Desigual. Donde se rompe el alma

ENAMORADOS

Durante sus doce años, Alan formó un grupo de amigos cercanos, todos del mismo salón de clase, hijos de personas adineradas. Alan no solo había crecido en años, sino también en mente. Era perspicaz, siempre observaba en silencio. Aunque tenía su propia opinión de las cosas, prefería ser reservado, y eso lo ayudó a elegir bien a sus amigos: Santiago, Lian, Isabela y Camila.

Pero Camila… ella era especial. La más bella. Alan se quedaba embobado observándola. Le gustaba todo de ella: sus ojos café, su pelo liso, largo y negro que resaltaba sobre su piel blanca, hasta su forma de ser: tierna, dulce, toda una princesa. En clases se sentaban cerca, durante el receso estaban juntos, y siempre se reunían en casa de alguno para estudiar y pasar el rato.

El tiempo siguió pasando, y así Alan llegó a sus quince años. Todo un hombrecito. El deporte lo ayudó a ser fuerte. Para ese tiempo ya había conquistado el corazón de Camila, y era su novia. Compartían todo: escuchaban música, se escribían notas, él no olvidaba dejarle un chocolate en el bolso, una rosa o una carta. Caminaban agarrados de la mano, aunque delante de sus padres disimulaban para evitar regaños por la edad. Pero ante los ojos de sus amigos, eran la pareja perfecta.

Sus besos eran inocentes, de jóvenes inexpertos, pero llenos de ganas de vivir. Ya para sus dieciséis años, se acercaba la graduación de bachillerato. Todo un evento.

Enma notaba que Alan y Camila se gustaban. Para ella, Camila era excelente: la chica ideal para su hijo, sobre todo por ser hija de una familia muy reconocida. Solo que debían sacar sus carreras antes de enamorarse y como regalo, le dieron a Alan su propio carro.

Pero también llegó una noticia.

Camila tendría que irse de viaje a Francia con toda su familia, durante unos meses. Aunque no quería, para no alejarse de Alan, no tuvo más remedio que obedecer. Alan solo le dijo, con voz serena pero ojos tristes:

—Será por un tiempo. Disfruta tu viaje. Siempre hablaremos por llamadas.

En casa, todo parecía estar bien. Sin embargo, aunque Enma ya había recuperado su cuerpo con disciplina , ejercicio y gracias a la clinica de estetica ,pero aún asi no había podido recuperar su relación con Emilio. Seguir juntos era, más que amor, era como una estrategia para criar a los niños en un entorno familiar. Pero no se puede ocultar el sol con un dedo y lo que no se cuida… se echa a perder.

Enma había hecho de todo para que su relación funcionara. Pero se resignó a vivir de apariencias. Ya no buscaba la atención de su esposo. Él siempre estaba ocupado: si no era el trabajo, eran los amigos, o simplemente el celular, que abría una brecha cada vez más grande entre ellos.

Para Emilio, todo estaba bien. No veía la necesidad de cambiar. Cuando Enma peleaba con él, pensaba que estaba en “sus días” o que exageraba. No entendía cuál era el drama. Él estaba ahí, no le era infiel, cubría todos los gastos de la casa. ¿Qué más quería ella?

Solía hacer comentarios hirientes: que si era tóxica, que si en otra vida correría al verla, que las mujeres engañan para atrapar a sus esposos y luego muestran su verdadero ser. Al principio, Enma le reclamaba. Él se justificaba diciendo que eran bromas ,que era ella la que estaba loca que se tomaba todo muy enserio, Pero con el tiempo, ella dejó de responder. Se cansó de reclamar. De llorar sola por las noches por alguien que ni cuenta se daba de que sus palabras la lastimaban. Mucho. Y menos sentía que fuera necesario cambiar.

Para Enma ir a trabajar no solo ocupaba su tiempo, sino que era un escape a su tristeza. Allí tenía compañeros con los que hablaba y compartía.

Un día, al llevar su carro al taller y tener que dejarlo por un par de días, su colega José Araujo empezó a llevarla a casa. Las conversaciones eran agradables. Las bromas de él sí la hacían reír. Además, siempre que podía, la llenaba de halagos sobre lo hermosa que era. Algo que la hacía sentir bien.

Al entender por qué camino iban, Enma trató de alejarse para no hacer nada indebido. Una noche, mientras estaban en la cama, Enma se quedó mirando fijamente a Emilio, que reía por lo que veía en el celular. Recordó los momentos maravillosos que juntos habían vivido. Aún le parecía guapo. Se le acercó para besarlo. Él correspondió y tuvieron un momento de pasión e intimidad.

Pero al terminar, Enma pensó que sería como antes: dormir abrazados toda la noche. Solo que él se volteó y se durmió sin decirle en ningún momento un “te amo”. Fue como volver a abrir una herida. Así que hizo lo mismo que él: se volteó, abrazó una almohada… y durmió.

Pasaron unos días. Enma tenía que asistir a una maestría. José también fue. Esta vez, ella bajó la guardia. Uno de esos días, después de salir de allí, aceptó ir a cenar juntos. José no hacía más que hacerla reír. En un momento, mientras cenaban, tomó su mano. A ella se le aceleró el corazón.

Era la primera vez que alguien más —que no fuera Emilio— la hacía sentir así. No era indiferente a sus gestos. Lo miró y le pareció muy apuesto. Se preguntaba cómo un hombre así estaba solo. Al preguntarle, él le contó que estaba divorciado. Su exesposa le dijo que ya no sentía lo mismo y decidió separarse. Que vivir en un matrimonio sin amor no tenía sentido. Aunque eso le dolió, ya lo había superado.

Al salir, estando en el carro juntos, José volvió a decirle lo hermosa que la veía. Enma, dejando la conciencia de lado, se dejó besar.

Después de muchos años, era la primera vez que Enma sentía otros labios que no fueran los de su esposo. Lo peor de todo… era que le gustaba. Mientras más se besaban, más deseo sentían. La emoción superó cualquier sentimiento de culpa y fueron al hotel.

José no solo la llenaba de besos y caricias, sino de halagos. Ella se sintió deseada. Amada .

Lugo esa noche, al llegar a casa, Emilio aún no había llegado. Se despidió de la niñera, acostó a los hijos, entró a su cuarto, tomó una foto de la mesita de noche. Al mirar la imagen de ella con su esposo, un sentimiento de arrepentimiento la invadió. Abrazó el recuadro y lloró con mucho sentimiento, pidiendo perdón. Al escuchar el carro de Emilio, se limpió las lágrimas y fingió estar dormida.




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