Querido diario,
—Acá está el informe, su almuerzo y las llaves de su auto. —indiqué a Ezra, quien estaba frente a su ventana, mientras bebía, un vaso de whisky que tenía en su mano.
—Gracias Ava. —habló. Llevaba una semana de estar en esta oficina, siete días en los que era como un fantasma, un fantasma que hacía de todo: llevar su agenda, cancelar citas, traer su almuerzo, recibir cada informe y revisarlo. Cada acción solo esperaba recibir un agradecimiento, pero como dije en un inicio, era un fantasma para Ezra Diaz. Pensé que me recordaría, pero ¿por qué debía hacerlo? Solo tuvimos dos conversaciones hace ocho años. Era imposible que se recordara de la asocial Ava Cooper.
—Señor, ¿está todo bien? —pregunté. El gesto en su cara era de angustia, algo le preocupaba, llevaba mucho tiempo observándolo a través de mi ventana, conocía sus gestos y este día él no estaba nada bien.
—Sí, todo está bien. Excelente diría yo. —tomo su saco, que se encontraba sobre su silla —. Si Violeta te pregunta en donde estoy, solo dile que estoy en una reunión.
—Pero… No tiene reunión el día de hoy.
—Hazme ese favor, será nuestro secreto. —Ezra me dio un guiño y salió de su oficina. Entre tanto me quedé estática, desde que estaba en esta oficina este era el primer gesto cordial que tenía hacia mí. El resto de los días fue como distante, solo me daba órdenes y ante mis preguntas solo respondía con un sí o un no.
Salí de la oficina dejando la comida y todo lo que llevaba en el escritorio de Ezra.
Me sentía decepcionada, ya que pensé que trabajar a su lado sería distinto. Tal vez me podían describir como tonta o idiota, por estar aquí permitiendo estos malos tratos, pero Este Ezra de la oficina no era el que yo conocía.
Era más sonriente, amable y noble.
Al salir de la oficina de Ezra me dirigí al comedor de la empresa. Aquí, cada quien traía su comida, había un espacio amplio para poder comer.
Mientras tomaba el primer bocadillo, la secretaría de la señorita Violeta se acercó a mi mesa.
—Hola, Ava. —me saludó.
—Hola.
—¿Cómo van las cosas con el jefe?— preguntó.
—Bien… si bien.
—No tienes que mentir, Ava; conozco al jefe desde hace varios años y es realmente dificil tratarlo. Agradecí no ocupar el puesto de secretaria de presidencia, con mi propia jefa, tengo suficiente.
—Me he esforzado para ser la mejor secretaria —mencioné.
—Tienes una semana aquí, pero si quieres el consejo de una compañera de trabajo: no te enamores del jefe. Es el mayor error de todas las secretarias que han ocupado tu puesto.
Esa advertencia llegaba demasiado tarde.
—No voy a enamorarme de mi jefe, eso sería muy tonto.
—No sería tonto, Ezra es sexi, todo un bombón para saborearlo. Pero si quieres mantener tu trabajo, limítate a eso: tu trabajo. La secretaria anterior quiso sobrepasar esos límites y ahora tú estas estás en su lugar. Ezra suele jugar con las mujeres, pero no importa que seas Miss Universo, Violeta Morrison siempre será su novia y sin duda su esposa, así que no te compliques y no trates de enredarte con él.
—Pero no la ama. —susurré. Pero ella me escuchó.
—Ava, el amor ya no es algo importante en las relaciones, hoy en día solo importa tus cuentas bancarias, autos, dinero o puesto. El amor es un elemento de menos valor.
Para mí no era así. En toda relación el amor siempre tenía que ocupar el primer puesto, seguido de la comunicación, la comprensión y el respeto. Las cosas materiales ocupaban un tercer lugar, también eran relevantes porque era una falacia de que una pareja solo vive de amor, también necesita del dinero para sobrevivir.
—No, no quise…bueno, —metí la pata hasta el fondo con mi comentario.
—Tranquila Ava, no voy a decirle a nadie sobre nuestra conversación. —Se levantó de la silla y regresó con sus amigas.
Pensé que esto sería más fácil, pero era solo un fantasma en esta oficina.
—¡Ava! ¡Ava! —La señorita Violeta, llegó al comedor. Iba con urgencia.
—¡Dígame, señorita!
—¿Dónde está Ezra? —preguntó.
—Él está en una reunión.
—¿Estás segura?
—Sí, sí.
Me levanté de la mesa, antes de que ella continuara haciéndome preguntas. Algo estaba pasando con esta pareja. Eran común en ellos. Muchas veces los vi discutir en el apartamento de Ezra, pero después llegaba el momento de reconciliación y todo volvía como siempre.
Las horas pasaban y Ezra, no regresaba. En ese instante recordé que había dejado el almuerzo en su escritorio. Ingresé a la oficina para recoger la comida.
Había varios documentos regados por todo el escritorio. Así que decidí ordenar un poco. Ezra solía ser un hombre ordenado, esta semana su escritorio había estado con cada cosa en su lugar. Pero ahora era como si un tornado hubiera pasado sobre este sitio.
Tomé varias carpetas y las ordené. Abajo de ellas encontré un sobre de color negro. Llamó mi atención y quise dejarlo para no conocer su interior, pero había hecho cosas mucho más peores.
Abrí el sobre y saque una tarjeta. Lo que leí en las primeras líneas me asombró. Era una Se trataba de un bifoliar con información de un hospital psiquiátrico. ¿Por qué estaba interesado en algo así?
Regresé la tarjeta al sobre y la guardé para mí.
Saqué la bandeja de comida y la llevé hasta el bote de basura. Faltaba poco para la hora de salida, así que, relaté en las hojas de mi diario, otro día más de mi vida.
El reloj marcó las cuatro de la tarde, guardé la tarjeta y mi diario. Ezra ya no regresó a la oficina.
Tomé el ascensor hasta llegar al primer piso.
—Adiós, Mario. —Me despedí del portero. Era un hombre de unos cincuenta y tantos años. Era agradable, siempre me recibía con una sonrisa y se despedía de la misma manera.