La primera luz del día llegó hasta la pequeña habitación de la joven Lucila que se encontraba sumida en un profundo letargo. Letargo que había sido provocado por una noche de desvelo y sobre el pecho de ella se encontraba la causa de su desvelo, una gruesa novela de terror. Su pausada respiración causaba que su novela se viera envuelta en el movimiento de su pecho al exhalar, esto precipito lentamente el pesado conjunto de papel hacía el final de la cama y fue un fuerte respiro el que al final hizo caer la gruesa novela que provoco un duro sonido en seco al golpearse de lleno contra el suelo, despertando a la joven en el acto.
-¡Ohhh dios! ¡Ohhh dios! ¡El examen!- Lucila dio un buen saltó y se vistió tan veloz como nunca antes en su vida.
Tenis de tela, un pantalón de mezclilla con roturas a las rodillas, una playera con la imagen de su grupo de música favorito y encima una camisa a cuadros.
Bajo con solo un par de saltos las escaleras y atravesó la cocina para tomar su mochila del comedor, decidió olvidar por completo el desayuno y abrió la puerta de la sala que daba al descuidado jardín de la entrada para enseguida atravesar el ahusado pasillo rojo y salir de casa. Pero justo cuando se encontraba al exterior una cierta incomodidad no le permitió continuar. Esa incomodidad era su tío, un hombre espigado, robusto, y de mediana edad que se hallaba en medio del jardín tomando la brisa fresca. Bueno, no exactamente así, más bien una vez más su pariente había sido noqueado por el alcohol y tan solo estaba tirado sobre el talludo césped, pero aquello no era nada fuera de lo usual para nuestra joven Lucila, que estaba acostumbrada a este tipo de cosas.
Pues verán su tío que corresponde al nombre de Lucio, es famoso por ser un buen anfitrión siempre y cuando las reuniones giren en torno la alcohol, por tanto Lucila había crecido rodeada de toda clase de personas viciosas al por mayor, ya fueran hombres o mujeres y hacía mucho tiempo que su tío solo le causaba tragos amargos, pero aun así, al verlo en tan precaria situación con el pasto hasta sus narices decidió dedicar los escasos minutos que le quedaban para arrastrarlo como pudo hasta la cocina, toda una proeza para su delicado cuerpo y su metro cincuenta y cinco de altura.
Aunque esta buena acción le costó más caro de lo que pensó, puesto que no llego a tiempo a la parada del bus escolar que no se detuvo al no verla en el lugar.
-¡Nooo! ¡Espera!- exclamó Lucila agitada al observar el autobús alejarse ávidamente-. ¡Ese maldito rollizo de álgebra no me va a reprobar!- reprochó Lucila antes de emprender una carrera a la que se estaba viendo obligada a realizar.
-!Hey! ¡Aquí atrás!- repetía una y otra vez mientras corría y agitaba los brazos detrás del autobús-. ¡¿Cómo es posible que el tonto no me vea?!- replico antes de que el bus girará y se perdiera por completo a la vista de Lucila-. ¡¿Pero cómo alguien así de distraído termina trabajando como chófer de un bus escolar?! ¡Ese hombre es un peligro!- continuo reprochando mientras pensaba en que hacer.
-Un pequeño atajo- murmuró Lucila que no pensó dos veces en irrumpir en el jardín de una casa para ahorrarse algunos minutos de viajé, se percató de un extraño gruñido y observó a quien tal vez era el dueño de la casa oculto detrás de una esquina, ella dio algunos pasos hacia atrás, pero sin querer piso un juguete con forma de hueso, aquel sujeto parecía extremadamente alterado y al percatarse de Lucila, este le saco el susto de su vida al saltar sobre ella intentando agarrarla
-¡Siento invadir su casa!- grito Lucila mientras agachaba la cabeza y corría del lugar sin lograr entender absolutamente nada de lo que el hombre le berreaba, ella piso algunas flores y salto rápidamente la cerca para escapar, pero el hombre alcanzo a sujetarla de su mochila, sintió como quiso atraerla hacia él y ella se empujó con fuerza haciendo palanca sobre la cerca y salto con fuerza zafándose del hombre, por poco y cae de cara contra el frío pavimento por culpa de la punta de uno de sus tenis que se había atorado en la orilla de una de las tablas de la cerca, así que sin querer rompió la punta de su tenis en el acto.
