Desde que la luna me acompaña

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13 de julio del 2015

18: 09 h

Habían pasado unos días desde que las cosas para él empezaron a empeorar, su padre, quien le había ocultado la información de que su verdadera madre era una completa desconocida, y, además de eso, tener que soportar el silencio de Theresa lo estaba volviendo loco, de alguna manera, no tener otro vicio que no sea el alcohol le estaba pasando factura, y no quería continuar en ello. Dejó el dinero en la barra, despidiéndose del barman que lo conocía perfectamente a estas alturas, se quedó en la acera, mirando al cielo, con tristeza y decepción.

—¿Tienes más planes para mí? ¿Quieres que cambie, pero por qué me lo pones tan difícil? Yo apenas soy un hombre que no sabe qué hacer con su vida —sonrió con pesadez, porque era más que evidente que apenas se podía sostener—. Una madre nueva ¿eh? ¿Qué más me piensas revelar ahora, qué? Ya estoy harto de las sorpresas. Solo tira todo de una vez y déjame en paz —reclamó, a plena luz del día, muchos transeúntes se le quedaron viendo con extrañeza, incluso, criticándole con la mirada. Echó a andar sin mucho remedio.

Tras unas cuantas calles, su teléfono comenzó a vibrar, se había asegurado de que estuviera callado, pero al parecer, no pudo hacerlo correctamente. Atendió sin mirar quién era.

—No estoy disponible. Puedes guardártelo en donde más te quepa, no quiero nada para esta semana, te lo dije bien claro Roger —expresó con rudeza, dejando muda a la persona de la otra línea. Gruñó—. Sino me vas a dar una maldita respuesta voy a colgar, en primer lugar, no pedí que me llamaras. Eso es todo.

—Espera.

Frunció el ceño al escuchar esa voz, femenina, y, sobre todo, familiar. Chequeó el remitente. Pasó saliva.

—¿Quién es? —Con precaución, preguntó, sin el tono hostil de antes, pero con más molestia de la que sentía cuando pensaba que era Arturo.

—Has identificado mi voz, no seamos inmaduros Darío —le siguió ella, a punto de arrepentirse de lo que iba a hacer, solamente lo había llamado por impulso, no pensaba que él en verdad contestaría.

—Aquí está la otra persona que me ha torturado durante semanas. ¡Bien! ¿Qué más tienes para decir Theresa? ¿Qué quieres hacer ahora? No estoy pasando por un buen momento para malgastar mi tiempo contigo. Habla rápido si tienes algo importante que decir, si no, puedes estar segura de que no me importará cortar —sin mucho ánimo, le contestó. Se preguntó que le estaba pasando para que hablara tan cortante, pero no lo dio a demostrar, quería salir de aquella conversación lo más rápido posible.

—Es sobre León. El único tema que tenemos en común. Yo —detiene su hablar, respirando con profundidad—. Te diré la verdad. Toda. ¿Tienes tiempo para eso? No siento que debería decirte esto por aquí —se justifica, sabiendo que únicamente no quería estar en aquella casa después de lo que sucedió con Gregory. Ella tenía la culpa, después de todo, les mintió a ambos.

—¿León? —Suspira, aquello quería escucharlo más que nunca pero no confiaba en ella—. Theresa, has estado evitándome todo este tiempo, has estado callada incluso cuando me he peleado con tu esposo, ¿por qué ahora, de todos los días, quieres hablar conmigo? —Preguntó, desconfiado. No sabía con que se toparía, ella podría estar mintiéndole ahora mismo con decirle de quién era el hijo. Ella suspiró.

—Te veré en el bar de siempre. ¿Recuerdas? Aquel en el que nos conocimos. Estaré allí hasta las ocho de la noche, si no estás allí en ese tiempo perderás la oportunidad de saber la verdad —colgó. Resignándose a que aquella historia terminaría allí. Con la verdad saliendo de su boca. Torció los labios—. Es hora Theresa. Es hora de decirle, ya Gregory lo descubrió. No hay nada que hacer, seguir ocultándoselo no será nada bueno ni para ti, ni para León.

Se quedó observando aquel celular, ligeramente esperanzado de lo que podría obtener de aquella conversación, sonrió como un niño pequeño, aquella era la primera buena noticia que recibía, y estaba seguro de que era así, lo sentía en su corazón.

—Tengo un hijo. Definitivamente tengo un hijo —se dijo para sí, marchándose con repentina energía.

18: 59 h

Había llegado al bar. Sentía sus manos completamente temblorosas, la información que recibiría allí sería crucial para el rumbo que tomaría su vida. Aquello lo asustó y lo alegró en porciones iguales. Entró. Buscó con la mirada la melena negra de sus tormentos, encontrándola más rápido de lo que esperaba, se acercó a ella con rapidez.

—Ya estoy aquí. ¿Qué es lo que me tienes que decir? —Arrugó la frente, seguía siendo igual a como lo recordaba.

—Deberías primero saludar, no sé; Hola, Theresa, ¿cómo estás? ¿Quieres algo de tomar? —Sonríe con arrogancia.

—Déjale eso a otro idiota de este bar, yo vine en busca de información y eso es lo que pido ¿no crees que es algo lógico? —Comentó de vuelta, ella acomodó su cuerpo en aquella silla, incomoda.

—Lo es, pero al menos tienes que demostrar los modales inexistentes que posees, y ser educado —tomó de la copa brevemente, sacando unos resultados de ADN—. No hay necesidad de que lo diga con la boca ¿no? Ya debiste saber que León es tu hijo. No te merecías saber que él era nuestro. Descuidaste nuestra relación tanto que ni siquiera notaste que estaba embarazada —sonríe, llena de sarcasmo—. Espero que puedas ser mejor padre de lo que fuiste de novio. Tal como quisiste; rápida y concisa. No hay nada más que tengo que decir —se paró de la mesa con intenciones de salir de allí, pero no pudo, vio su rostro lleno de felicidad que aquello la enfureció—. ¿Cómo diablos puedes tener esa cara? ¿Cómo puedes verte de esta manera sí tú nunca quisiste arreglar lo que nos hiciste? —Los señaló, completamente fuera de sí. Eso hizo reaccionar a Darío—. Tú me abandonaste. ¿Cómo puedes estar tan feliz de tener un hijo, cuando ni siquiera me quisiste?




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