Desde que la luna me acompaña

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04 de junio del 2015

—Hugo, sé que lo haces con buenas intenciones, pero mi hermano está resignado, no quiere absolutamente nada. Ni conmigo quiere hablar —sus labios estaban en una fina línea, afirmando que, la actitud que había tomado su hermano ante el diagnostico, le molestaba en demasía.

Él hizo un gesto desdeñoso, aunque también lo pensaba, apenas ayer fue que se disculpó por la actitud que tuvo hace semanas atrás.

—Lo entiendo, yo también estoy dudando de cómo se lo tomará, pero —se gira hacia ella, después de enganchar unos cuantas globos de color rojo—, él tiene que aceptar que su única familia esté aquí para celebrar su cumpleaños, aunque le moleste, y desbarate todo, que, a estas alturas, posiblemente es lo que hará. Aunque ninguno le importe, ya que, manejar su mal humor será de lo más divertido… o tal vez no —sonrió cuando los ojos de Esmeralda se entrecerraron al ver su forma de ser. Se encogió de hombros—. Por algo le caigo bien a tu hermano, ¿no crees?

—Un loco para otro loco. Clásico. No me sorprende de él —suspira, sentándose en la cama, pensativa—. Espero y tengas razón, ha estado mal desde que supo que no mejoraría. Y, hacer esto, creo que no le sentará bien, mejor quitamos todo antes de que llegue del tratamiento —se paró, quitando unos cuantos globos, hasta que la mano de Hugo la detuvo.

—Para, Esmeralda. Esto no lo hará mejor para Ricardo ¿sabes? Te necesita fuerte, porque es a ti que deja atrás. Debes mostrarle que podrás sola, esta actitud solamente hace que se aparte más de ti. Él es demasiado orgulloso como para decirte; no me veas de esa manera. Porque siempre han estado juntos, lo has cuidado desde siempre, es imposible para él mostrarse débil delante de ti, porque siempre lloras; siempre estás triste en su cercanía. Una persona que se va a morir más pronto de lo que imaginaba no quiere ver a la única persona importante para él de esta manera, debes saberlo —le habló seriamente, sin simpatía, solo con la verdad, y ella, a pesar de que se mordía el labio, y lloraba, sabía que era cierto, Ricardo nunca se mostraría cálido con ella a menos que dejase esa faceta suya.

—Lo sé, y lo entiendo. Pero —miró las fotografías de ellos juntos, riendo y haciendo tonterías. Volvió a llorar—. No puedo, y no quiero recordar mis últimos momentos con mi hermano de esta manera, quiero reír, llorar, y jugar como antes. ¿Por qué diablos nos tuvo que suceder esto a nosotros? ¡Por qué! —Él hizo una mueca, no era experto en consolar, más bien era de aquellos que se quedaban mirando como lo hacían, y él sin hacer nada. Siempre le dejaba ese trabajo a otra persona.

—No lo sé, solo pasa —se encogió de hombros, mirando hacia otro lado—. La vida a veces es de esta manera y tenemos que aceptarla, ponerle peros o gritos no solucionará nada. Ella ha escuchado eso muchas veces, el lamento de las personas es lo que más le divierte, a mi parecer —ella se sorprendió con la agredes que habló. Lo miró, intrigada.

—Parece que sabes de lo que hablas. ¿Has tenido experiencias en situaciones como estas? —Él sonrió con cinismo.

—¿Qué persona no ha pasado por algo así en su vida? Es por ley; naces, te reproduces, y mueres —ensancha su sonrisa—. Unos lo hacen más temprano que otros, lo que no esperas es que ese dolor, se quede más tiempo del que creías estimado.

Se quedó callada, analizando sus palabras. Pero no le dio demasiado tiempo, escuchaba los refunfuños de su hermano muy cerca, ambos se miraron y asintieron entre sí, sabiendo lo que harían. Unos minutos después, se le vio entrar con una enfermera, y con una débil, pero emocionada voz, gritaron; ¡Qué seas feliz en tu cumpleaños! Ambos sabían que decirle lo típico lo pondría de más mal humor de lo que le podría sentar aquella fiesta sorpresa. Ricardo los miró de hito en hito, preguntándose si aquello era en serio, o era una broma de mal gusto.

—Sé que no me he quedado ciego aún, ya que eso colmaría mi desgracia, pero ¿qué diablos es esto? —Señaló las poca decoraciones que habían montado con rapidez—. He dicho claramente que no quería ser parte de esta inútil celebración que se hace cada año, después de todo, no la recordaré —sonríe con cinismo—. ¿O piensas que los muertos lo hacen? Por muy desquiciado que esté, no creo que eso sea posible.

—¿Por qué reaccionas así? —Él se dirigió a paso lento hacia las decoraciones y las tiró todas al piso, su hermana lo miró con la boca abierta—. ¡Maldita sea Ricardo, detente! —Lo tumbó a la cama, y él emitió un gruñido de dolor, apenas había salido del tratamiento y estaba débil, ella lo miró seria—. No, no puedo aceptar que desprecies lo que hemos hecho por ti, y sí, sé que te recuerda lo que pasará, pero no hay de otra, ¡yo no estoy mejor que tú! Joder, que ha estado pésimo que me la pase lloriqueando cada vez que te veo, pero es que soy así Ricky, no puedo cambiarlo porque estés en esta situación —se le aguaron los ojos, y se olvidó de ello, tratando de dejarlas allí, sin que estas salgan—. Eres lo único que me queda, y tampoco acepto que te irás antes de tiempo, eres demasiado para mí, ¿cómo quieres que sea fuerte, cuando ni tú te comprometes en ser lo suficientemente valiente, y mirarme a la cara a pesar de que ambos estamos sufriendo?

—No seas dramática. Acepta lo que hay, ¿pensabas que estaría feliz de la vida por esto? ¡Por supuesto que no! Me moriré en unos meses, o quizás días, ya ni los doctores saben que mentiras decir —sonríe, era tan fría, sin saber que el dolor de su hermana estaba llegando lentamente—. De otro modo que, vivirla como me plazca, en un maldito hospital, sin hacer absolutamente nada más que comer mi propia mugre es lo más efectivo. ¿Qué diablos esperas de mí, sino esta actitud, Esmeralda? —Le miró, estupefacta, un poco decepcionada de cómo le estaba hablando.




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