-¡Perdón por las flores!- exclamó en tono de disculpa mientras el hombre golpeaba violentamente las maderas-. Dios solo son una flores- murmuró Lucila a la vez que emprendía de nuevo su carrera, mientras trotaba saco de su mochila unos enormes audífonos de diadema y los acomodo sobre su cabeza, encendió su reproductor y justo en ese momento para ella dejaron de existir las personas o problemas a su alrededor, puesto que escuchaba a “Los solitarios” su grupo de rock urbano favorito.
En el camino le pareció ver menos personas de lo normal en las calles y con veinte minutos de retraso llegó a la escuela, recorrió sus audífonos detrás de su cabeza, agitó su largo copete castaño que escurría en sudor y que además le tapaba un poco lo colorado de su cara, sus músculos ardían y en su pecho no cabía más aire del que necesitaba. Cómo pudo se escabulló entre los rincones de la escuela evitando a toda costa al prefecto y a cualquier profesor.
Con cada paso que daba, su recién carrera le pasaba factura y por el hueco de su zapato roto se asomaba curioso su dedo gordo desnudo que tomaba un poco de aire, para justo después regresar a la guarida junto a sus demás compañeros.
Ideaba un plan de como entrar a su salón para presentar el examen, cuando descubrió que el profesor no se había presentado al igual que tampoco algunos de sus compañeros quienes habían faltado a clases y no solo eso, si no que también su amiga Itzel le informo que menos alumnos que de costumbre habían asistido a la preparatoria.
-¿Sera cosa de esa maldita fiebre que tanto altera a la gente?- murmuro en voz baja y cuestionándose para sus adentros.
Se organizó con su amiga para que está le avisará si algún profesor llegaba y salió del salón para ver lo que pasaba, arrastro sus desgarbados tenis sobre los anticuados mosaicos a medio abrillantar del largo pasillo principal y el dolor en sus pies la hizo andar como si fuera prácticamente uno de esos fantasmas quejumbrosos que solían asolar los edificios abandonados en los viejos filmes de terror que siempre transmitían momentos después de la media noche. Filmes que sin duda ella nunca se perdía, puesto que eran sus favoritos y más si los miraba en una noche fría, sentada desde el cómodo sillón de su sala con un gran platón de palomitas sabor jalapeño y una gaseosa de cereza, todo eso acompañado además de una buena y cálida frazada.
Lucila se detuvo frente a un garrafón decorado de Catrina. Las chicas de primer semestre llevaban dos días encargándose de llenar la escuela con coloridos adornos y por todos lados se observaban pintorescas de oraciones de día de muertos, calaveras, catrines, flores, y papel picado colgando por las paredes, sin faltar un altar al centro de todo, con las velas y veladoras por sus costados y pétalos de cempasúchil que proporcionaban un suave aroma y el recuerdo de los difuntos lo hacían las fotos de los maestros ya fallecidos al medio del altar. Creando con esto el ambiente adecuado conforme a la fecha.
Pero volviendo a Lucila, está tomo un cono de papel de entre un puñado que estaban sobre una mesita para saciar la sequedad rasposa de su garganta.
Justo antes de girarse sintió desde su detrás unos finos dedos que tapaban sus ojos y ella como reflejo al instante soltó un talonazo con fuerza.
-¡Quien soy… aaauch!- grito Itzel e inmediatamente se alejo de Lucila al sentir el talón de ella hundiéndose en su espinilla-. ¡Tan solo te quería sorprender!- se quejo agachándose para sobar efusivamente el centro de su pierna.
-Fue sin querer- Lucila trataba de sobarle la espinilla-. Es que estoy un poco nerviosa por algo que me pasó de camino aquí.
-Ese golpe me dejo coja- hablo su amiga en tono de broma-. Supongo que eso me gano por hacerte esa jugarreta, ¿Pero que fue lo que te pasó?
