A Christopher Paul la vida no le había sido fácil.
Si se detuviera a pensar en su niñez, no vendrían a su memoria más imágenes que las de aquella pared rústica en la que apoyaba sus manos mientras que recibía fieras palizas, los gritos ensordecedores de los suyos humillándose entre sí, y las noches amargas en que la ansiedad le atormentaba al no entender el por qué de las cosas.
Su padrastro, abusivo por excelencia, se había encargado de hacer su existencia miserable, maltratando su cuerpo y espíritu. Respecto a su madre, no había mucho que poder decir. Ella, temerosa del abandono y la soledad, no sólo no se atrevió jamás a defender a su hijo de las agresiones de su marido, sino que además con azotainas verbales contribuía a quebrarle la autoestima. Culpándole de cualquiera de las situaciones en que por la mínima razón, el jefe de casa se sintiera insatisfecho.
Resultaba sencillo imaginar que aquella infancia procuraría una adolescencia de rebeldía.
Christopher Paúl se había jurado a sí mismo huir lejos en cuánto tuviera la mínima oportunidad.
No era el mejor alumno de su escuela. Las pesadillas solían acompañarle aún estando despierto, y a menudo liberaba su coraje rayando sobre las páginas de sus cuadernos, garabatos desordenados que marcaba con tanta fuerza que traspasaba las hojas y quebraba el lápiz entre sus dedos. Era visto por sus compañeros como un "rarito" Algo que le llevó a los golpes más de una vez, por lo que hubo numerosas citaciones familiares y lo que por entonces terminaba en otra buena ronda de palizas. Su rutina pronto se volvió un círculo vicioso, y más temprano que tarde Christopher Paul dejó de soñar con cualquier cosa que soñaran los niños.
Obligándose a sí mismo a madurar, empezó a prepararse seriamente para dejar todo atrás. Creyó mejor para él abandonar las formalidades de la educación, después de todo, para hacerse una vida independiente debía tener dinero en sus bolsillos, y la escuela a su juicio no le brindaba el camino más rápido, así que día a día a espaldas de los suyos desviaba su camino...
Las calles no suelen ser el mejor amigo de un chico, son incontables los depredadores al acecho...
B.W. Collins era uno de ellos.
Miembro de una irregular organización, B.W. Collins, timador persuasivo y astuto de cincuenta y ocho años, encontró a un hambriento Christopher Paul husmeando entre la basura de un restaurante francés. Demasiado conocedor de los espíritus frágiles, supo de inmediato que ante sí se abría una buena oportunidad. Últimamente había tenido problemas. Las apuestas ilegales representaban un vicio difícil de sostener, le habían costado sus propiedades y su cuello estaba por correr la misma suerte. Debía tanto dinero como nadie podría imaginarse, y aquello con lo que acostumbraba a saldar sus cuentas no le estaba resultando últimamente. No hasta ese ahora, cuando descubrió al infortunado Chris con la mitad de su cuerpo inclinado sobre los desperdicios vegetales. El muchacho no tenía apariencia de vagabundo, sus rasgos eran como de un querubín. Su rostro delataba juventud, pero su porte bien podría simularle ser un par de años mayor pues lucía desarrollado para su edad. Por un instante, B.W. Collins se preguntó el origen del chico, pero pronto esto careció de importancia. Uno de sus principales acreedores era el líder de una mafia en que servía, cabecilla de una de las redes más temibles. Éste líder le había ofrecido llegar a un acuerdo: Si conseguía para él nuevos reclutas, su deuda estaría saldada. Después de todo, los novatos con frecuencia se volvían talentos prometedores y esto generaba jugosas ganancias.
Con una amenaza de muerte sobre su cabeza, B.W. Collins no desperdiciaría la menor de las ocasiones, por lo que se acercó a paso decidido hacia su objetivo.
–¡Eh, tú! ¡Muchacho! ¿Tienes hambre no es así? ¿Te gustaría trabajar?
Su voz era profunda, por alguna inexplicable razón, Christopher Paul pensó que, si los sapos hablaran, se escucharían igual así como lo que acababa de oír. Apartando su atención de la comida tirada, observó al hombre con recelo, este vestía un elegante traje azul y corbata roja, múltiples arrugas enmarcaban sus ojos y le daba una sonrisa torcida.
–¿Trabajar en qué?– preguntó con tono pendenciero, entornando los ojos.
B.M. Collins ensanchó aún más su sonrisa mientras que elegía en su mente las mejores palabras con qué convencer al muchacho aquel. Al principio le habló ofreciéndole toda clase de promesas, vendiéndole el mundo envuelto en papel de oro, recibiría adiestramiento especial para su oficio, insistía en que eran sólo para osados, temerarios que quisieran demostrar su valía y ganar una fortuna al mismo tiempo. Sabía que debía envolverlo muy bien antes de revelarle sus secretos, debía asegurarse de que el chico no declinara, por lo que le invitó una generosa comida a fin de sostener una larga conversación.
Christopher Paul escuchaba atento a la vez que tragaba grandes bocados de su buen plato. Su acompañante se proponía derribar los obstáculos morales con que pudiera encontrarse aún antes de que este pensara en ellos, y es que B.M. Collins pretendía conseguir hacerse de un nuevo candidato a luchador para peleas clandestinas.
–¿Estás diciendo que me pagarán por partirle la cara a algún papanatas?– le señaló con el tenedor, sonriéndole con la boca llena.
–No saldrás sólo con un hueso roto, muchacho– le advirtió –Es muy común que uno de los contrincantes pierda la vida.
–Creo que puedo manejarlo– se encogió de hombros y B.M. Collins se sintió satisfecho de haber conseguido envolver al chico.
A pesar de su buena disposición, el principio fue difícil. Pero, testarudo como sólo él sabía serlo, continuó muy a pesar de las fracturas de mandíbula y cráneo abierto. Pelearse con otros era algo que disfrutaba de verdad. Cuando caía tras recibir un buen golpe y su boca reventaba contra el suelo rústico, Christopher Paul se levantaba con su mejor sonrisa maliciosa, escupía sangre al piso y se lanzaba cual bestia iracunda sobre su contrincante. Su obstinación le hacía ganar la gran mayoría de sus encuentros. A medida que adquiría experiencia, el chico aquel se alejaba de la niñez a paso vertiginoso, salir victorioso de cada pelea no sólo llenaba sus bolsillos, puesto que muchas mujeres de calle y seguidoras de sus actividades se esforzaban por ganarle la atención, quién pronto les daba una feliz bienvenida a sus camas de hotel...
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Editado: 11.01.2021