Capítulo 4
Valentyna Petrivna era una mujer estricta y responsable de cincuenta y cinco años, que llevaba más de cuatro años trabajando con Sergio. ¡Era simplemente la secretaria ideal para un empresario! Siempre vestida de manera impecable: traje oscuro, peinado ordenado recogido en un moño en la nuca, y con el mínimo de accesorios. Su apariencia era un reflejo perfecto de su carácter: contenido, serio y organizado. Siempre puntual, precisa y completamente centrada en el trabajo, esta mujer tenía una mente aguda y una habilidad excepcional para gestionar los asuntos de su jefe, manteniendo bajo control todos los temas importantes de la empresa. Sabía perfectamente contestar llamadas, organizar el horario de Sergio y adaptarlo a los problemas inesperados que surgían a veces. Incluso hablaba con su jefe del modo que exigía su imagen: siempre con respeto, pero con un tono igualado, sin permitirse ninguna manifestación emocional. A veces Sergio pensaba que no era una mujer, sino un robot, tan perfecta le parecía.
Sergio tomó el teléfono y pulsó varios botones. Esperó a que respondieran del otro lado y dijo:
—Valentyna Petrivna, buenos días —comenzó con tono profesional—. ¿Ya está en la oficina?
—Buenos días, Sergiy Vasylovych. Sí, desde las ocho —confirmó la secretaria—. ¿Se dirige ahora a la reunión? —su voz era tan contenida como siempre.
—Sí, pero tengo otro asunto urgente —dijo Sergio rápidamente, sintiendo que su paciencia estaba al límite—. Necesito que verifique un acta de nacimiento. Una niña de cinco años, se llama Orisia Barida. Ahora mismo le enviaré una foto del acta por correo. ¡Pero es muy confidencial!
Hubo una larga pausa en el teléfono. Valentyna Petrivna claramente no esperaba una solicitud así de parte de su severo jefe.
—¿Usted... e-e-el acta de nacimiento? —repitió lentamente, sin ocultar su sorpresa—. ¿Una niña?
—Sí —respondió Sergio secamente—. Verifíquelo en los registros del registro civil. Si es necesario, involucre a nuestros informáticos, ¡pero sin divulgar que es una petición mía!
—Pero… —Valentyna Petrivna estaba visiblemente desconcertada y no encontraba las palabras.
—¡No tengo tiempo para explicaciones! Solo verifique la información del documento. La foto le llegará en unos minutos —respondió con brusquedad—. Y otra cosa: ¿la sala de descanso para empleados está libre? ¿No han puesto nada ahí, no la han trasladado? ¿Está en buen estado?
—¿La sala de descanso? —repitió la secretaria—. Pero... usted prohibió su uso, la cerró hace un año.
—Lo sé —cortó Sergio. Recordó cómo había dado esa orden, convencido de que la gente va al trabajo a trabajar, ¡no a descansar! ¡Faltaba más! Apenas soportaba que los empleados salieran a fumar o, de vez en cuando (¡rara vez!), tomaran un café en la pequeña esquina habilitada en el pasillo.— ¡Abra esa sala! Necesito dejar ahí a esta niña mientras esté en la reunión.
—¿E-e-esa niña viene con usted? —Sergio casi pudo imaginar la expresión de asombro en el rostro de su siempre imperturbable secretaria-robot—. ¿Va a dejarla en la sala de descanso? —su voz tembló ligeramente. ¿O tal vez se lo imaginó?
—¡Sí! —casi gritó Sergio al teléfono. Empezaban a irritarle las preguntas y repeticiones de su desconcertada empleada—. ¡Y otra cosa! ¡Busque en internet y descargue un dibujo animado de Peppa Pig! —bramó, metiendo sin duda a la pobre secretaria en un estado de shock aún mayor.
—¿Un dibujo de… de… de una cerdita? —susurró la secretaria por teléfono, pues aquella petición del jefe la había rematado por completo...