Desde que la luna me acompaña

25

13 de agosto del 2015

12: 00 h
 

«Confrontación, la soledad en sus ojos, el miedo de comenzar de nuevo y visitas con sorpresas inesperadas». Part 2.
 


Nieves había acordado con Héctor hablar en persona después de que no resultase hace días atrás, encontraron que estaban libres en el mismo día y hablar definitivamente de lo que estaba pasando en sus vidas. Sonrió nerviosa al ver la puerta de su apartamento, se vio en una situación similar hace poco, pero esto era mucho peor. Era diferente porque a él lo quería de una manera distinta, con él había experimentado diferentes emociones, más vivas, más maduras de las que antes pensó había tenido. Respiró hondo.

—¿Qué se supone que debo hacer en este tipo de situaciones? No sé ni que demonios hacer. Ah, maldición, esto de no tener experiencia me está pagando factura —gruñó—. No, no puedo hacer esto. No puedo seguir haciendo esto, es ridículo. Solo toca y dile lo que le tengas que decir, nada más —siguió caminando antes de que ella misma se arrepintiera, dejó caer su cabeza en la puerta de la casa de él, abrumada—. ¿No existirá algún manual de ayuda para este tipo de situaciones? Porque en realidad necesito uno, y con urgencia.

Se preparó para enderezarse pero la puerta fue abierta de repente, ocasionando que esta se impulsase hacia adelante, a los brazos de Héctor. Él la miró, algo impresionado y nervioso a la vez. Se recompuso.

—Estás aquí. No pensé que vendrías en realidad —confesó, un tanto avergonzado por haber pensado aquello—. Juraba que decidiste de una vez retirarte de mi vida y vivir como quieres sin tantos problemas que te estoy dando.

—No, he sido yo la que te ha causado problemas todo este tiempo. ¿Cómo es que piensas eso después de lo egoísta que he estado siendo? —Le dijo con una mirada llena de impotencia—. Soy cobarde, por eso no he enfrentado esto que nos está pasando. Pensé que lo mejor sería quedarme conmigo misma y olvidarme de esto que siento, pero no puedo, simplemente no me lo permites —jugó con sus manos un poco, sin mirarlo a la cara, avergonzada—. Y tampoco quiero sacarte de mi vida, desde que me has hecho sentir viva, desde que sé que te quiero, pues —le sonrió, segura, aunque nerviosa, muy nerviosa—, nada te me quita de la cabeza, mucho menos el que estuviese molesta por la decisión que habías tomado. Sigo queriéndote en mi vida, con todo y tus desastres detrás de ti, porque déjame decirte que los míos tampoco son la excepción a la regla.

—Espera, espera —pasó una mano por su cabello, no creyéndose lo que acababa de oír—. ¿Has dicho que me quieres? ¿O es que acaso el tenerte delante me ha dejado un síntoma secundario? —Ella le sonrío, acercándose a su cuerpo con timidez pero a la vez seguridad. Queriendo hacerlo desde hace mucho tiempo ya.

—Es cierto, no miento. Tampoco tengo el don de la mentira si me preguntas, soy un desastre también en ello, he sido honesta en toda mi vida aunque mi personalidad pueda mostrar lo contrario —agarró su camisa con confianza—. No estoy dispuesta a dejarte con esa mujer ni un segundo más, ¿te piensas que me agradaba que la cuides toda la santa noche? No, busca una enfermera o alguien que lo haga, ya debe sentirse mejor que antes. Acepto visitas pero no tan largas, y solos. Al final del día, ella es tu exesposa, y eso es lo que más me provoca inseguridad.

La mirada de Héctor pasó de sorprendida a seductora al verla tan sincera con él, admitiendo de una vez por todas lo que le estaba comiendo la cabeza todas las noches.

—¿Admites entonces que has estado celosa de Laura todo este tiempo?

—Demonios, sí. Soy mujer. Y el hombre que quiero anda de cariñoso con otra, ¿qué te piensas que soy, de roca? Sigo siendo una humana con sentimientos, y imperfecciones —acerca sus labios a los de él, coqueta—. Y realmente quiero saber a qué demonios saben los labios de este hombre delante de mí. He esperado demasiado como para ace-

Héctor no la dejó finalizar, posó sus labios en los de ella como hace tanto tiempo había querido. Dulces, intrigantes y llenos de todo lo que quería. Todo lo que deseaba estaba delante de él. Queriéndolo, tal como había soñado, pero nunca pensó que se haría realidad. Hasta ahora.

—Y yo también, Nieves. Yo también he esperado mucho por ti. Así que no eres la única que ha querido comerte a besos desde el primer momento —sonrió—. Estaba a punto de comprar las cosas para la comida. ¿Me acompañas? Pienso que será más divertido si vienes conmigo. Además de qué —se acerca a su oído—, podré enseñarte a cocinar. Tenemos tiempo suficiente, ¿sabes?

—¿Me enseñarás a cocinar, en serio? —Bufa—. ¿Por qué se te ocurren las cosas menos interesantes? ¿Por qué no vamos al cine, o siquiera a un parque de diversiones? —Ríe, cerrando de paso la puerta.

—¿No piensas que somos un poco mayores para ese tipo de atracciones? Porque yo creo que sí, demasiado —dice—. Además, no me gusta ese tipo de escenarios, tampoco. Tendrás que acostumbrarte, soy un hombre hogareño. Todo lo que me gusta está en mi casa o a la vuelta de la esquina. Y es literal, linda. Todo está allí.

—¿Hogareño? —Se detiene a pensar unos segundos respecto a eso—. Puede resultar conveniente en algunas ocasiones, pero ¿me estás diciendo que no podremos ir nunca a un cine? ¿Por qué razón? ¿Es que acaso le tienes miedo a las multitudes o algo así? Ves demasiadas personas en el hospital, definitivamente no puede ser eso —se respondió a sí misma sin esperar su respuesta.

—No digo que siempre estaremos en casa, claro. Solo que encuentro más romántico estar ambos solos, sin nadie mirándonos, queriéndonos sin tapujos —sonríe—. A eso era a lo que me refería. Siempre he sido esa clase de hombre. Me gusta disfrutar de la persona que quiero solamente yo y el resto de mi apartamento —con picardía le comenta, ella se aclara la garganta, de repente sin saber qué decir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.