Desde que la luna me acompaña

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Esa misma noche

Nieves era una mar de dudas, y preguntas, se cuestionaba en todo momento si era una buena doctora o no, todos esos molestos comentarios, esas pesadillas por las noches, la estaban haciendo perder la cabeza, y, posteriormente, su seguridad estaba por los suelos, no sabía sí se merecía estar allí, «salvando» a los pacientes, cuando se sentía que solo empeoraba su condición. Quitó su sudor, y salió del hospital, necesitaba aire, algo que pudiese darle las respuestas a lo que le estaba sucediendo.

—¿Estás segura de que estás bien? Estás demacrada —le dijo la psicóloga del hospital, quien la miraba con entendimiento—. Las personas pueden enfrentar lo que te pasó de diferentes maneras, tú, como es algo que nunca te había pasado antes, te ha afectado demasiado, y con los comentarios de los demás doctores ha hecho mella en ti. Pero para eso estás aquí, yo te ayudaré a solucionar esto.

Nieves sonrió de boca cerrada, eso no era lo que ella deseaba, solo quería unas pastillas para dormir, que la dejasen clavada allí hasta el día siguiente sin pensar demasiado.

—Xiomara, no estoy aquí para una sesión, empezaste a hablar y hablar sin dejarme decir una palabra —suspira—. Solo vine aquí porque necesitaba tu firma para estas pastillas, de lo contrario no estarías viendo mi rostro por aquí —sonríe débilmente, a lo que la Dra. Ramos frunce el ceño.

—¿Estás segura de eso? No creo que sea lo más conveniente que tomes pastillas para dormir con tu situación, podría afectarte los nervios Nieves, eres doctora, debes saberlo —hizo una mueca ante aquella palabra.

—¿Doctora, eh? Hasta estoy dudando de que lo sea, nadie apreció todo lo que he hecho en estos años, solo me desprecian una y otra vez —se quedó en silencio por unos segundos, levantando la vista hacia ella con suplica—. Por favor, solo firma esos papeles, no he dormido en más de una semana, necesito sacarme a esa niña de la cabeza.

Xiomara suspiró y firmó los papeles con duda.

—Aquí tienes, pero sigo creyendo que no es una buena idea, Nieves —ella no le prestó atención, sonriéndole con agradecimiento.

—Gracias, en verdad te lo agradezco. Con esto podré estar mejor —salió de allí con rapidez, yendo en busca de sus pastillas.

Xiomara miró la espalda de aquella doctora y suspiró, ella sabía que eso no iba a ir bien, Nieves es una persona sumamente difícil, pero eso no significa que sus sentimientos, no pendan de un hilo.

Quitó su bata, olvidándose de aquella conversación, hoy había sido un día demasiado difícil para ella, y no pudo controlar la amargura que le dejó al salir de allí, se dirigió a su coche y fue a su casa, no le apetecía que Claudio la interceptase, su esposa estaba siendo demasiado molesta últimamente, cuando ha sido ella la que se ha ido durante esa semana entera, ¿esperaba no encontrarla siendo de niñera de su hija? Estaba realmente equivocada, no había trabajado dos días seguidos y Carlota quiso jugar con ella ya que su papá estaba trabajando en páginas web, y no le hacía el menor caso. No le diría que no porque su mamá estaba poniéndose celosa de ella.

Abrió la puerta de su apartamento y ver aquella casa tan deprimente la dejó helada, sola. Estaba sola, apenas se había dado cuenta de ello, era una persona desdichada, quien, si muere, nadie notaría como desaparece junto al polvo. Mordió sus labios hasta sangrar, y ese fue su límite. Estaba sopesando las palabras de Xiomara, pero las borró inmediatamente vio aquel potecito de pastillas, con rapidez, tomó un maso de ellas y las llevó a su boca, quería desaparecer, lo quería… así no tendría que soportar toda la mierda que la estaba jodiendo cada día.

—No hay nada para mí después de todo, ¿por qué tendría que seguir con esta mierda? —Volvió a tomar algunas pastillas más, y estaba empezando a sentir el efecto. Sonrió—. La única persona que he tenido se fue hace años, seguir aquí, no sirve de nada.

Cayó al suelo, provocando un ruido que se pudo escuchar al lado, Carlota pasaba por allí, Pedro estaba ocupado con unas señoritas y la había dejado sola, su papá no le iba a hacer caso, estaba haciendo cosas raras con la computadora, y su madre seguía al teléfono, sin prestarle atención. Sonrió cuando vio la puerta de su persona favorita, tocó vivamente, pero la puerta estaba entreabierta, frunció el ceño, entrando con la misma alegría, dando pequeños saltitos.

—¡Nieves, Nieves! ¡Quiero jugar contigo! No hay nada divertido que hacer, me han dejado sola otra vez —hizo un puchero—. ¿Nieves? —Gritó cuando vio a Nieves tirada en el suelo, inerte. Se asustó—. Nieves, ¿no te estás yendo al cielo, cierto? —Tragó saliva y corrió hacia su casa, buscando a su papá, cuando este la vio le sonrió, ella lo jaló sin importarle que estaba ocupado—. Papi, Nieves está mal. Está en el suelo tirada, no quiero que vaya al cielo, ella me gusta. Es como mi segunda mamá. No quiero que se vaya —lloró, su padre reaccionó, entrando con rapidez.

—Mierda, Nieves —con las manos temblorosas llamó a la ambulancia, preguntándose porque ella quería hacer eso. Apretó los labios—. ¿Por cuánto tiempo estuviste pensando eso? Joder, como no me di cuenta.

Se quedó allí, con su hija llorando, quien miraba a Nieves esperanzada de que abriese los ojos, pero ni cuando llegó la ambulancia y se la llevaron y su padre se fue con ella, pudo evitar preguntarse por qué estaba ella allí, tirada en el suelo, completamente sola. Se secó las lágrimas y se dijo que le daría un regalo cuando despierte, para que se sienta mejor.




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