Julie
Salgo de la cabaña y el frío viento, golpea mi rostro. Los pequeños cabellos que se habían soltado de mi trenza, azotan contra mi rostro. Abrazo mi cuerpo con mis manos y la nieve comienza a mojar mi rostro. Cierro mis ojos un poco y apenas puedo ver lo que está frente a mí. Mi cuerpo tiembla y mi mente piensa en las palabras de William. ¿Debería marcharme? Me cuestiono. Escucho pasos detrás de mí y observo a Adonis acercarse. Detiene sus pasos a mi lado y me observa a los ojos, antes de comenzar a hablar.
-Espero que no te tomes en serio las palabras de William, simplemente él no sabe cómo expresar todo lo que siente. Pero si quieres irte, puedes hacerlo. No vamos a detenerte. Continuaremos la búsqueda nosotros, quédate en la cabaña y cuando termine la tormenta, volveremos. Si deseas marcharte, te llevaremos al castillo y te despediremos- asiento.
-Gracias- digo.
-No tienes que agradecerme, ahora, entremos. Puedes enfermarte y no queremos que nada te suceda- caminamos a la cabaña y no veo a William ni a Kira, supongo que deben estar preparándose para continuar buscando a Sebastian.
Camino hasta la habitación y Caroline me tiende un pijama bastante calientito. Observo el cielo, que ya estaba oscureciéndose y me acuesto en la cama. El calor relaja mi cuerpo y poco a poco mis ojos se van cerrando hasta quedarme completamente dormida.
Abro mis ojos y observo por la ventana, el sol ya se había puesto y la luna estaba en lo alto del cielo, sin embargo, no podía alumbrar, pues una extensa capa de nubes cubría todo el cielo nocturno. Salgo de mi habitación y camino hacia la cocina, tomo un vaso con agua e hidrato mi garganta. Dejo el vaso en el fregadero y mi mirada se centra en el exterior. Estaba en una cabaña, que pertenecía a Sebastian. Lo había estado buscando por días y aún no aparecía. Todos estábamos buscándolo. Pero no podíamos encontrarlo. Una pequeña ráfaga de viento entra por la ventana y luego lo veo. A lo lejos estaba la silueta de Sebastian. Salgo de la cabaña rápidamente y comienzo a seguirlo.
Grito su nombre, pero nunca gira su rostro hacia mi dirección. Llamo a él, pero no me observa. Comienza a correr y hago lo mismo. Detengo mis pasos por un momento y me quito las pantuflas que sólo impedían que llegara a él. Respiro profundamente y corro de nuevo. Llamo su nombre una y otra vez, pero nunca me da una mirada. La noche comienza a ser más oscura y el viento sopla aún más fuerte. Mis piernas duelen, pero no me detengo ni por un instante, aun sintiendo cómo algunas pequeñas piedras comienzan a lastimar la planta de mis pies. Corro, corro y corro, detrás de él, pero no puedo alcanzarlo. Por seguirlo, no veo el tronco de un árbol que había sido cortado y caigo al piso, golpeo mi cabeza con una roca que estaba al borde del camino y mi vista se vuelve borrosa mientras el dolor va creciendo, hasta que todo se vuelve negro.
Cuando abro mis ojos de nuevo, lo primero que veo es el cielo que se había vuelto aún más oscuro. Siento un peso sobre mí y bajo la mirada por mi cuerpo, encontrándome con los cuerpos inertes de todos aquellos que una vez llamé mis amigos. Me encojo y veo sus rostros. El miedo aún era visible en ellos, podía sentirlo también, a pesar de que estaban tan fríos como la noche. Las primeras lágrimas caen por mi rostro mientras observo esos ojos que nunca volverían a abrirse. La sangre me rodeaba y mojaba mi ropa, su sangre. Mi cuerpo comienza a temblar y cuando levanto mis manos para secar las lágrimas que mojaban mis mejillas, noto que mis manos estaban rojas. Su sangre también estaba en ellas. Por reflejo me encojo un poco más en mi lugar, hasta chocar con la corteza de un árbol. Mi corazón comienza a latir con fuerza contra mi pecho y el dolor recorre mi cuerpo.
Escucho el ruido del viento, los árboles comienzan a moverse todavía más y algunas hojas secas caen. Levanto mi mirada al cielo, todas las estrellas se habían ocultado, como si temieran lo que seguía. Siento una presencia detrás de mí y cuando giro mi cuerpo, la veo. Aquella sombra que me había perseguido por años. Aquella sombra que significaba una sola cosa: muerte. Me pongo en pie y comienzo a correr. El miedo recorría mi cuerpo, me impulsaba a tomar fuerza para correr. No giro mi rostro para no alentar mis pasos, pero sentía su presencia, sabía que estaba buscándome. Que quería acabar con mi vida. Corro y dejo de sentir el dolor en cada uno de mis pasos. Corro siguiendo el camino en medio de los árboles. Corro por mi vida, porque sabía que si esa sombra me alcanzaba, mi vida acabaría. Cada latido de mi corazón dolía, pero aun así, no me detengo. Escucho el choque de los truenos, justo antes de que la lluvia comience a caer.
La tierra bajo mis pies comienza a mojarse y la ropa que vestía se adhiere a mi cuerpo como una segunda piel. Mi cabello se empapa y cubre mi vista, lo aparto y sigo corriendo. Mis plantas se quedaban unos segundos en el barro que se había formado debajo de ellas, haciendo que avanzara más lento. Doy un paso más y caigo al barro. La lluvia cae aún más fuerte sobre mí. Me apoyo en mi rodilla y levanto mi cuerpo. Logro ponerme en pie y antes de que pueda dar un paso más, una mano se posa en mi espalda baja.
Mi cuerpo se estremece mientras la mano recorre mi columna vertebral hasta llegar a mi cuello. Contengo mi respiración, mientras la fría mano recorre mi mandíbula hasta llegar a mi barbilla y la levanta. Cierro mis ojos con fuerza sintiendo como ritmo cardiaco se acelera un poco más. Mis piernas tiemblan, mas logro mantenerme en pie. Siento su aliento contra mi oído, pero no me permito abrir mis ojos. Aquella mano recorre mi mejilla como si fuese una caricia, pero no había cariño en ella. Esa silueta sólo emanaba resentimiento. La mano baja de mi mejilla hasta colocarse en mi cuello y mi corazón se detiene por un momento antes de que la mano lo sujete con fuerza. Abro mis ojos con sorpresa y respiro profundamente, pero sólo llega un poco de oxígeno a mis pulmones. Abro mi boca por inercia, buscando que un poco más de oxígeno pueda entrar. Cada respiración que daba era en vano. Los ojos rojos de la sombra se posaron en mí y sentí su odio, sentí su felicidad por tenerme finalmente en sus manos. Cada segundo que pasaba, mi pecho dolía, al igual que mi cabeza. El aire me faltaba. Sujeta mi cuello con más fuerza.