«A veces buscamos lo que todavía no estamos listos para encontrar»
— Libba Bray.
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Julietta.
La oscuridad. La falta de luz. Para algunos es sinónimo de maldad. Para otros la falta de claridad, incluso, una de las peculiares palabras que se derivan de ese concepto es la humildad. Se dice que entre más oscuridad haya más humildad tendrá el hombre, yo no opino lo mismo.
Cuando las personas escuchan esa palabra, la mayoría se estremece. El miedo corre por sus venas, la idea de no tener luz los atormenta y es por lo que suelen temerle.
La oscuridad es peligrosa, después de todo, la humildad no aparece en todos, no se encuentra con facilidad una vez que no puedes ver absolutamente nada. Lo que sí hace es transformar. Volver a los seres que gobernaban en la luz, unas presas. Mientras lo desconocido comienza a tomar su lugar.
Con esto vienen las guerras, las divisiones y el odio. Nadie puede confiar en alguien a quien no puede ver con claridad. Es lo mismo querer vivir en un mundo que no vemos completamente.
Nadie sabe de lo que es capaz para sobrevivir. Pero de algo estoy segura, que entre tanta oscuridad siempre hay un poco de esperanza. La esperanza es lo que se convierte en la luz, la luz es lo que nos mantiene con vida.
Entre más le temas a la oscuridad, mayor será la esperanza que buscas. Temerle entonces es algo bueno.
Después de todo, al pensar en la oscuridad no siento ningún tipo de temor, inseguridad o cualquier otro sentimiento similar, inexplicablemente es la única fuente que incita aquellos recuerdos olvidados que comienzan a aparecer por fragmentos casi borrosos.
La razón principal que me permite disfrutar las eternas noches. Cuando el sol ilumina cada rincón de la tierra no logro experimentar tantos sentimientos revueltos como cuando se oculta. Aunque, nunca es suficiente oscuridad; suficientes recuerdos.
Convertí mis manos en fuertes puños y respiré varias veces hasta modular mi pulso.
Todo parecía tan lejano, que en muchas ocasiones el sentimiento que me incitaba a pensar que nada fue real me seducía. Pero la esperanza que aguardaba en lo profundo de mi ser me hacía creer que no era así. Sabía que nada me aseguraba el bienestar de mi familia, pero seguía creyendo que sí, y tan solo debía buscarlos en medio del infinito caos.
Observé los alrededores impregnados en oscuridad, así como a las personas que descansaban tras un largo recorrido. Entre ellos visualicé a Marceline, su cabello oscuro estaba revuelto y aquel hermoso rostro ya tenía sus propias marcas del tiempo. En un parpadeo esas cualidades físicas cambiaron a una mujer de tez cremosa y cabello castaño ondulado. Ella abrió los ojos mostrando unos oculares chocolate, y murmuró con una delicada voz:
—Las luciérnagas te cuidarán. No tengas miedo.
En otro parpadeo el recuerdo se desvaneció, y el fondo cálido del fuego hogareño fue usurpado por la apenas compartible luz de la fogata central.
Para cuando amaneció, continuaba repitiendo en mi mente las palabras de aquel recuerdo. Era demasiado intrigante haber podido escuchar a esa mujer a través de mis recuerdos, siempre supuse que se trataba de mi madre. No muchos niños perdidos en el bosque a los seis años conservaban memorias de otras personas que no sean su familia.
Era tan solo una pequeña que aún necesitaba protección, y no por el simple hecho de ser una niña, más bien por las criaturas que habían invadido este mundo.
Fue una suerte que haya sido encontrada por un buen grupo de personas nómadas y que Marceline se haya encargado de cuidarme como a su propia hija. Ya habían pasado trece años desde entonces, la mayoría de los recuerdos siempre se enfocaban en borrosas escenas, fragmentos de un hogar, una familia. Después, no había nada más.
Luciérnagas.
Esos bichos luminosos parecían haberse extinguido.
Me sobresalté al sentir una mano sobre mi hombro. Cuando volteé pude encontrarme con su verde mirada.
—¿Todo bien?
—Sí—mentí, luego agregué: —. Solo pensaba.
—¿En el pasado?
Asentí. Evans siempre apoyó esa extraña parte de mi vida, desde que me encontraron en aquel bosque, y cuando comencé a recordar fragmentos de mi familia, era quien solía enterarse primero. Siempre había sido muy optimista en ese aspecto, siempre creyó en mí.
—Sí quieres hablar del tema, soy todo oídos—se ofreció como cada vez que me descubría preocupada por algo.
—Te lo agradezco, pero estoy bien, no te preocupes.
Bajaba las cejas y apretaba los labios cada vez que dudaba de mis respuestas, aunque siempre terminaba soltando un suspiro. Pasó una mano por su cabellera castaña que estaba un poco más larga de lo habitual.
—De acuerdo—se volteó a ver al resto que se estaba preparando para dejar el refugio—. No olvides nada, en breve daré la señal para irnos.
—Está bien.
Evans se alejó para ayudar a acomodar las cosas en los carros de madera, otros preparaban a los caballos. Admiraba a Evans, desde que se convirtió en líder de nuestro grupo nómada, había realizado un trabajo impecable. No solíamos encontrarnos con bestias y mantenía a cada uno de nosotros atentos a cada momento.
Lo observé ser tan colaborador con todos, sin importar las condiciones, todos nos habíamos convertido en un equipo en busca de sobrevivir. Lo habíamos conseguido por varios años al cambiar de refugio constantemente, estar en movimiento de norte a sur y regresar el mismo camino al cambio de temporada. Nuestros antepasados habían predispuestos unas catorce zonas seguras, pero como nada podía ser permanente y los recursos variaban, era mejor estar en constante movimiento.
Nadie sabía si éramos las últimas personas con vida en el planeta, seguir una misma ruta quitaba las posibilidades de encontrar vida humana, pero nos mantenía a salvo.
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Editado: 07.12.2023