pocilga de ultima categoría, lo que hizo preguntarse a Lil si su padre habría estado alguna vez en algún barrio verdaderamente pobre. Lil aun se estaba preguntando qué hacía su padre allí cuando él dejó de mirar al entorno y fijó sus ojos en los de ella.
Lil odiaba que su padre se comportase de aquella manera, pero haciendo un supremo esfuerzo y teniendo en consideración que llevaban algún tiempo sin verse, se dejó conducir fuera de su departamento sin notar que no llevaba ni siquiera su móvil, y lo único que alcanzó a coger fueron las llaves. Sin embargo, si pensaba que irían a algún club o incluso que Samuel decidiese llevarla a casa, no podía estar más equivocada, porque un momento después donde estaban era en el aeropuerto. Aunque le preguntó a dónde iban, no recibió respuesta, y durante el tiempo que duró el vuelo, Samuel se dedicó a preguntarle mil cosas acerca de la universidad y habló de otras tantas que no le interesaban en lo más mínimo a Lil. El asunto fue que terminaron en alguna isla del mar Egeo donde pasarían los próximos dos días.
El domingo en la noche cuando Lil llegó a su casa, se encontró con que su móvil había colapsado debido a la avalancha de mensajes y llamadas perdidas, también tenía cerca de veinte mensajes en la grabadora del teléfono de su casa y varias notas que habían sido deslizadas por debajo de la puerta. Sin embargo, como era muy tarde y había tenido mucha actividad, porque su padre era efectivamente un deportista y se habían pasado el fin de semana surfeando, montando a caballo y varias cosas más, decidió acostarse y dejar las explicaciones para el día siguiente.
El lunes en la mañana, Lil no despertó con la alarma de su reloj, sino con el repique de su móvil.
Dicho esto cortó la comunicación y Lil no pudo evitar reír, pues Maureen estaba muy equivocada y en muchos aspectos.
Durante el desayuno, le costó algún esfuerzo que sus amigos le creyesen que si bien había salido con Andras la noche del viernes, se había pasado el fin de semana con su padre.