Desde que la luna me acompaña

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13 de febrero de 2015

Agatha arrugó la nariz al oler otra vez como venía. Borracho. Estaba borracho otra vez, ella le había creído cuando dijo que dejaría de beber, vaya, sí que era ingenua, creerle a un bebedor que dejará de beber, y con sus antecedentes, era demasiado obvio que no sucedería así. Antonio entró, estaba furioso, había perdido su dinero con unos mequetrefes que no sabían, sino que hacer trampa, cuando vio a su mujer junto a su hijo, se enfureció aún más, detestaba verla tan tranquila, sin preocuparse de que él estaba allí, solo preocupándose por ese niño estúpido que no sabía hacer nada más que llorar.

Se tapó las orejas cuando escuchó el llanto de ese mocoso, lo odiaba, odiaba que no lo dejase hacer lo que quería, odiaba que le robase la atención de su esposa, y, sobre todo, odiaba que ella no le prestase la mínima atención cuando llegaba a casa. Tengo que darle una lección, se dijo, al verla tan sonriente con el mocoso que nunca quiso tener, pero que ella se encaprichó aun cuando le había dicho muchas veces que no tuviera. Arrancó de los brazos de su madre al pequeño, quien lloraba no más estando en los brazos de quién decía que era su padre.

—Tú, mocoso de mierda, nunca debiste nacer. ¿Por qué siquiera apareciste aquí? Has arruinado completamente mis planes, ¿te piensas que ella será tuya? No, ella es solo mía parasito. No tendrás el gusto de tener su atención, ¿por qué sabes? —Meneó al bebé con una mano, con intenciones de dejarlo caer en cualquier momento, Agatha miraba horrorizada aquella escena, temblorosa, agarró la mano de su esposo—. ¿Qué quieres perra? ¿No ves que me estoy ocupando de este mocoso? Aléjate. Esto es para que veas que debiste hacerme caso cuando te dije que abortaras —sonrió siniestramente hacia el pequeño—. Oh, oh, tantas cosas tengo que hacerte, ¿cuál sería la mejor?

—No, déjalo. Antonio, por favor, él es tu hijo. ¿Por qué haces esto? ¡No deberías beber tanto si te vas a poner de esta manera! —Una cachetada fue a su dirección, llena de furia, ella no se alejó a pesar del dolor que sentía en su mejilla—. Por favor, déjalo en su cuna. Apenas tiene semanas de nacido, está muy débil. Necesita cuidados Antonio, por favor, no lo lastimes.

—Eres muy ruidosa. En verdad me molestas —crujió los dientes, de un instante a otro dejó caer al niño, pero la reacción de su mujer fue rápida y el niño solo lloró y lloró por el reciente impacto—. ¿Sigues defendiéndolo? ¡¿Qué demonios no entiendes con qué no quiero a esa cosa aquí en mi casa?! Maldita ramera, solo haces lo que se te da la gana, ¡mírame cuando te hablo! —Le pegó con fuerza, ignorando sus gritos, queriendo pegarle más y más—. Eso, grita. Debes de saber que lo que hiciste está mal, tienes que darte cuenta de que no soy el del error, fuiste tú perra, eres la que me hizo hacer esto. Debiste hacerme caso, debiste entenderlo. ¿Por qué lo hiciste? Yo no estaría tratándote así sino fueses tan tonta.

—P-p-para. Lastimarás al niño, para por favor —aquello lo enfureció, golpeó con más y más fuerza, hasta hartarse del sonido que emitía el pequeño, lo haló de los brazos de ella, quien no deseaba soltarle por más que le costase la vida.

—Estorbas. No me dejas concentrarme. Cállate, cállate, deja de provocarme —a esa pequeña criatura, quien no sabía defenderse recibió un golpe antes de que Agatha arremetiera contra él con furia—. ¿Otra vez me interrumpes? ¡Deja de meterte perra! Esto es para que aprendas que tienes que hacerme caso.

Agatha miró por todos lados con prisa, buscando algo que la defendiese, cogió el tenedor que había estado usando para su cena y se lo clavó en el pecho, Antonio gritó, furioso por lo que su mujer le estaba haciendo, y esta vez, sin controlar su fuerza, le dio un bofetón que la terminó tirando al suelo, salía sangre, estaba malograda y sin fuerzas, pero no dejaría que matara a su hijo así como así, primero ella moría antes de que su pobre bebe pagara las consecuencias, mordió su brazo con fuerza, arrancándole un poco de piel, en ese momento, fue que los ojos de él enloquecieron, tiró al bebé, quién estaba emitiendo quejidos de dolor muy bajos, y que después de estrellarse entre las puertas del fregadero, dejó de llorar. De emitir sonidos. El pequeño, que Agatha amaba, yacía inerte con un charco de sangre que la había dejado en shock. Sin movimientos.

—Fue mi culpa. Yo lo provoqué. No, no, Armando, mi niño, no, no, esto no puede ser —dijo una y otra vez, incapaz de aceptar el hecho de que su hijo ya se fue, y todo era debido a su marido.

Quien sonreía orgulloso por su logro, le había dado una lección a su mujer, había visto que con él no se jugaba y que tenía que hacer todo tal y como él lo diga. Agarró su cabello con fuerza, sonriéndole con descaro.

—Sí, tu culpa perra. Fue tu culpa de que ese mocoso muriera, ¿has entendido ahora? ¿Sabes lo que tienes que hacer ahora?

Al oír su voz, Agatha reaccionó con fiereza, con asco de que la tocara, desplomó su mano por la maseta de la cocina, buscando un arma, algo, lo que sea, con tal de que la alejase de ese demente.

—No irás a ninguna parte preciosa, tú y yo tendremos una sección de amor, sin ese mocoso todo está bien ahora, tenerte toda para mí me satisface más de lo que hubiese pensado nunca. Debí haber puesto algún veneno de rata en tu comida que te hiciese abortar, o de esos remedios que venden en el mercado, así no hubiese desfigurado tu hermoso rostro Agatha —así mismo, clavó la cuchara que tenía en su ojo, quien dio un alarido lo suficientemente fuerte como para dejar libre a Agatha de aquella prisión en la que la mantenían sus brazos.




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