Permitirle a Danilo que cruzara los límites de mi ropa nos unió de una manera difícil de explicar con palabras. Pensaba en la posibilidad de decirle que era virgen pero siempre encontraba una razón para no hacerlo. Le temía a la comparación con la bailarina y también tenía miedo de que se alejara de mí. Por eso mismo, no me atreví a preguntarle qué pasaría con nosotros cuando acabaran las clases de manejo porque a diferencia de Rau y Miguel, nosotros compartíamos pocos momentos juntos.
Lo único que se me ocurrió fue fingir que estacionar no era lo mío. Danilo no sospechó nada las dos primeras clases pero al tercer día, después de media hora de actuación, apoyó ambas manos sobre el borde de la ventanilla, se había bajado porque creía que su presencia me dificultaba el aprendizaje.
—Acepto que caí como el mejor de los boludos. Ahora decime ¿qué pasa?
—¿Qué? —Estaba delirando si creía que iba a delatarme.
—Ana, me doy cuenta de que… —tuvo que cortar lo que estaba por decirme— ¡Cerrá el auto con seguro! —gritó.
El espacio donde practicábamos era un lote que no estaba asfaltado, el vehículo que se nos venía encima levantó polvareda dificultando la visión. Cuando la tierra empezó a dispersarse vi a Danilo peleando contra tres hombres, no tan grandes como él pero bastante hábiles.
Con agilidad me moví al asiento trasero y busqué en mi mochila de entrenamiento mis nunchaku. Acomodé uno de los palos entre mis costillas y la cara interna de mi brazo y con el otro palo firmemente agarrado bajé del auto.
La cara de espanto de Danilo, al verme lista para acompañarlo en la pelea, me hubiera dado gracia si nos hubiésemos encontrado en otra situación. El grito que me destinó para que volviera a mi refugio le permitió a unos de los atacantes llegar con el puño hasta su boca. Los otros dos al advertir mi presencia vinieron por mí. Hice unos pasos hacia atrás, fingiendo temor.
Uno de ellos, el que estaba más cerca, agilizó su paso, cuando lo tuve a la distancia adecuada, con un movimiento preciso liberé el palo del nunchaku que estaba escondido y le provoqué un gran daño que lo dejó fuera de juego. Estaba lista para seguir con el segundo cuando Danilo, que había vencido a su contrincante, lo agarró por detrás asfixiándolo. Moví nuevamente mi nunchaku pero esta vez con la intención de darle en los testículos. Se dobló del dolor, Danilo lo soltó y corrimos hacia el auto.
Hizo chirriar las ruedas al alejarnos a toda velocidad. Podía sentir la energía que lo dominaba como una aura que lo rodeaba y que lo volvía inalcanzable.
—No vas a decirme nada— persistió en silencio— Danilo, no sé a dónde vamos y tengo una clase importante hoy, no quiero faltar.
—No jodas, Ana. No te vas a mover de mi lado hasta que no sepa qué es lo que está pasando.
—Si me vas a tener de rehén al menos decime a dónde me llevás.
—Al Rosas, ahí vamos a estar seguros.
—¡No pienso volver a ese antro! ¡Frená el auto!
—No voy a detenerme, es peligroso.
—Vamos a ir en vano, no pienso bajarme. No voy a estar a donde esté esa mujer.
—¿Este capricho es por Tamara? —se desesperó— ¡Nos podrían haber matado y a vos se te ocurre hacerme una escena de celos!
—A vos te podrían haber matado, yo salí intacta. Sigo esperando que me agradezca la intervención.
No dijo más nada, sin embargo, vi como sus comisuras se estiraban formando una involuntaria sonrisa.
Detuvo el auto en el estacionamiento que le correspondía, yo me mentuve quieta.
—¿Me das una tregua?
—No, no me la quiero cruzar.
Llamó por teléfono y no me quitó los ojos de encima hasta que un patovica llegó hasta nosotros.
—No se puede mover de acá, hablo un tema con Miguel y vuelvo. —le explicó.
Esperé unos minutos después de que desapareció, abrí la puerta, le guiñe un ojo a mi escolta y empecé a caminar.
—Señorita —me llamó cauto— no la puedo dejar ir.
—Deteneme si te animás.
Tuve piedad porque el hombre no hacía más que cumplir órdenes. No lo lastimé, cuando estuvo reducido le dejé un mensaje a Danilo. Luego, caminé en busca de un taxi, se me hacía tarde para mi clase.
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Editado: 04.11.2024