LUCE
La dirección del maldito auto era demasiado dura. El volante era pesado. Y aún no entiendo muy bien cómo se ponen los cambios en la maldita caja. Ni cuál pedal se aprieta. A veces, el auto se detiene. La cabeza de Tania conoce bien cómo es el asiento del acompañante desde la perspectiva de atrás; es como la tercera vez que tengo que tirarla hacia atrás. Debería haberles puesto cinturones de seguridad. ¿Esto se asemejaba a tener hijos?
Una de las últimas veces que el auto se paró. Eché mi cabeza hacia el volante, y sin querer salió un bocinazo que podría haber despertado a medio país.
La ruta, se encontraba en completo silencio. Nos encontrábamos en un páramo, en medio de la noche. El frío me calaba los huesos. Cosa que me pareció extrañísima puesto que nos encontrábamos en verano. Suspiré. Soy manca. No puedo conducir. Mi coordinación es pésima. Es peor que la de Tania. Mis ojos querían largar lágrimas a mansalva.
El peligro, el peligro lo habíamos dejado atrás. Eso creía. Al menos, eso creíamos por el momento. O sólo yo, puesto que mis compañeras estaban en su quinto sueño, perreando con Morfeo.
Pensar en todo lo sucedido me ponía los pelos de punta. El fuego. Las chispas. Los cantos. Las canciones. La droga. No podía, mis manos temblaban. El frío invadió mi cuerpo aún más. Me congelé allí. El auto seguía encendido, y el motor esperaba a que ponga la palanca de cambio en primera. Pero, no pude. Me quedé allí.
La adrenalina se había ido por completo de mi cuerpo. El instinto de supervivencia, la energía. Todo eso fue reemplazado por un terrible cansancio, dolor de cuerpo. Era incapaz de pedir ayuda a mis amigas. Me hice un bollito en el asiento del conductor.
Durante unas horas nada se modificó. Las nubes, y las estrellas pasaban. La tierra giraba. Todos seguían su curso normal. Nadie pasó por aquella ruta desierta. Mi mano aún temblaba. Busqué mi teléfono en la guantera. Marqué el último número que había agendado.
La voz de Trevor se encontraba concentrada. Eran como las tres de la mañana. Ese maldito ¿ritual? había durado una eternidad. Mis piernas ardían.
—¡Hola Luce!— saludó.— No...No. Vé mid, yo iré agro.— reafirmó.
—¿Hola?— mi voz salió quebrada. Tal vez, hasta desesperada. Bien hecho, tonta. Ahora dejará lo que está haciendo por ti. Qué vergüenza…
—Lo siento, Luce. Es que, estoy jugando una partida competitiva…
—¿Un partido de fútbol?
—¡¿Qué?!— rió.— No, estoy jugando un juego en mi computadora. ¿Qué sucede? No te oyes bien.— afirmó poniéndose serio. Se oyó cómo dejaba algo encima de la mesa, y unos clicks… Luego, las ruedas de una silla contra el suelo de madera. Y… yo seguía sin contestar.— ¿Sigues ahí?
—Lo, lo siento. Es una tontería. No, no pasa nada.— las lágrimas brotaban de mi ser, y yo seguía intentando que no se oyeran.
—Bueno. Esos mocos no parecen ser de nada. Vamos, puedes confiar en mí. Pero, respeto totalmente si, sólo quieres estar en silencio.
—En silencio...— susurré. Respiré profundamente.— ¿Podemos estar en silencio?
—Claro.
Sentí como mis hombros se relajaron. Bostecé. Él también lo hizo, como acto involuntario.
—Lo siento.— me disculpé.— Tú estabas en una… ¿partida competitiva? Y, yo te saqué de eso. Lo siento. Sigue jugando, yo… yo…
—Oye, oye. Respira.— su voz era tan malditamente perfecta.— No importa. Sólo es un juego, lo recuperaré luego. Éste es nuestro momento…
Me resigné. Me resigné por completo. Lo lamentaba por mis amigas, este era nuestro secreto. Yo iba a romperlo por completo. Pero, no podíamos quedarnos en el medio de la ruta ni un segundo más. Y, yo no soy capaz de conducir. Yo no tengo ni idea. Y Bel, no está en condiciones.
—¿Sabes conducir?— inquirí, sonandome los mocos con la mano.
—Sí...— contestó extrañado.— ¿Qué sucedió?
—Una locura. Con mis amigas. Y ahora me encuentro en medio de una ruta desconocida. Intentando encender un auto que ni siquiera es mío. Y jamás en la vida conducí. No sé cómo hacerlo.
—Bien… Bien. Despacio. No entiendo nada. Mándame la ubicación, y ya mismo estoy yendo para allá.
—¡ESPERA!— grité, y Nia gruñó.— ¿Cómo llevaremos este auto? La que conduce está sumamente drogada. Y yo no sirvo.
—Bien. No tengo soluciones para todo. No sé…
Mi cabeza se encendió.
—¿Tu auto es manual? O sea, la caja. ¿No? ¿Así se llaman?
—Sí. Si.
—Bien. Enséñame por teléfono. Conduciré sola, hasta el pueblo. Lo haré. Sé que puedo, solo necesito que me guíes.
—¿Segura?
—Más que segura...— suspiré.
—Bien. Supongo que… ¿Cómo lo hiciste? Digo, ¿no sabes nada? ¿Cómo lo sacaste la primera vez?— se burló de mí. Incluso hasta sonaba sorprendido.
—¿Adrenalina? Siempre veo los pasos que realiza Bel. Créeme cuando estas escapando de unos tipos desnudos con máscaras de buey que te quieren drogar, sabes cómo funciona un maldito auto. Pero, cuando estás lejos. La adrenalina se apaga.
—Esa no era la respuesta que esperaba.— Aseguró, riéndose un poco nervioso.— ¿Qué clase de amigas son ustedes?
—Eso mismo me pregunto...— nuevamente, frustrada, apoyé mi cabeza en el volante. Sonó una gastada bocina, y me asusté. Salté hacia atrás, me di la nuca contra el techo del auto. Solté un gemido. Me sentí tan tonta, que sólo pude echarme a reír. Él hizo lo mismo.
—¿Estás bien?— decía entre risa, y risa.
—Claro que sí…
Paso a paso, y con mucha paciencia me ayudó a hacer arrancar el auto. Poco a poco fui tomando velocidad. Cortamos la llamada con un te quiero. Y en mi cabeza sonaba una canción que estimulaba mi imaginación a más no poder. Gloria Gaynor me había acompañado en todas las etapas de mi vida. Gloria Gaynor era en parte una de las razones por la cual seguía viva en este cruel mundo. Sus canciones me habían inducido a una felicidad extrema, y cuando terminaban me devolvían al mundo real un poco dopada. Mis drogas eran sus canciones, de alguna extraña forma. Cuando las bailaba siguiendo su ritmo, dentro de mí explotaban emociones bellas. Totalmente placenteras, y de felicidad.