-Olvida eso, no es importante- negó con la cabeza-. ¿Qué no se supone que me mandarías mensaje si un profe llegaba?
-Surgió algo importante- Itzel abrió de sobremanera sus ojos y continuo-. Las lacayas de Alberta andan tras ti, es seguro que ella las envío.
-¿Que?
-Si, fueron a buscarte al salón y no se veían para nada contentas.
-¿Cómo eso… espera… que haces?- en ese momento Itzel se agachó para esconderse detrás de Lucia al ver qué se aproximaba hacía ellas Alfonso.
-¡Es el!- Lucila hecho un vistazo y observo al chico de tez morena y buen porte.
-¿Sabes? Eres más alta que yo y realmente no puedes ocultarte detrás de mi. ¿Por qué simplemente no le dices lo que sientes?
-¿Estas burlándote de mi? Estoy fuera de su liga- dijo mientras acomodaba su cabello y se asomaba por el hombro de su amiga para echarle un vistazo a Alfonso-. Tan solo míralo, con ese cuerpo de modelo que se carga, con ese sedoso cabello encrespado, frondoso y de color azabache- Itzel entrecerraba sus ojos y apretaba sus labios mientras pronunciaba esas palabras-. Además su piel de ámbar combina perfecto con esa mirada verde esmeralda que tiene.
-Sabes, es cansado escucharte hablar siempre de lo mismo.
-¡Mira quien lo dice! La que siempre habla de esas espeluznantes películas de terror, tan solo mírate tu, tal parece que ya te has convertido en uno de esos vampiro con esas ojeras y con lo pálida que tienes la piel. Necesitas un poco de sol.
-¡Oye! Eso es muy…
-¡Chitón que ya casi está aquí!- interrumpió Itzel que volvía a erguirse para saludar por adelantado al chico levantado su mano animosamente.
-Espera y ¿que pasa con lo de Alberta?
-Olvídate de esa estúpida gorda, esto es más importante- murmuro apretando los dientes.
Algunos minutos después y luego de intercambiar algunas sonrisas y palabras con Alfonso, este se despidió y alejo.
*Señorita Itzel Cruz se le solicita en la dirección*… - sonó en todos las bocinas del lugar-. *Señorita Itzel Cruz se le solicita en la dirección*
-Debe ser por lo de mi beca… espera aquí no me tardo.
-¿Oye y que pasa con lo de Alberta?
-¿Si vez a la gorda solo corre, no te podrá alcanzar?- Grito mientras se alejaba con diligencia.
-¡Al diablo! ¡Esa gorda es una demente!- exclamó Lucila-. ¡Estaré en la azotea!- volvió a exclamar y corrió a esconderse justo a dónde había dicho.
Estando en lo alto, con el cielo despejado, una brisa acaricio con suavidad su rostro y sintió que estaba por aplacar esa sensación incómoda que no la dejaba tranquila desde la mañana, percibió como unos huesudos brazos la sujetaron por detrás rodeándola completamente.
-Esto no es gracioso Itzel- comento Lucila, pero está vez había algo diferente, el dulce aroma del perfume de su amiga había cambiado por un olor sudoroso y rancio que inundaba su nariz, Lucila trato de voltear al notar que no era liberada.
-La próxima vez que pienses en esconderte, no lo grites a los cuatro vientos idiota- era la voz de Vicenta una de las lacayas de Alberta.
-¡¿Fuiste tu perra?¡ - espeto Alberta la líder de las jóvenes y contrario a Vicenta, esta era de aspecto corpulento-. ¡Contesta imbécil!- continuo gritando ella a la par que una expresión retadora e intimidante se marcaba notoriamente en su cara.
-¡Sin duda fue ella Alberta! -dijo Alejandrina, la tercera amiga que sonreía maliciosamente con sus enormes dientes sobresalientes-. ¡Rómpele esa carita de bebé!- reitero burlonamente.
-¡Si que esperas Alberta! -grito Vicenta que sujetaba con fuerza a Lucila-. ¡Sabemos que fuiste tu maldita!- continuo gritando tan cerca de la oreja de Lucila, que terminó lastimando su tímpano.
