Niklas observó el rostro consternado de Nancy ante su propuesta. No supo si no se expresó del todo bien o si no usó las palabras correctas. Sin embargo, era una buena carta la que usaba para tenerla, no sería más un espectador de su desprecio, porque seguía sin poder saber que los alejó a tan grado de ganarse el odio de su parte.
La mirada de decepción fue lo que necesitó para soltarla. Sí, él no usó bien las palabras, pero no tenía más opción.
— ¿Quieres que tenga una noche contigo? —ella tuvo que soltar su maleta de la impresión—. ¿Una noche y salvas la vida de mi hijo? —lo golpeó en el pecho—. Eres un maldito —lo empujó—. Es la vida de una persona y me pides eso…
— Nancy…
— Te odio con todas mis fuerzas —sollozó Nancy, golpeándolo en el pecho—. Es la vida de una persona la cual tienes en tus manos, es mi hijo… es todo lo que tengo y la pones como si no tuviera valor.
— No quise decirlo de una mala manera, te juro que puedo ayudarlo y será todo lo que te pediré…
— No has cambiado nada, Niklas —ella levantó la mano para detener cualquier taxi—. Vete a la mismísima mierda, Niklas Lemann.
Niklas no supo si fue, no pudo usar las palabras como debería, pero la dejó ir. No había caso alguno en retenerla si le dijo que la odiaba. ¿Usó palabras que no debía? ¿No fue muy drástico?
Fue hacia su auto para seguir el taxi en el cual ella subió para escapar de él. Golpeó el volante una y otra vez mientras la seguía de cerca, y hasta que no la vio entrar a su hogar no se marchó del barrio. Incluso, pudo ver que estaba escapando de todo, y sus manos temblaban mientras sacaba las llaves de su bolso. Hasta tuvo el impulso de ir con ella, pero solo empeoraría las cosas más de la cuenta.
Fue hacia la casa de sus padres, necesitaba hablar con su abuelo lo antes posible, porque si no iba a morirse. Su padre sabía de antemano todo lo que le pasaba, pero estaba más que claro de que no se metían en su vida.
— ¿En dónde está mi abuelo? —le preguntó a su madre, la cual estaba extrañada por verlo ahí—. ¿En su salón? ¿En su habitación?
— Está en su habitación ahora…
Como siempre hacía, la ignoró por completo. Subió de dos en dos las escaleras que daban a la habitación de su abuelo, dando los toques para que supiera de su llegada. Lo encontró leyendo un libro en la cama, así que se acercó a él, quitándose los zapatos en el camino. Aunque era un anciano de ochenta y tantos años, era muy sabio, tanto que podía darse el lujo de darle buenos consejos.
— Por tu cara, veo que ella no se lo tomó muy bien todo lo que le dijiste —el anciano dejó a un lado el libro—. ¿Qué hiciste?
— Le dije que pasara una noche conmigo, pero me mandó al diablo —subió los pies como si fuera un niño pequeño—. ¿No es lo que debería hacer?
— ¿Le pediste tener sexo contigo a cambio…?
— ¡No! —aclaró rápidamente—. Solo le dije que podía pasar una noche con ella a cambio de salvarle la vida a su hijo, pero me odia aún más. Siento que voy a morirme por su desprecio. No es justo.
— Hasta yo te mandaría al mismísimo demonio —Gian le dio unas palmadas a su nieto—. Si se lo dijiste de ese modo que me lo comentas a mí, es obvio que te odiará por eso. Nancy no es la clase de mujer que…
— Entonces pensó que le prepuse tener sexo…
— O tal vez otra cosa, no te preocupes —su abuelo negó divertido—. Veo que te gusta mucho esa chica. No te importa nada, siquiera que tengas un hijo que no llevará tu sangre.
— Joshua me dice papá y no me molesta —comenzó a relatar—. Ya te dije que se metió en mi maleta y no salió de ahí hasta que me vio. Lo quiero tanto, se volvió una parte de mí.
— Ese niño y su madre están en ti más de lo que deberían —Gian negó con la cabeza—. Ella solo está asustada. No eres la clase de hombre que anda por la vida haciendo las cosas bien.
— Siempre hago todo bien…
— Tomaste la decisión de ser piloto a pesar de que tu madre te dijo lo contrario…
— Mamá se puede ir a la misma porquería del mundo —puso los ojos en blanco—. La única que sigue sus mandamientos es mi hermana, conmigo nunca podrá lograrlo —negó con la cabeza—. Necesito que ella esté conmigo. Es algo loco…
— Hay muchas mujeres marginadas
— Ay, guácala —hizo una mueca de asco—. Las mujeres pobres no son lo mío. Solo con verme se me lanzan encima, aparte de eso, no me gusta ninguna de ellas.
— Nancy no hace la diferencia entre esas mujeres según lo que dijiste…
— Pues hablábamos mucho antes, pero ahora parecemos perros y gatos —quedó un momento en silencio—. Ella en verdad me gusta, solo que es complicado todo.
— Es complicado porque siempre estás mirando a las personas por debajo de ti —su abuelo negó con la cabeza—. Es obvio que ella tiene miedo, tú tampoco pones de tu parte.
— Le ofrecí salvarle la vida a su hijo, solo le faltó darme un buen golpe en la cara —arrugó la frente—. No sé qué hacer, abuelo. Cuando creo que puedo lograr dar un paso, ella retrocede veinte.
— Únicamente debes tener un poco de paciencia —su abuelo dio unos golpecitos en la pierna—. Todo debe fluir como debe. No temas.
— Haré mi mejor intento, porque cada día que pasa siento que me volveré loco.
— Aclara las cosas como son de ahora en adelante —su abuelo sonrió enternecido—. Ve a casa, descansa y eso es todo.
— Tienes razón, iré a casa, porque mi madre lo más seguro es que intenté secuestrarme.
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Editado: 02.09.2024