Semanas antes
Nieves sentía su cabeza desfallecer, después de todo, nunca ha sido muy buena bebiendo, y el que los recuerdos de aquella noche sean tan nítidos la estaba volviendo loca, hizo una mueca cuando vio a su otra pesadilla, ni siquiera sabía por qué lo estaba haciendo, solo sentía que no debía estar cerca de él, mucho menos cuando él había dicho aquella palabra. Le aterraba y a la vez le confundía, ella estaba segura de lo que sentía por Claudio, pero no tenía oportunidad, lo sabía, pero eso era diferente con un hombre que se había divorciado y quería intentarlo con ella. Estaba realmente indecisa.
El Dr. De la Cruz la interceptó cuando no veía, y solo estaba concentrada en sus pensamientos, a la vez que bebía con calma aquel café.
—Al fin te tengo —dejó el tintineo del café, y como si lo anticipara, agarró su mano—. Deja de escapar de mí, somos adultos, cielo santo, ¿por qué es tan difícil hablar contigo de cosas como estas? —Se sentó a su lado, observándola con atención, ella evitó aquello hasta que soltó las siguientes palabras—; Salgamos. Tú y yo solos. Aunque sea una vez, pero si no quieres tampoco puedo obligarte ¿sabes? El único emocionado por hacer esto soy yo después de todo, no podría esperar menos, pero —dudoso, agarra su mano, la miró, esperando alguna respuesta de su parte, en cambio, no hizo nada, solo se quedó mirando la unión de aquellas manos, lentamente, sonrió, aunque se fue cuando ella la quitó apresuradamente, sintiéndose confusa—. Me gustaría que lo pensaras, o me dijeras inmediatamente si no quieres hacerlo. Eso evitará que me ilusione en vano y consiga otra manera de acertar, ya sabes, no puedo rendirme tan fácilmente contigo.
Se detuvo a mirarlo, observando como aquel hombre se interesaba por ella, cuando ella ni siquiera lo había considerado de esa manera, sus ojos, verdes, que expresaban todo con aquella mirada, aquel cabello rizado, marrón claro, que le cubría las pestañas, era corto, lo suficiente como para perderse en él, se quedó en su rostro, sintiendo sus mejillas coloradas, no era blanca, pero se le notaba cuan avergonzada, y extraña se sentía, él la observó, preguntándose qué pensaba acerca de ello.
—Lo pensaré —se levantó, escapando de su escrutinio que recién se enteraba que la ponía realmente nerviosa, ahora que consideró la posibilidad de tenerlo cerca, y de esa manera, le hizo preguntarse miles de cosas.
—¿Así que no es un no? —Sonrió con alegría, siguiéndola, iban al mismo lugar después de todo—. ¿Sabes que no te puedes arrepentir por lo que has dicho, cierto? Lo vas a pensar.
—Vuelve a hablar de eso y te aseguro que la respuesta que esperas será demás negativa, ¿me entiendes? —Amenazó, molesta por su alegría, cuando ella apenas había puesto su energía para considerarlo, en verdad que no entendía a Héctor, le era difícil seguirle.
—Pero ¿sabes? Eso me ha hecho muy feliz.
—¿Qué cosa? ¿Te pones feliz por algo tan insignificante? —Rueda los ojos, era sumamente tosca con sus palabras.
—Ni siquiera sabes que fue lo que me ha hecho feliz, y ya dices que es insignificante —lo mira, levantando la ceja preguntándose si acaso estaba hablando en serio—. Es porque por primera vez, en el tiempo que llevamos conociéndonos, que me ves.
—¿Ah? ¿Quién lo dice? Siempre he sabido como eres —evita su mirada, tras un breve silencio de su parte, lo acepta—. Bien por ti entonces, vaya alegría la tuya, siempre eres tan simple Héctor —se detiene un momento, regalándole una sonrisa, tímida, pero sincera, algo que él sin duda no esperaba de su parte—. Nos vemos por ahí, el descanso se acaba en segundos, también deberías ponerte en ello. Adiós.
Él la miró hasta que dejó de verla, su corazón se había acelerado unos cuantos latidos más de lo normal, y solo porque había sonreído, se sentía tonto, pero privilegiado, desde que ha estado irreconocible, no ha mostrado aquella sonrisa que muchas veces lo desubicó, justo como ahora.
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—Wow, no pensé que vería esto con mis propios ojos, Nieves quedando con alguien, por primera vez en sus treinta años, ¡Males hermosos! Que pensé que quedarías solterona, así como la amiga de mi madre, sin amar a alguien que no sea prohibido para ella —lamió la paleta, realmente impresionada por lo que le estaba contando—. A ver, que yo sé que la relación con mi hermano es bastante compleja, pero ya es hora de dejarlo atrás, por tu bien y tu felicidad, y que mejor que con aquella ricura de ojos verdes. Santos, si no estuviera colada por Rodrigo ya estaría encima de él —frunció el ceño ante lo que escuchaba, se encogió de hombros—. Lo vi una vez, pero eso no me quitó los ojos reina, es todo un papucho que necesita una buena hembra, y mira, ¡tengo una en frente mío! —Niega divertida al escuchar sus disparatadas, se sienta cerca de ella.
—Héctor difícilmente acepta ese tipo de preposiciones, lo sé porque una vez que estábamos cenando entre todo el personal, muchas insinuaciones se le hicieron una vez llegamos al restaurante, es impresionante el descaro de las mujeres cuando ven a un chico guapo —Sabrina la miró con ojos perversos, le lanzó una almohada—. Te equivocas, no siento nada por él, apenas hemos salido unas cuantas veces, el tiempo que tenemos no es el mismo que tienes tú ¿sabes? Es algo extraño salir con alguien que tenga la misma profesión que tú; aunque a la vez divertido.
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Editado: 15.02.2021