-Esperen chicas quiero escuchar que las palabras salgan de su sucia boca. ¡Anda dilo!
Las expresiones de Lucila eran de dolor ya que mientras intentaba zafarse los picudos huesos en los brazos de Vicenta le lastimaban sus hombros. Lucila no creía que la flacucha que la sostenía tuviera tantas fuerzas, en verdad que no lo aparentaba.
-¡Habla pendeja!- gritó Alberta mientras jaloneaba con fuerza el copete de Lucila.
-¡Ahhh!, ¡Como diablos voy a saber de que quieren que hable!- exclamo mientras seguía forcejeando y cerraba sus ojos de dolor.
La corpulenta joven enfrente de Lucila tenía el doble de ancho que ella. Se movía de un lado a otro desesperada y refunfuñando mientras gotas de sudor escurrían por la sebácea piel de su cara y a la vez apretaba sus labios hacia abajo. Sin avisar y haciendo uso de su ventaja lanzó un gancho directo al ojo de Lucila tan fuerte que hizo retroceder también a Vicenta, y haciendo sangrar de inmediato el párpado de Lucila.
-¡Que mierda maldita psicópata!- increpó Lucila que cerraba su ojo debido a la sangre.
-Dale otro más fuerte para que aprenda- impreco Alejandrina que solo miraba.
-Paciencia le voy a partir toda la cara.
-Tan solo admite para que todo esto acabe que fuiste tu la que escribió en los baños “La maldita de Alberta de tercero D es una cerda come mierda”
-¡Que!- Lucila guardó silencio un poco, en verdad quiso reír por lo absurdo que todo eso le sonaba, pero el dolor y su sentido común no se lo permitieron-. ¡Claro que no!
-¡Maldita cobarde!, ¡acepta lo que hiciste!- Alberta le soltó un bofetón a Lucila zarandeándole el cerebro.
-Sabemos que fuiste tu, al final de la frase decía “Atte. Lucila de segundo D”
Esta vez Lucila casi suelta una carcajada frente a sus caras, ¿en verdad podían se tan idiotas? se pregunto un tanto preocupada al no saber de lo que estás retrógradas serían capaz de hacerle.
-¡No soy una idiota de verdad creen que me yo misma me delataría!
-¡Claro que si! ¡Sabemos que te crees mejor que nosotras maldita huérfana!
Alberta frunció los labios y abrió sus fosas nasales al tiempo que jalaba con fuerza el cabello de Lucila, la zarandeo una y otra vez, hasta hacer tronar su cuero cabelludo, seguido de un puñetazo en la boca.
-¡Ya basta maldita puerca come caca!- clamo Lucila furiosa con sus labios sangrantes, pero más que los golpes que le acababan de propinar eran las últimas palabras de Alberta las que la habían alterado-. ¡No soy la única a la que han llegado a molestar! ¡Hay muchas más chicas que las detestan!
Termino su oración y soplo su copete que le tapaba ligeramente el rostro a la vez que le echo una mirada retadora a la chica de cuerpo ancho que se lanzó sobre ella gritando, cual jabalí está apunto de embestir. Lucila salto hacía atrás con todas sus fuerzas y aprovechando que tenía sus pies en el aire, los uso para empujar el pecho de Alberta. Con esto consiguió lanzar de bruces a está última de lleno contra una esquina dejándola noqueada y ese mismo impulso también derribo a Vicenta hacía sus espaldas que sin meter las manos golpeó su nuca con fuerza en el duro concreto quedando con los ojos en blanco.
Lucila se irguió despacio para acomodar su desgastada mochila de mezclilla en su mano ante la atónita mirada de Alejandrina que no podía cerrar la boca, está última mas temblorosa que valiente se lanzó contra Lucila, quien la golpeó con la mochila, al momento del impacto se escuchó un crujido y Alejandrina callo al piso retorciéndose y agarrando fuertemente su cara.
Lucila abrió el cierre de la mochila, su reproductor se habían echo pedazos, pero creía que había valido la pena mientras se alejaba de ahí tambaleante a la vez que soplaba su cabello.
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Editado: 05.10.2020