23 de julio del 2015
22: 44 h
Hugo se encontraba solo, en un bar, con sus pensamientos y las quejas de Cía en su consciencia, ya no sabía cómo seguir con ello, estaba indispuesto, la mayoría de las noches ya las estaba pasando en ese bar y no llegando a aquella casa, por más bien que le haga estar en ella, en esos momentos, le era imposible aceptar que ni podía levantarse. Bebió por tercera vez aquella copa, no se había emborrachado todavía, lo que era bueno, aún estaba a salvo de cometer una estupidez, pero, unas copas más y listo; estaría como una cuba. Sin saber de él ni del mundo, tampoco es algo que deseaba hacer de todos modos, estaba bien sin estar en su propia mierda, era algo que ni él mismo sabía cómo manejar. Una chica se acercó a él, coqueta.
—Hola guapo, ¿estás solo? —Preguntó, aunque sabía perfectamente que lo estaba, llevaba viéndolo allí desde un rato ya.
Él la miró, sin mucho ánimo.
—Hola. Más solo que un muerto, ¿qué te parece eso? —Volvió a darle un trago a su copa, dispuesto a emborracharse, mucho más de lo que ya estaba, ella lo miró con deseo, que él, por supuesto, ni notó.
—Oh, eso está muy bien. ¿Qué tal si te acompaño? —Le dijo, aunque le había preguntado, ni siquiera esperó su respuesta, se sentó a su lado con coquetería. Deseosa de esos ojos oscuros y melena larga.
—Desearía que te fueras. Estoy mejor solo, gracias —le dijo, en cambio, disgustado con su presencia.
—Oh, ¿por qué? No soy mala compañía, puedo hacerte sentir muy bien —colocó su mano en su regazo, dejando en claro cuál sería su sentirse bien.
—Acabo de decir, no gracias ¿acaso eres sorda? —Le dijo, molesto por su insistencia, quitó su mano y decidido, se paró de allí, yéndose para otro lugar. Refunfuñó en el camino—. Últimamente las mujeres solo buscaban sexo y más sexo, ¿por qué diablos piensan que estoy disponible para esas estupideces?
Se sentó en un sofá, alejándose de la multitud. Allí se quedó, con los ojos cerrados, concentrándose en olvidarse de todos y todo. No quería, ni podía estar en esa situación más, pero ya estaba cansado de intentar lo contrario, siempre volvía al inicio, donde todo comenzó, cuando era feliz y las cosas eran más fáciles y sencillas, ahora... era imposible que eso volviera a suceder. Estaba harto. Harto de todo, de él, de las personas que estaban a su alrededor tratando de conseguir algo que no podría darle ni en sus más locos sueños, pero que, en su mente, era algo remotamente posible.
—¿Estás bien? —Escucha de repente, una voz femenina.
Abre los ojos por un momento, observándola, luego los cerró una vez más, no interesándole aquella persona. Ella sonríe.
—No, no lo estás. Está más que claro, algo debe estar atormentándote que ni siquiera puedes hablar con desconocidos ¿no es cierto? —Ríe un poco, consciente de que probablemente estaba siendo una metida—. Justo soy una. Lo siento, tengo esa manía de acercarme a las personas cuando se ven mal, es un hábito, no fue con mala onda —se excusa, regresando a su puesto, con la vista fija en la marea de gente que bailaba al son de Despacito.
—¿Te gustaría bailar? —Le preguntó, ya sin ganas de estar allí por mucho tiempo. Ella lo miró, extrañada de su propuesta—. Bailar. Ya me escuchaste, ¿quieres o no?
Ella sonríe, dándose cuenta de lo que aquel hombre quería.
—Está bien, puedo ser tu persona por esta noche, sin embargo, tienes que hacerme disfrutar, de lo contrario, se me quitarán las ganas de ayudarte —le comentó, seductora, a su oído.
Hugo sonrió de boca cerrada, dispuesto a hacer aquello. No tenía nada mejor que hacer de todos modos, solo necesitaba dejar de sentirse de esa manera.
—Estarás satisfecha, nunca he dejado mal a mis acompañantes —ensanchó su sonrisa, llena de melancolía—. Vamos, necesito un poco de diversión.
Llevó a aquella chica a la pista de baile, dejó su cuerpo allí, pero su mente vagaba por otro lado, sin estar allí realmente. Luego de un rato, ella lo sacó de aquel bar, y fueron a un motel cercano, allí, ambos se desahogaron el uno con el otro, él porque no se soportaba, y ella, bueno, solo quería tener una aventura de una noche.
24 de julio, 9: 18 h
Hugo se da cuenta de la estupidez que ha cometido cuando vio a aquella desconocida a su lado, hizo una mueca, parándose de un salto. Vio a su alrededor con el ceño fruncido, sintiéndose extraño por estar en un lugar completamente diferente. Se vistió cuando no pudo soportar verse de aquella manera, limpiándose la boca una vez que salió de allí miles de veces. Miró al cielo, y unas cuantas lágrimas salieron de sus ojos. Dejándolo más miserable de lo que se sentía.
—Ya no más. Estoy prácticamente muerto. ¿Qué tengo que hacer para regresar? ¿Qué? —Preguntó al aire, sintiéndose incapaz de continuar.
Cuando llegó a aquella casa tomó la guitarra que había guardado en todo ese tiempo y comenzó a cantar Palmeras en la Nieve de Pablo Alborán, aquella mañana estaba seguro de que no saldría de allí, al menos, hasta que su corazón deje de latir y él no sienta como su alma se despega de él al mínimo roce de sus manos a su piel.
13: 57 h
—El aire, joder que buenazo está —se echa aire con sus manos, refrescándose inútilmente. Isidro lo miró.
—¿Cómo puedes ser tan desvergonzado cuando tienes a tu familia aquí? —Hizo una mueca—. Realmente nadie puede competir con tu estupidez, eres único —él le sonrió, completamente de acuerdo con ello.
—¿Verdad? Me halagas, hermanito, ¿cómo podría recompensarte? ¿Con un abrazo, tal vez? Estoy lleno de ellos. Me encanta darlos —se acerca a él, decidido a abrazarlo, él se escapa inmediatamente antes de que sus brazos lo agarraran.
—Quítate. Estando de esa manera no te abrazaré ni porqué esté desequilibrado —niega—. Miguel, ¿podrías lanzarle algo con tu super brazo, por favor? Es la única manera en la que se calmará —él le sonrió con malicia, dejando allí su respuesta.
#3529 en Novela contemporánea
#7792 en Joven Adulto
casa compartida dolor amor, poder primeramor obsesion, problemas familiares novelajuvenil
Editado: 15.02.2021