Desde que la luna me acompaña

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8 de julio del 2015

15: 30h

Rosario miró a su hija con los ojos entrecerrados, era común verla por ahí en la semana, ni siquiera tenía que llamarla para poder ver su rostro, ella aparecía casi tres veces a la semana, aun teniendo un lugar a donde quedarse, seguía regresando.

—Esta parece más tu casa que por la que pagas hija, ¿qué haces aquí a estas horas? ¿No deberías estar tomando clases? —Ella se fue a la cocina, triste, y a la vez incordiada, no sabía por qué las cosas estaban siendo tan difícil para ella últimamente, cuando lo estaba intentado tan duro para seguir adelante.

—No, ya no tengo. Han cancelado el programa de clases online en la universidad, es presencial o nada —jugó con las servilletas que había en el servilletero, rompiéndolas en pedacitos, eso la tranquilizaba de alguna manera, miró con tristeza a su madre—. Llevaba un tiempo estudiando allí, estaba acostumbrada a tener la mañana y un poco de la tarde en esas clases, ahora no hay nada. ¿Por qué es tan difícil seguir adelante, mamá? No estoy lista para tomar clases de esa manera, apenas dejé de tartamudear cuando hablo con los demás —sonrió con alegría—. Pero hay un avance, ¡he conseguido una amiga! Aunque no sé si ella piensa lo mismo de mí, es alguien realmente divertida, tiene una forma de vestirse igual de diferente que la mía, aunque a ella parece afectarle las opiniones de los demás, lo ha mencionado un par de veces —echa su cabeza a un lado, preguntándose si estaba en lo correcto o no.

—¿Ah sí? ¿Y quién es esa jovencita? —Le sonríe orgullosa, estaba progresando muy bien, las reuniones con Rubén estaban surtiendo efecto, al igual que las en grupo—. Estás haciéndolo muy bien, mi vida, pero hay algo que tengo que preguntarte, estoy realmente interesada en ello. No he podido sacármelo de la cabeza aun cuando has dicho que lo hiciera —se colocó en una pose interrogante, su hija la miró con los ojos abiertos, impresionada de que ella siguiera con aquel tema.

—Se llama Beatriz, parece no querer despegarse del teléfono cuando lo toma, he tenido que decirle que es tarde y que me voy a acostar para que me dejase continuar con mis actividades. Es muy parlanchina —entrecerró sus ojos hacia ella, señalándola con el dedo—. Y deja esa mirada, que sé perfectamente de que me quieres hablar, no he vuelto a toparme con ese hombre, y es mejor de esa manera, no sabría cómo manejarlo, es alguien de quien me gustaría escapar inmediatamente lo vea.

—¿No será porque tuviste contacto físico con él, y te sientes avergonzada por ello? —La picardía con lo que lo decía no le sorprendió en lo absoluto, sino que continuase con el tema. Era muy persistente.

—Mamá, deja el tema, incluso, estás equivocada en lo que dices, no fue contacto físico, me tropecé con una piedra y caí encima de él, nada más. La definición de contacto físico no concuerda con lo que tuvimos ese hombre y yo —suspira, harta de tener que repetir lo mismo—. Sé que mi vida es lo que más te interesa, pero, por favor, chismea más con Manuela, será más fácil para mí venir aquí.

Su sonrisa se ensanchó, ella no se había dado cuenta de que había ingresado a otro campo de minas, y este no lo soltaría a menos que salga algo jugoso de aquella conversación que parecía más o menos un interrogatorio.

—Manuela tiene unos hijos preciosos, ¿no es así? César parece ser el más parecido, y ustedes tienen contacto ¿no es cierto? ¿Cómo va eso?

—Dios, ¿me quieres poner a todo hombre que conozcas, ahora? Madre, estoy bien, no necesariamente necesito enamorarme en esta etapa de mi vida, mientras avance como lo estoy haciendo estoy perfecta. El amor no es mi prioridad, no lo he tenido en toda mi vida, y no lo tendré ahora por más insistente que estés sobre el tema —bufó, molesta—. Eres una anciana molesta, siempre hablando del mismo tema, deberías conseguirte un novio si tanto quieres uno. No soy la única soltera en esta casa ¿sabes? Y, al parecer, una está más ansiosa por ello que otra, ¿no lo crees? —Le dijo, yéndose hacia su taller, necesitaba distraerse, la noticia de que ya no estaría tomando clases la deprimía, estaba encantada con avanzar con la escultura, pero al parecer no es posible, la única esperanza que le quedaba es poder controlar un poco su fobia, sino, era inútil lo que estaba haciendo.

Su madre hizo una mueca de tristeza al escuchar las palabras de ella.

—Hace mucho tiempo que no pienso en ello mi niña, tener a alguien más en esta edad no es algo que sea razonable, no quería ver a más personas sufrir por mí —se quedó allí, tomando de aquel café, amargo como se encontraba ahora.

Unos cuantos minutos después, el sonido de manos aporreando la puerta la desconcertaron, aquella hora nadie la visitaba, además de su niña claro, por lo que, con un extraño sentimiento, fue a abrir la puerta. La mujer detrás de la puerta entró como si esa fuese su casa, cuando ya no lo era, hace mucho tiempo que dejó de serlo.

—No has cambiado en nada, vieja sarnosa —al hablarle, Rosario sintió un olor fuerte que provenía de ella, no estaba segura, pero eso no olía a alcohol—. ¿Dónde está esa mocosa? Tiene algo que es mío y he venido a buscarlo, no dejaré que lo tenga por nada del mundo.

Rosario la miró sin entender nada, ¿a eso venía, a arruinarle el día? Es una descarada total, pensó con molestia cuando vio que intentaba hacer un escándalo.

—Vete, Leticia, no tienes nada que hacer aquí. Dejaste de ser bienvenida en esta casa desde que me apartaste de tu vida —la miró, triste por lo que veía, no pensaba que su hija se convertiría en esto, en lo que tenía delante—. Maura no tiene nada de lo que es tuyo, lárgate. No quiero que te vea, no necesita este mal trago, ya tiene suficiente.

Sonrió, impresionada de que siguiese viva.

—Lo había dicho solo por decir, pero en verdad está viva —se quedó callada un momento, sin hacer nada, luego ensanchó su sonrisa—. ¿No hay problema en que la lleve donde su padre, no es así? No me creyó cuando le dije que estaba embaraza de él, pero ahora que lo vea con sus propios ojos sabrá que no mentí.




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